Capítulo 7. Hablar es algo bueno.

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Día 10. Tren de las 17:15

—Una de sus... —dijo Luisita sin atreverse a acabar la frase.

—Ha entendido bien, es una de las amantes de Lourdes —la interrumpió ella con rabia mirando por donde había desaparecido la joven.

—Pero, ¿desde cuándo... y cómo usted... pero cuántas de ellas...?

Luisita se esperaba ser mandada a paseo, por eso se volvió lo más discreta posible cundo la morena comenzó a hablar.

—Aurora es una antigua amante... creo... era amiga mía, también enseña en el conservatorio de Boston. Cuando la invité a comer a casa, no creía que también visitaría mi cama y a mi mujer además de la casa.

—¿Hace cuánto que pasó?

—Hace tres años que me di cuenta de que me engañaba, pero honestamente no sé desde cuando lo llevaba haciendo. Fue en la época en la que intentábamos tener un bebé, yo sufría las inyecciones de hormonas regulares, las ecografías, la monitorización. Ya habíamos tenido dos intentos fallidos y decidimos intentarlo por tercera vez esperando que fuera la buena. Yo tenía mi estado anímico desarreglado por la tercera fase de hormonas. Podía pasar de la risa al llanto en cinco minutos, Lourdes estaba cada vez menos presente, y yo me comencé a deprimir en serio, me sentí muy sola con todo aquello. Una sobremesa en que trabajaba, decidí regresar a casa y prepararle una buena comida para disculparme por mis emociones difíciles de sobrellevar y hablar con ella de lo que sentía. Cuál no fue mi sorpresa cuando al abrir la puerta descubrí ropa desperdigada por la entrada. Solo tuve que seguir el rastro de las prendas para dar con mi mujer y Aurora montándoselo en nuestra cama.

Amelia enjugó una lágrima después de su largo discurso y Luisita pudo ver inmediatamente que se debía más a la rabia que a la tristeza.

—Desde ese momento... —dijo inspirando profundamente para controlar las lágrimas y la rabia —Aurora no deja de pedirme perdón, en cuento nos cruzamos intenta entablar una conversación, hace tres años que lo intenta. Me dijo que lo lamentaba, que no comprendía por qué lo había hecho, que yo era su mejor amiga —le salió una risa triste y burlona a la vez —Mi mejor amiga, es bonita la amistad, ¿verdad?

—Es una zorra —dijo Luisita antes de pensar en las palabras.

—¿Quién? —preguntó la morena sorprendida.

—Francamente... Las dos, pero hablaba de Aurora. Lo peor es que intente reanudar el contacto, usted ha sido clara, debería abandonar y respetar su voluntad. No está en posición de esperar nada de usted.

—Gracias.

—¿Quiere... seguir hablando o...? —Luisita andaba sobre un alambre, insegura de la actitud que debía mostrar ante semejante tema.

—Puse a Aurora en la puerta de la calle, apenas tuvo tiempo de recoger sus cosas. Para ser franca, no estoy segura de si estaba completamente vestida cuando le cerré la puerta en las narices. Subí inmediatamente a la habitación donde encontré a Lourdes ya vestida, y corriendo hacia mí. Comenzó a balbucear palabras incoherentes, que me lo iba explicar todo, que solo había pasado una vez, que lo lamentaba, que me quería. Muy rara vez he estado más enfadada en mi vida, más traicionada. Me acuerdo que grité tanto que al día siguiente no tenía voz. Estaba tan fuera de mí que cogí las sábanas, las eché a la chimenea y les prendí fuego. La pelea duró un largo rato, toda la tarde y parte de la noche. Me marché a pasar algunos días a casa de mis padres para pensar, poner todo en orden, desde ese día soportan a Lourdes, pero no demasiado, tengo que poner atención para no imponérsela mucho tiempo.

—Se les entiende, usted es su hija y la quieren.

—Lo sé. Digamos que mi padre puede mostrarse cordial con ella, hace el esfuerzo por mí, pero mi madre es otra historia. Ha amenazado a Lourdes no sé cuántas veces, se encierra en su despacho cuando vamos a su casa. No se lo reprocho, ella es demasiado íntegra, no consigue perdonarla, y aún menos en estos últimos tiempos.

6:22 Asiento 129Donde viven las historias. Descúbrelo ahora