Tal vez no era experto en esto pero al menos tenía la delicadeza de quedarme a escuchar a las personas.
La primera vez que escuché realmente a Christopher Lewis fue en su automóvil deportivo, en un día de invierno con el sol ocultándose. Su voz era suave y tranquila, había ensayado su pequeño monólogo en todo el trayecto (más tarde me lo confesó). Se había quitado los lentes de sol, sus ojos con la pupila dilatada y brillante no me perdían de vista. Volví adentro del auto.
—No he podido olvidar el beso de la otra noche —confesó, había algo lastimado en su voz— espero que tú tampoco lo hayas olvidado.
—¿A qué viene eso de pronto, señor Lewis?
Me puse a la defensiva, tampoco esperaba que se hiciera esperanzas desde el principio. No podía hacerle eso, ni hacerme eso.
—Oh, ya veo —hizo una pausa luego lo soltó sin vergüenza alguna— ¿Puedo saber quién es?
—¿Quién es quién?
—La persona que te lastimó.
—Es algo que no te debería de interesar ¿Terminaste? —abro la puerta del copiloto al no recibir respuesta.
—¿Quieres ir a tomar un café conmigo mañana?
Soltó su última carta del póker.
—Mandame mensaje con la ubicación.
Hice el primer movimiento sobre la tabla de ajedrez.
No nos despedimos, ni siquiera le di una segunda mirada al irme. Solo escuché como las llantas se alejaban con suavidad. Cerré los ojos, los apreté con fuerza.
Aquella noche no me metí a la tina a lavar mis angustias, solo me recosté en la gran cama y contemplé el techo por varios minutos. Sentía un vacío en la boca del estómago. Desde mi perspectiva aquello que pasó en la entrada del hotel era digno de nombrarse traición.
Aún no curaba del todo las antiguas heridas y ya estaba a la espera de unas nuevas. Era obvio que no sabía jugar a esto que llamaban amor. Quería aprender primero a ser mejor persona, a amarme lo suficiente para así poder amar a alguien más. Quería antes perdonar y olvidar, quería ya no huir de mis problemas y miedos. Quería afrentar todo eso de una nueva forma, de la forma más correcta y saludable que pudiera.
La incertidumbre de lo que se avecinaba me mantuvo despierto toda la noche.
Solo era un café, no es como si me fuera a comprometer a tener algo más con él.
Me hubiera gustado seguir con ese pensamiento por la mañana, cuando puntual me mandó un mensaje dos horas antes del almuerzo:
Hola, buenos días ;)
Aquí te mando la ubicación.
Solo habían sido dos líneas y un link y con eso bastó para que esas dos horas me fueran eternas.
Christopher tenía una forma delicada de tratarme, era atento, caballeroso, buen conversador, bromista sin caer en ser ofensivo. Había crecido en una familia grande sin prejuicios, lleno de amor y lazos inquebrantables.
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Girasoles en invierno
Roman d'amourEl invierno ha llegado con la partida del primer amor pero el brote de uno nuevo nace con el amor propio. La calidez de volver a enamorarse de alguien que lo acepte dará la bienvenida a la primavera. Bastian Higgins siempre supo quién era, lo que le...