12∙♡° Sacramento

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¿Qué tanto se puede extrañar una ciudad? ¿Qué tantas lágrimas se pueden derramar al volver a ver las montañas, los campos de cultivo y el intenso sol?

Visualizar el lugar donde nací desde el avión no tenía precio. En aquel momento me di cuenta que nunca debí de irme de aquí y aunque era muy temprano para ir a mi lugar favorito de la infancia, estaba seguro que era un buen lugar al que ir cuando me recuperara del todo.

—Ya extraño el frío —protestó Sofi mientras me bajaban con cuidado en la silla de ruedas por la rampa del avión privado.

Mi familia había hecho el sacrificio de sacar de sus ahorros para mí pronta recuperación. Tenía que ponerme en marcha para pagarles en un futuro cercano todo aquello que hacían por mí.

—Yo ya extrañaba este sol ¿Verdad que tú también, Bastian?

La pregunta de Fred me sacó una sonrisa. Asentí porque me daba pereza hablar en estos momentos.

—¿Qué tiene de bueno el sol? A este paso me voy a quemar la piel y ni decir que no traigo protector solar.

—Tranquila, Baby. Usa el mío, búscalo en mi mochila.

Los veía conviviendo y jugueteando entre ellos mientras esperabamos a qué bajaran Nana y papá del avión.

Estaba tan ansioso de llegar a casa y volver a mi antigua habitación. No creí que este anhelo fuera a brotar de mi pecho como una necesidad para curar los acontecimientos del año pasado.

También quería llegar a casa para recuperarme del todo y así ir a darles mis condolencias a los Weenkins. Al final, eran amigos desde hace mucho tiempo. Yo había sido amigo de su hijo y tal vez no terminó esto como los dos en un principio queríamos pero me sentía con la deuda de hacerlo.

—Ponte un sombrero hijo, el sol está tremendo —Nana se acercó y colocó un sombrero de espiga en mi cabeza. Le agradecí y ella empujó mi silla de ruedas en dirección al automóvil de alquiler que había contratado mi padre. Otro gasto que ya estaba anotando en mi lista.

—¡Hey! Ese era mi sombrero ¡Me la vas a pagar Fred! —Sofia correteaba a Fred por toda la pista del aeropuerto. Me reí, parecían unos niños cuando estaban juntos.

—Ni crea que le daré la mano de mi hija —dijo mi padre, quién también estaba viéndolos juguetear.

—Él es un buen hombre, papá —susurré y el se acercó más para prestar atención a mis palabras— Además eso solo es una tradición más no una condición, ella puede decidir lo que quiera hacer en su vida.

El chófer del vehículo nos esperaba con las puertas ya listas para subir nuestro equipaje.

—Eres más maduro que yo, Bastian. Y no sabes lo orgulloso que estoy de que lo seas —acarició mi hombro y ayudó a Nana y al conductor a subir el equipaje en la parte de atrás y a mí en la camioneta.

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Girasoles en inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora