Treinta 💖

2.9K 198 3
                                    

Pero Sakura estaba a punto de comprobar otra vez que la vida no siempre era un
camino de rosas. Al día siguiente, supo que algo no iba bien en cuanto abrió los ojos. Se sentó en la cama y se sintió mareada. No era una nausea normal, sino una sensación diferente.

Se puso en pie y trató de llegar hasta el baño, tambaleándose, confiando en que
la aprensión que sentía se debiera a la conversación que había mantenido con Sasuke la noche anterior. Pero lo había notado nada más ponerse en pie. Algo
húmedo que resultaba completamente imposible.

Porque estaba embarazada. Porque hacía semanas que había tenido el último periodo. Porque su cuerpo llevaba anunciándoselo durante días y la prueba de
embarazo lo había confirmado. Así que, si...

Sakura se desmoronó nada más ver la mancha de color rojo oscuro. Y de pronto, se sintió como si estuviera cayendo de un edificio muy alto. Entonces, todo se volvió negro a su alrededor.

Sasuke dejó de presionar el timbre, convencido de que no funcionaba, y se
adentró en el edificio de doce plantas. El lugar tenía mejor aspecto que la noche anterior, pero quizá era porque ya no tenía que imaginar a Sakura criando allí a su
hijo.

Sasuke subió por las escaleras y llamó a la puerta tres veces. Al no obtener respuesta, comenzó a sospechar que algo iba mal.
–¿Sakura? –gritó a través de la puerta de madera– ¿Sakura?

Entonces, lo oyó. Un gemido que parecía el de un animal sufriendo.
Empujó la puerta con fuerza y el cerrojo saltó sin problema. Entró en la casa, vio que el salón estaba vacío. Había dos puertas, una daba a la cocina y la otra,suponía
que al dormitorio y al baño.

–¡Sakura! –exclamó al verla tirada en el suelo–. ¿Qué ha pasado? ¿El bebé?
Se arrodilló a su lado y Sakura emitió otro gemido agónico.
–Vamos al hospital. Ahora mismo.

Nada más pronunciar esas palabras, Sasuke sintió que el miedo de la indefensión recorría sus venas. Y en ese mismo instante se percató de que había roto la regla de la objetividad, por la que regía su vida. Al momento, tenía a Sakura entre sus brazos.

Al sentir sus cálidas manos contra su piel fría, Sakura recobró la conciencia otra
vez.
–No –negó con la cabeza– He perdido al bebé.
Nada más pronunciar esas palabras, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
–No hace falta –dijo ella–. Vete... ahora eres libre.

–No voy a ir a ningún sitio.
Sasuke sintió que le daba un vuelco el corazón, como si se hubiera dado cuenta de que tenía un pajarillo atrapado en la palma de la mano y tuviera tanta necesidad de liberarlo como el animal de salir volando.

Cubrió a Sakura con su
abrigo, abrió la puerta y la llevó hasta el coche, tumbándola en el asiento de atrás antes de sentarse al volante.
Una vez en el hospital, Sasuke insistió en que Sakura se sentara en una silla de ruedas.

Él la empujó hasta el departamento correspondiente. A su alrededor, había
mujeres que empujaban a sus maridos, maridos que empujaban a sus mujeres, hijos que empujaban a sus padres y viceversa. A todo el mundo le empujaba un ser querido.

Y todos seguirían al cuidado de ellos una vez que salieran del hospital. ¿Pero Sasuke? ¿Podría soportar ella que el doctor le confirmara lo que ya sabía? ¿O que él
la llevara a casa y que rompiera su compromiso con cara de lástima una vez que ya no existía motivo para estar a su lado?

Sakura se sentía como si en las últimas veinticuatro horas el destino le hubiera ofrecido todos los sueños que siempre había tenido, igual que si fuera una bandeja de frutas exquisitas, y después la
hubiera dejado descubrir que todas estaban envenenadas.

–Sasuke, no puedo –gimoteó ella – Por favor, déjame ir a casa.
–No, Sakura –dijo él con voz firme– No puedo hacerlo.

Por una vez en la vida ella comprendió que había momentos en los que había que permitir que otra persona tomara las riendas de la situación, y ese momento había llegado.

Fueron los treinta minutos más largos de su vida. Ella no sabía lo que los médicos estaban haciéndole, sólo sabía que Sasuke había exigido que la examinaran
inmediatamente y que, por supuesto, habían obedecido. Sasuke no se separó de ella en ningún momento, a pesar de que el doctor le había sugerido que esperara fuera.

Y, lamentablemente, en aquellos momentos, ella apreció más que nunca que Sasuke fuera el hombre que amaba de verdad.

No sólo porque cuando él hablaba ella no quería dejar de escuchar, ni porque cuando hacían el amor deseaba que no terminara nunca, sino porque él era el hombre que quería a su lado en los momentos difíciles.

Siempre había pensado que era lo bastante independiente como para no necesitar a nadie, pero lo necesitaba.

Y no sólo porque la hubiera llevado al hospital, sino porque cuando creía que lo
estaba perdiendo todo, su presencia le daba más fuerza que la que ella podría reunir jamás estando sola.

–Bueno, Sakura.
Ella abrió los ojos y se secó las lágrimas con la mano. Se incorporó en la cama una pizca y miró al doctor.

–Te pido disculpas por todas las pruebas que te hemos hecho, pero me temo que es algo a lo que vas a tener que acostumbrarte.

Sakura frunció el ceño y miró a Sasuke.
–Sangrar durante el primer trimestre de embarazo es, desgraciadamente para el nivel de estrés de las madres y los padres, bastante común. Pero si miras a la pantalla que tienes delante de ti, verás el primer estadio de tú bebé. Y por cierto, está perfectamente sano.

Sakura miró a la pantalla que estaba a los pies de la cama y se quedó boquiabierta. Entre las sombras grisáceas se veía una forma oscura y un pequeño corazón
latiendo. Era el mejor regalo que le habían hecho nunca.

–¿Está todo bien? –preguntó Sakura, incapaz de creer que aquello fuera verdad.
Sin pensarlo, estiró la mano para agarrar la de Sasuke, que también miraba la pantalla asombrado. El doctor sonrió.

–Todo está bien. Puedes marcharte. Te recomiendo que no trabajes durante
algunos días, pero no tendrás que volver hasta la ecografía de las doce semanas.
–Gracias –Sakura sonrió al doctor.

Sasuke se despidió de él con un apretón de manos y el médico salió al pasillo dejándolos a solas. Fue entonces cuando se sintió verdaderamente aliviada. Sentía tanta alegría que no fue capaz de contener las lágrimas y rompió a llorar. El bebé estaba bien. Ella lo
había visto con sus propios ojos. Y volvería a verlo a las doce semanas de embarazo, siete semanas después de ese día.

Para entonces, ¿estaría en Konoha? ¿Incluso casada? Miró a Sasuke. Quizá fuera un hombre con un corazón impenetrable, pero nada indicaba que no se hubiera conmovido al ver la forma de su hijo en la pantalla.

Sakura se levantó de la camilla, con su ayuda, y se arropó con la chaqueta que él le había puesto.
–Bueno, parece que el anillo tendrá que esperar –le dijo, mientras se dirigían hacia la puerta.

Días atrás, Sasuke habría pensado que su comentario eran las palabras de una
cazafortunas, pero ese día no. aquellas palabras sirvieron para reforzar su idea de que se había equivocado en cada paso que había dado desde el momento en que
había regresado a buscarla.

–No será necesario –contestó él.
Durante un instante, Sakura se preguntó si estaría a punto de sacar un anillo del bolsillo para colocárselo en el dedo, como hacían en las películas. Pero no habría hecho falta que viera la adusta expresión de su rostro para saber que aquello no era un cuento de hadas.

–Lo que ha sucedido hoy me ha hecho pensar en lo que dijiste –dijo con
decisión – Estoy de acuerdo. Que dos personas se casen por el bien de su hijo no es
necesariamente la mejor opción.

Sakura se detuvo en seco al llegar al pasillo para comprobar que había oído correctamente.
–¿Y qué hay acerca de lo que tú creías? –susurró ella– ¿Sobre eso de que un hijo necesita dos progenitores?
–He cambiado de opinión.

Amante Mía  ~SasuSaku ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora