Capítulo 14. Poner en palabras.

2.6K 244 43
                                    

Día 26 Tren de las 06:22

Amelia la arrastró tras ella con loca rapidez, adentrándose en las calles de Boston.

—Amelia, afloja el paso.

—Hay que poner distancia, no quiero que nos busque, es la última estación, tendrá que esperar al próximo tren y no se quedará tranquilita en el andén, créeme.

Habían llegado a la calle donde se encontraba la tienda de lencería cuando la morena se detuvo y se abrazó a ella. Luisita la estrechó esperando que las consecuencias de esa discusión no fueran nefastas para ellas.

—No me puedo creer que se haya atrevido a venir. Con Aurora, encima. No la he reconocido, sé que es impulsiva, pero venir de esa manera, montar una escenita, amenazar... Va a volver todo más difícil.

—Nunca hay nada fácil en un divorcio, algo sé. No vas a pasar por los mejores momentos, pero no vas a poder evitarlos. Y además yo estaré contigo.

—Si toca un solo pelo tuyo, yo...

—No lo hará —la interrumpió suavemente —Si supieras las amenazas que Sebastián me hizo o a María  en su época. Le dijo que la esperaría a la salida del colegio y le daría una paliza. Ella le respondió que se diera prisa en matarla entonces para poder volver y atormentarle. Nunca hizo nada, son palabras patéticas de personas encolerizadas.

La mantuvo pegada a ella un instante más, antes de ver por el rabillo del ojo a su jefa y a su amiga lanzarle miradas desde la puerta de la tienda.

—¿Comemos juntas al mediodía? —dijo Amelia dándose cuenta de la situación y despegándose ligeramente.

—¿Puedo conocer el sitio en donde trabajas?

—¿Te gustaría? —preguntó ella con la sonrisa en los labios.

—Mucho.

—Pues con mucho gusto entonces —dijo cogiendo su móvil —Te mando la dirección, ¿a qué hora acabas?

—A las doce y le voy a pedir a Marina que me deje volver a las 14:00, si para ti está bien.

—Es perfecto. Te esperaré delante de la escuela, es demasiado grande. Hay pequeños restaurantes por los alrededores, o podemos comprar algo y comer algo en una sala que hay para eso.

—¿No es un problemas que tus compañeros me vean?

—Esperaremos a estar solas para besarnos —dijo con expresión pícara —Dado que no he anunciado oficialmente mi divorcio, será mejor no dar la nota en mi lugar de trabajo.

—Por mí bien. Y por cierto, ¿te has acordado de cómo llegar hasta aquí cuando solo has venido una vez en taxi?

Amelia se mordió el labio inferior, prueba de que la respuesta era no.

—Bueno... —comenzó ella —No, yo... una tarde, la semana pasada, tenía una clase de dos horas que fue anulada, entonces tenía... vine a ver y no me atreví a entrar en la tienda cuando te vi con tus amigas.

—¿Por qué?

—No lo sé, miedo de lo que estaba sintiendo en ese momento, de quizás... no lograr controlarme si veía deseo en tus ojos al verme en ropa interior, o quizás de sentirme decepcionada si no lo tenías...

—Entonces te habría costado controlarte.

La joven se puso roja como un tomate y la besó como para sacarse de encima su turbación. Miró hacia la tienda donde dos cabezas sobresalían por la puerta.

—Creo que tus compañeras ya no pueden más.

—Ya lo veo, me van a hacer una super inquisición.

—¿Crees que podemos darle algo para su torticolis?

6:22 Asiento 129Donde viven las historias. Descúbrelo ahora