14∙♡° Día de primavera

25 9 0
                                    

Aquella fue la última vez que vi a la señora Weenkins.

Después de algunos días volví a visitarlos pero la casa estaba cerrada. Habían puesto tablas y candados en las rejas que dividían la casa del campo trasero donde alguna vez florecieron girasoles; Todo estaba abandonado. La tierra estaba seca y  presentaba surcos al igual que destrozos por los cardenales y pinzones que se habían arrasado con los restos de las flores.

Eso lo tomé como una señal para ya dejar de ir de una vez por todas aquel lugar y con ello dejar también a los habitantes que alguna vez me abrieron sus puertas en sus vidas.

No volví a saber de Carolina y su hija. Pero les deseé las mejores de las suertes en esta vida.

Después del  maravilloso despertar en año nuevo y en el trascurso de mi estadía a Sacramento, me tuvieron en observación y los médicos determinaron que las únicas dos secuelas que eran notorias, era mi pierna derecha (tenía que usar muleta) y mi habla. Esta última me hacía desesperar en algunas ocasiones pero era recompensado al ver mi progreso lento. Aprendí a esquivar el desastre, ya no era por capricho era para sobrevivir. Una nueva caída podría suponer un gran retroceso.

Así que tuve que ir a las fisioterapias y luego como me quedaban muy lejos y ni Sofía ni Fred podían trasladarme cada tercer día sin perder sus trabajos y estudios. Mi padre me tuvo que contratar a un par de fisioterapeutas para que vinieran a la casa.

—La mente es poderosa, Sebastián. Te vas a sorprender de lo que serás capaz de lograr —me decía uno de los fisioterapeutas mientras me hacía un masaje de calentamiento en la pierna.

Había días en los que mi progreso se atrasaba por mi estado de ánimo. Había días en los que quería ocultarme de los rayos del sol y quedarme en mi cama.

Había días en los que me dolía más el corazón que el cuerpo, días en los que recordaba a Christopher, quién tenía tantos meses sin saber algo de él.

Constantes eran mis desvelos añorando su regreso a mi vida, que en una ocasión tuve un ataque de ansiedad. Nadie estaba a mi lado para tranquilizarme aquella noche y solo Nana por la mañana descubrió mi demacrado estado anímico.

Después de eso cada semana venía una doctora a darme terapia psicológica a parte de la que me proporcionaban los médicos en el hospital.

Reanude así mi rehabilitación con menos peso en mi espalda. Iba paso a paso, sorteando, escalando y aferrándome a mi entorno familiar. Mi familia estuvo conmigo desde siempre, algunos de ellos como mi padre y hermana también recibieron ayuda. La familia se estaba moviendo, cambiando y plantando nuevas semillas de amor y valentía entre todos.

Tenía casi todo lo que necesitaba a mi alcance, excepto a una persona. No una persona, sino el cariño y afecto de alguien en especial.

Dolía, claro que dolía en mi corazón. Y no había sesión de terapia que no terminara mencionando aquello entre los nudos de mi garganta y un mar de lágrimas retenidas.

—Trata de buscarlo —me aconsejaba la psicóloga— Trata de buscar la manera de aclarar las cosas y si es una ruptura, tratarla como tal. Vivir el duelo de eso, es una enseñanza más para ti, Bastián. Recuerda que no todo está perdido al dejar ir el cariño de alguien que en el pasado nos hizo felices y nos dio buenos momentos a su lado. El amor se deja libre a elección, no somos esclavos de la dependencia emocional. La vida avanza.

—Doc... tora ¿Cree qué estoy listo para avanzar?

Lo creía posible pero aún así, necesitaba más valor y el valor era un peso muerto que muchas veces me frenaba en la toma de decisiones. Tomar desiciones era tan complicado para mí que prefería huir de ellas o ceder a alguien más la decisión.

Girasoles en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora