No era bueno lidiando con las discusiones. A decir verdad, nunca he sido partidario de la violencia de cualquier tipo. Así que ir a un lugar donde sabía a la perfección que me esperaba una escena de violencia y discusión, se me antojó una pésima idea. Una charla que se podía haber evitado hablándolo cualquier día de la semana y no en el día festivo de acción de gracias.
Pero lo hacía por amor.
¿Quién no ha hecho cosas peligrosas por amor?
Yo estaba a punto de descubrir sí era lo suficiente maduro para saber afrentar esta etapa de mi vida. No había nada de raro que tres chicos en el auto prestado de la nana de uno de ellos, se dispusieran a manejar a las cinco de la mañana, desde su hermandad de la universidad hasta la casa de uno de ellos.
¿El motivo?
"Una pedida de mano", como el dormilón de mi compañero de habitación había sugerido llamar a la gran hazaña que pretendíamos lograr Gustav y yo.
Ese chico con mirada seria y grandes ojos era mi novio, Gustav Weenkins, quién no le gustaba llegar tarde a ningún lugar, odiaba a los niños revoltosos y evitaba nunca darle un disgusto a su madre.
—Sigo pensando que era mejor venir otro día.
Nuestros ojos chocaron en el retrovisor, él negó y siguió manejando por la autopista.
—¿Qué otro día, Bastian? —murmuro y encendió los limpiaparabrisas ante la ligera lluvia que comenzó a caer— Se nos agota el tiempo aquí y no podemos pasar más tiempo separados.
Tenía un punto ahí, pero no del todo.
—¿Separados? Vivimos y convivimos juntos desde hace varios meses, Gustav. Sin mencionar que nos conocemos desde hace años.
¿Amor desde la infancia? Por supuesto, desde siempre. Que él no se diera cuenta desde hace mucho no era mi problema. Yo había sido atento y cariñoso con él desde siempre. Aunque... Bueno, algo reservado en cuanto a mis sentimientos verdaderos. Hoy al fin revelados.
—Tu sabes a lo que me refiero... —me espetó algo gruñón.
No había desayunado, quizás era por eso su tono de voz conmigo. Me abrigue más el cuello, tratando de ocultar las marcas de nuestro anterior encuentro de anoche.
—Pues debiste de llevarla a cenar un día de estos y confesarle que eres gay.
Gustav hace una mueca dirigida a mí desde el retrovisor. Yo voy atrás, recargado entre los dos asientos. Nuestro amigo Fred ni se inmuta y aún se encuentra profundamente dormido. Tal parece que salió de fiesta anoche, porque en la mañana no estaba y tuvimos que esperarlo hasta que llegara para que nos prestara su coche. No esperábamos que se nos uniera pero era muy dado a colarse en nuestras citas o en nuestras salidas de paseo los fines de semana, si le pedíamos prestado su vehículo.
—No podía, cada vez que lo intenté ella mencionaba otros asuntos.
Su madre, la señora Weenkins era demasiado difícil de abordar y demasiado obstinada en cuanto a cambiar de parecer.
—Debiste de insistir —traté de animarlo de nuevo.
—Claro, Bastian. Insistir.
ESTÁS LEYENDO
Girasoles en invierno
RomanceEl invierno ha llegado con la partida del primer amor pero el brote de uno nuevo nace con el amor propio. La calidez de volver a enamorarse de alguien que lo acepte dará la bienvenida a la primavera. Bastian Higgins siempre supo quién era, lo que le...