Capítulo 12

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Si se trata de mi propio ego he de decir que nunca fui ningún tipo de engreída durante ninguna etapa de mi vida, pero aún así había una única cosa que me despertaba un odio visceral: que alguien pusiera en dudas si mis capacidades. Era un recuerdo punzante de todas las veces en las que eso había ocurrido y la situación no era de gran ayuda. 

—¿Así que todo se quedará así? —musité para luego levantar la voz—. ¡Me iré y ya! Ah y no importa que destruyas mi currículum y no pueda pisar un laboratorio durante el resto de mi vida. Incluso aceptaría vivir en una casa abandonada junto a los de rojo; no me importa que me maten y exhiban mis órganos en las calles, ¡prefiero morir en cualquier lugar menos aquí!

Y al decir "cualquier lugar menos aquí" se quebró mi voz. Morir dentro de las instalaciones era la peor parte, como si al final, ni siquiera la muerte nos permitiera descansar en paz.

—Tampoco te gustaría ser recordada con odio, ¿eh? Sabes muy bien todas las cosas que hemos hecho, pero aún más importante: aquellas que has hecho tú. —Sacó de su cajón una botella y un vaso, tratando de fingir indiferencia. Sólo podía producirme asco.— Estoy seguro de que si mueres, los medios te devorarán como los buitres solían hacer con sus presas, eso no nos convendría en absoluto.

»Incluso si eres consciente o no, creo que de alguna manera sabes que, como mínimo, irás a prisión. Si llega a escapar una sola palabra de todo lo que hemos logrado la industria farmacéutica entraría en crisis y muchas compañías comenzarían a ofrecer un precio por la cabeza de cada uno de nosotros. Por algo te hicimos firmar varios acuerdos de confidencialidad.

—Eso sería incluso más humano que todo lo que hemos tenido qué pasar. Sé que moriremos uno a uno, sea por culpa de aquellas aberraciones o por las sustancias que hemos tenido qué manipular. Si debo quedar ante el ojo público como una traidora del estado o como la reencarnación de Mengele lo aceptaré —expuse—. Prefiero cualquiera de esos destinos a seguir trabajando en este maldito proyecto.

—No sabes con quienes te estás metiendo. —Sirvió por fin el licor, el cual desprendía un olor amargo, luego lo bebió sin ningún tipo de compasión por sí mismo—. No me refiero a mí o a tus colegas, me refiero a todos los peces gordos... Sé que van a tomar cartas en el asunto y para mala suerte, seré uno de los primeros en ser manchados.

—Eso tarde o temprano pasará. —Bajé la cabeza y me quedé viendo mis mocasines negros durante unos segundos—. Todo el asunto nos salpicará a todos, en este punto, ni siquiera eliminando el laboratorio y su información cambiaría eso, así que da igual si permanezco o no. Voy a morir de todas formas y...

—No, no da igual —interrumpió con la voz herida—. Hay muchas cosas que tú no sabes que hiciste y que entre día y día estás resolviendo sin recordarlas. Intentaría ayudarte, pero no quiero dañar mi reputación, no aún. Me gustaría seguir gozando un poco de aquel privilegio de ser apreciado por el mundo, al menos hasta que todo esto salga a la luz.

»La compañía que tanto me costó construir y organizar caerá junto con la esperanza de salvar el mundo —sollozó—. Si tan sólo pudiese volver a como era en sus inicios, tan sólo yo y mis ideas de buscar cambios sin necesidad de manchar a nadie...

—Entonces, ¿quién fue Thomas Vernon?

Aquella expresión de dolor fingido cambió por una de sobresalto en cuestión de un parpadeo. Vamos, sentía que estaba en las finales de mi vida, así que una u otra cosa que dijera no cambiaría nada en ese punto. El ambiente laboral estaba literal y metafóricamente podrido como para no permitirme soltar una de las tantas verdades que tenía bajo la lengua.

—¿Cómo sabes quién es él? —preguntó con los ojos abiertos, como si algo hubiese despertado en su interior después de mucho tiempo, tal como yo esperaba.

—No importa la manera en la que me enteré. Tu reputación iba a estar manchada de todas formas o bueno, si a esa mentira le puedes llamar reputación. —Las palabras que tenía acumuladas en la garganta por fin podían ser libres, así que procedí a vomitarlas, con ímpetu, con toda amargura—. ¿Pensabas hacerme o mismo?, ¡Maldito infeliz!.

»Puede que esté hecha mierda por culpa tuya, de Milroy y todos esos bastardos directores de proyectos, pero jamás permitiré que te quedes con el crédito de algo que he hecho yo, incluso si son abominables insultos hacia la naturaleza. Ni siquiera mereces estar manchado de sangre como nosotros.

—¿Por qué aún puedes recordar? —Fue lo único que preguntó después de todo.

La oficina olía a humedad y a vodka, los papeles esparcidos y el reducido espacio no permitían que ninguno pudiese lucir más intimidante que el otro. El reloj de la pared estaba detenido en las 5:35 y el desgaste en el empapelado era evidente. En palabras más reducidas, la pasaba mal cada vez que entraba ahí, porque los recuerdos que tenía estando en ese lugar, a pesar de ser borrosos, jamás dejaron de darme una mala sensación.

—Estoy muriendo —dije al fin—. Y tú, ¿por qué hablas con tanta claridad aún estando ebrio?

—Es algo de toda la vida, ya estoy acostumbrado —se sinceró—. La gente esperaba mucho de mí y no tenía otro remedio.

—Así que robarle todo el trabajo a un difunto era tu única opción... ¡Ja!

—Y haber creado quimeras que en un descuido pueden arrancarnos la cabeza te parece una excelente decisión de vida. —Comenzó a reír, casi invitándome a reír de mis propias miserias     junto a él.

El muy desgraciado me convenció, así que nos burlamos juntos. Él se reía de sus malas decisiones y deseos de morir, mientras tanto, me reía de la ilusión que sentí todo ese tiempo: aquel joven que había conocido jamás iba a volver a recibirme en sus brazos, me despreciaría, mi familia iba a desheredarme y probablemente pasaría lo que quedaba de mi vida encerrada en una prisión o en su defecto, me ejecutarían. Cuando sentía la soga en mi cuello, Johan me sacó de mis pensamientos, ofreciéndome alcohol.

—Te ayudaré a huir, sólo a cambio de que el asunto de Vernon nunca se conozca por cuenta tuya. —Tomé el vaso, y sus ojos, de color aguamarina artificial, se fijaron en los míos—. Lo prometo.

¿De dónde viene la inspiración para este capítulo? Las hormigas y pequeñas polillas que revoletean alrededor de mi computador me dijeron lo que debía escribir. Por cierto, aquí dejo un dibujito de Johan.

Jardín de rosas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora