Prisionero de tu amor

Separados

Separados

Después de desearse nuevamente buena suerte, Harry y Remus regresaron a sus respectivas cabañas. El efecto del Desmaius duraría hasta el día siguiente, y aunque Remus tenía aún su varita para terminar con él, prefirió no hacerlo y esperar. Aun así, ninguno de los dos pudo dormir, pasaron la noche en vela sentados en un sillón frente a la cama donde dormía el hombre que amaban.


Sirius y Severus despertaron casi al mismo tiempo.

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Sirius entreabrió los ojos sintiéndose todavía algo confundido. Lentamente fue adaptándose a la luz del nuevo día que entraba por la ventana y fue entonces que descubrió a Remus sentado frente a él. Las ojeras características del licántropo estaban mucho más marcadas que de costumbre.


— ¿Remus?... ¿Dónde estoy?


Remus no respondió, respiraba nervioso sin atreverse a abrir la boca. No dejaba de mirar a Sirius como si se tratara de un fantasma. De pronto, los ojos confundidos del animago de abrieron sorpresivamente recordando lo sucedido la noche anterior.


— ¡Severus! —gritó poniéndose de pie dispuesto a salir a buscarlo. Remus no lo detuvo, fue tras de él hasta la sala donde su amigo miraba a todos lados—. ¿Dónde está Severus?... ¡Remus, respóndeme!

— No está aquí. —contestó temeroso.

— ¡Eso ya lo sé! ¡Quiero que me digas dónde está! —exigió yendo hacia él para sujetarlo del cuello de su túnica—. ¿Qué le hiciste, porqué desapareció anoche?

— Él no desapareció, Sirius... sólo que tú ya no puedes verlo.


Sirius soltó a su amigo mirándole aterrado, y sin querer saber ya nada más, salió corriendo hacia la puerta, deteniéndose en el umbral al ver que se encontraba en un sitio desconocido, miró hacia un lado y otro pero sólo había playa y mar, nada más.


— ¿Porqué me has traído aquí? —preguntó girándose de repente.

— Porque de aquí no puedes salir, Sirius... hay barreras suficientes para considerarlo casi otro Hogwarts, así que tendrás que calmarte y escucharme.

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Harry veía intimidado como Severus Snape había salido furioso de la cabaña sin siquiera escucharle más que "Tranquilo, déjeme explicarle".


Fue tras de él, sintiéndose culpable mientras el hombre descubría que no sólo habían logrado colocar barreras alrededor de las cabañas, sino un límite que impidiera traspasarlo... Severus iba tentando al aire como si se tratara de una pantomima. Recorrió todo el perímetro en balde, no había un sitio por donde escapar y lo único que alcanzaba a ver era a la nada. Harry guardó silencio cuando lo vio fijar su mirada hacia el este, desde donde estaban sólo veían una gran extensión de playa, pero el Gryffindor sabía que una ilusión ocultaba de la vista a la otra cabaña.


Sintió un dolor en el alma al creer que Severus podía estar presintiendo a Sirius, miraba justo hacia donde él debía encontrarse y bajó la mirada entristecido. Cuando se atrevió a levantarla vio a su ex profesor dirigirse hacia él, su mirada era francamente asesina y giró sobre sus talones entrando a la casa, muerto de miedo, pensando que debía mantenerse lejos de él lo más posible.


— ¡Deténgase, Potter! ¡Ahora mismo! —le ordenó acelerando el paso para alcanzarlo.

— Antes de que haga nada, déjeme explicarle, por favor. —pidió Harry colocándose tras de un sofá al que lentamente le daba vuelta conforme Severus hacia lo mismo.

— ¡Dígame qué es lo que pretende con todo esto!

— ¿Podemos sentarnos? —propuso sabiendo de antemano la respuesta.

— ¡Pero que descarado! —gritó corriendo más rápido hacia él.


Harry también corrió, pero no había mucho hacia donde hacerlo, y cuando menos lo esperaba se vio acorralado en una esquina. Viró rápidamente a mirar al profesor, que al saberlo arrinconado suspendió su carrera, los ojos negros le centellaron de un perverso placer, y fue acercándose lentamente, saboreando el ver a Harry buscando desesperadamente una salida que no tenía.


— Profesor... de verdad, le suplico que me escuche.

— Lo único que quiero escuchar es el modo de salir de aquí. ¡Hable!


Severus había gritado tan fuerte y su aliento pegó de golpe en el rostro de Harry quien se sobrecogió asustado. El corazón le latía demasiado de prisa, el miedo y la angustia que sentía fueron superiores a los que jamás tuvo y de pronto, ya no supo más de él.