Al escribir este poema me fue inevitable no recordar el brillo que desprendían las estrellas y como quise contarlas pero los números no me alcanzaban.
Alejada de las luces de la ciudad, el único sonido era el canto de los grillos y el aullar de un coyote en aquella noche tranquila de mi infancia.
Entendía a mi corta edad, que apreciaba el silencio y la soledad, que podía pensar con tranquilidad.
Más tarde descubriría que mi inspiración se ablandaba en mis pensamientos y cuya masilla podría moldear a mi antojo; dándole la forma y el significado oculto entre cada palabra.
Había cierto miedo al mirar las estrellas aquella noche (una entre varias series de noches continuas) sin el manto que siempre las protegió y las alejó de mis retoños inocentes que tenía por ojos.
El miedo a la inmensidad, a las posibilidades barajadas a mi buena fortuna.
Al pasar de los años comprendería que esa inmensidad, el espacio en su máxima desnudez y extensión, eran de las cosas más bellas que evocaria con desesperación en cada intento de poesía.
Los colores, las texturas, las formas, los símbolos a mi alrededor; todo absorbido, filtrado y acomodado por los ojos de una cría que imaginaba historias y que ahora más que nunca vive por ellas.
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Retazos de Melancolía
PoesíaCien poemas que se escribieron en pandemia y que no necesariamente hablan de eso. Retazos de melancolía, 2020-2022. © Queda prohibida la reproducción total o parcial de este material por cualquier medio sin el previo y expreso consentimiento por es...