Capítulo 19

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― ¿Hola? ¿Hay alguien en casa? ―gritó Draco, pero no recibió respuesta alguna.

Decidió explorar un poco. Todo estaba en su lugar, los tres sillones, los centenares de cuadros que reflejaban el pasar de los años, los floreros sin flores, la biblioteca repleta de libros llenos de polvo... Espera, ¿por qué parecía que la casa estaba deshabitada?

Sobre la mesa ratona del café vio algo inusual: un periódico del Profeta. Era sabido que en esa casa no compraban ese diario lleno de patrañas, y optaban por leer fuentes menos subjetivas, como El Quisquilloso, la revista que llevaba adelante el padre de una de sus mejores amigas, Luna Lovegood.

En la primera página, una gran fotografía de un hombre con rostro triste y pelo largo y enmarañado le guiñaba a Draco un ojo, lentamente. A Draco le resultaba extrañamente familiar, pero a la vez muy distante. Como si esa persona alguna vez había sido muy atractiva y radiante, pero ahora sólo quedaban reminiscencias del pasado en su rostro.

Para enterarse de quién era ese hombre tan familiar, decidió leer el artículo:

BLACK SIGUE SUELTO

por Garland Goldhorn

El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado.

«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge. Fudge ha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos por haber informado del problema al Primer Ministro muggle. «No he tenido más remedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black está loco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya sea mago o muggle. He obtenido del Primer Ministro la promesa de que no revelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quién lo creería si lo hiciera?»

Mientras que a los muggles se les ha dicho que Black va armado con un revólver (una especie de varita de metal que los muggles utilizan para matarse entre ellos), la comunidad mágica vive con miedo de que se repita la matanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personas con un solo hechizo.

Con los ojos abiertos como platos, Draco leyó y releyó el artículo hasta que su dislexia no se lo permitió más. Esto no podía ser posible.

Sirius Black, convicto de la justicia mágica, y padrino secreto de Draco, había escapado de la prisión con más seguridad del mundo.

―Tienes que estar bromeando ―le dijo Draco a la imagen del periódico, que, obviamente, no contestó.

Soltó una risa histérica. Se había estado carteando todo el verano (unilateralmente, claro) con su padrino, y resulta que se había escapado de la prisión. ¡Escapado! ¿Ustedes pueden creer eso? Porque Draco ciertamente no. De algún modo, había logrado confundir a los siniestros Dementores, los guardianes de Azkaban, y se había escapado. Huido, fugado, escabullido, la palabra que ustedes prefieran, él lo había hecho.

Draco se quedó viendo fijamente a las esquinas del techo, para ver si había cámaras y todo esto no era más que una broma pesada de Nymphadora. Pero no vio nada por el estilo.

De todos modos, ¿por qué no bajaba nadie todavía? Había hecho mucho ruido, de seguro alguien lo había escuchado, ¿no? Pues no.

― ¡Hola...! ―gritó, alargando la A―. ¿Alguien en casa...? ¿Tía Dromeda? ¿Tío Ted? ¿Dora...?

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