Capítulo 21

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Todo ocurrió demasiado rápido, y hasta el día de hoy, Draco sigue analizando qué rayos ocurrió esa tarde.

¡Tú! ―había gritado Draco, llamando la atención de la mitad-mujer-mitad-serpiente, y sacó su lanza, listo para atacar.

¡Draco, no! ―advirtió Lou Ellen, pero ya era muy tarde, pues Draco se había lanzado a la carga.

Pero, cuando le fue a atestar un primer golpe, Lamia abrió los ojos como platos, y desapareció sin dejar rastro alguno. En ese momento, Procyon se había puesto a ladrar.

¡Vuelve, cobarde! ―bramó Draco, pero no se escuchó nada en al menos un kilómetro.

―Déjalo, Draco ―dijo Lou, después de una media hora de búsqueda―. Nos tenemos que ir ahora.

―Pe... pero, se ha ido y... ¡debo matarla! ¡O me matará ella a mí!

―Draco... ―Lou suspiró―. Está bien, buscaremos un poco más, pero debo llevarte con tu tía. ¿Quieres preocuparla a ella también?

Draco se había olvidado por completo de su compromiso anterior. Estaba cegado por la sed de venganza, y tenía buenas razones para ello. Sabía que esto iba a ocurrir tarde o temprano, Quirón le había advertido que aquella vez hace todos esos años, Lamia no había muerto, sino que estaba esperando a regenerarse. Ahora, con las Puertas de la Muerte cerradas, Draco pensó que tal vez eso la iba a retrasar un poco más, lo suficiente como para que más personas sepan su secreto y lo puedan ayudar en la batalla final contra la malvada hechicera. Pero había vuelto, y se había ido a los dioses sabrán dónde.

―Esto no significa que no hablaremos de esto, eh ―dijo su amiga luego de buscar por quince minutos más―. Pero primero debo llevarte a un lugar seguro. Ahora haz un nuevo portkey, que ya más tarde te mandaré un Patronus.

―Pero Lou, ¡podría estar en cualquier parte! Además, ¿qué hacía aquí? Justo cuando nosotros vinimos... ¿No te parece sospechoso? ―se apresuró a decir.

― ¡Por supuesto que sí! Pero no es el momento ni el lugar indicado para hablar de esto, ¿sí? ―intentó calmarlo.

― ¡No, no me voy de aquí hasta encontrar a esa maldita...!

― ¡DRACO BETELGEUSE BLACK! ―bramó Lou Ellen, interrumpiendo el futuro ataque nervioso que le estaba por venir a Draco―. Escúchame bien: nos iremos ahora mismo de aquí. No es sano para ti estar en este lugar, ¿entendido? ―preguntó y lo sacudió por los hombros―. He dicho, ¿entendido?

Draco se obligó a asentir con la cabeza. Debía recordar que no era él el único en el viejo campamento. Estando allí, no solo ponía en peligro las vidas de Lou y de él, sino que también las de Procyon y Altair.

Transformó su lanza en la varita, y apuntó a la lata de tomates con la que habían llegado. Caldero Chorreante. En un segundo, la lata empezó a agitarse y a liberar un resplandor azul, señal de que había sido un hechizo exitoso.

Antes de irse de allí, le volvió a poner el encantamiento desilusionador a su perro. Luego, un gancho lo tomó del ombligo, y en un abrir y cerrar de ojos se encontraba en el bar tan destartalado. Su tía ya estaba ahí, sentada en una mesa con su prima Nymphadora, tomando una cerveza de mantequilla.

Luego de intercambiar saludos con su familia, Lou desapareció en un remolino, cortesía de otro portkey que Draco había preparado con antelación.

Fue una vez que Draco se metió en la cama que recordó algo: se había olvidado el diario de Betelgeuse en la cabaña de Hera.

***

Cuando Draco volvió a Hogwarts, aún no podía dejar de pensar en Lamia. ¿Qué estaba haciendo allí, justo el día en que Draco, por accidente, llegó al campamento? ¿Habría sido un accidente, acaso? ¿O tal vez Lamia ya estaba desde antes allí? Claramente quería entrar al campamento, por algo hizo explotar la entrada. Pero, ¿por qué?

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