Epílogo

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Epílogo




Remus exhaló el aire contenido luego de atravesar la puerta de entrada a Grimauld Place. Era la primera vez que volvía posterior a su plan. No había querido decirle a Sirius sobre esa visita para no preocuparle. Miró a su izquierda notando intrigado la presencia del cuadro de la madre de su pareja, no entendía qué hacía ahí si se suponía que Sirius se había ocupado de mantenerlo en resguardo en una oscura habitación luego de haber conseguido quitarlo del lobby.


Apenas iba a preguntarse el motivo de que hubiera vuelto a su lugar cuando escuchó un ruido procedente de la cocina. Presuroso, antes que la mujer despertara, fue hacia el origen del sonido.


Más se sorprendió al ver a Sirius ahí, sentado a la mesa bebiendo un poco de té. Tenía el ceño fruncido evidenciando su molestia.


— Si creías que era una buena broma, te equivocas, Remus. —gruñó sin mirarlo.

— ¿De qué hablas?

— Recibí tu mensaje en el trabajo y vine de inmediato para acá creyendo que algo te pasaba... pero si en algún momento se te ocurrió que poner esa cosa de regreso en el recibidor me resultaría tolerable, parece que no me conoces.

— Yo no te envié ningún mensaje... al contrario. —respondió sentándose frente al animago—. Iba directo a una entrevista de trabajo con el ex Auror que te mencioné cuando llegó una lechuza con una nota de Severus que...

— ¿Severus? —le interrumpió levantando la mirada, ahora ya sin enfado pero sí con preocupación, aquello no pintaba nada bien—. ¿Qué te decía?

— Que quería hablar conmigo. Pensé que quizá por fin había decidido aceptar mis disculpas, aunque como no tenía muchas esperanzas, tan sólo vine, aunque fuera para seguir escuchando sus recriminaciones.

— Bien, pues Severus no está aquí... Sólo esa cosa. —afirmó mirando la puerta que conducía al lobby, donde el retrato de su madre había vuelto a su lugar—. Quise quitarlo pero tiene un hechizo que impide acercarme. En fin, creo que ando fuera de práctica, y como tú tienes más experiencia en romper hechizos y maldiciones, mejor será que lo quites antes de que despierte.


Remus asintió y ambos se dirigieron al vestíbulo. La señora Black continuaba durmiendo, o por lo menos eso aparentaba, porque cuando Remus sacó su varita apuntándole, sus labios se curvaron en una burlona sonrisa que en pocos segundos ya no pudo contener, los hombros se movieron un poco antes de estallar en una fuerte carcajada que hizo que los dos amantes se miraran sorprendidos.


— ¡Ah, para amante que te has conseguido, Sirius! —exclamó mirando a su hijo—. Cuando me dijeron de tus tendencias, no podía creerlo, pero debí darme cuenta antes... ¡tanto tiempo pegado de tus amigotes no podía traerte nada bueno!

— Remus, deja de perder tiempo y cállala ya. —apresuró el animago.


Remus intentó obedecer, pero nada salió de su varita, y la mujer volvió a reír.


— ¿Qué demonios pasa? —preguntó Remus reintentando el contra hechizo sin conseguir ni una minúscula chispa de su varita.

— ¡Torpe! —gritó la bruja con saña—. ¡Eres un torpe licántropo bueno para nada!... ni cuenta te has dado que esa no es tu varita.


Remus revisaba ya su instrumento mágico, no necesitaba las palabras de la mujer para comprobar que era cierto. Recordó que la noche anterior había usado bien su varita, pero ese día no había tenido necesidad de hacer uso de ella hasta este momento, por lo que no entendía qué pasaba.


— El tipo que me trajo de regreso me dijo que eras un idiota... no se equivocó. —murmuró la mujer mirando desdeñosa al ojimiel—. Me brindó sus condolencias por la decisión de Sirius, ahora veo porqué lo dijo.

— ¡Deja en paz a Remus, madre! —ordenó Sirius sacando su nueva varita, pero no pudo conseguir nada, su hechizo rebotó dejando una mancha quemada en la pared contraria, ellos apenas habían conseguido agacharse a tiempo para evitar terminar siendo las víctimas.

— Además de todo ¡inepto!... gracias al cielo que renunciaste a ser un Black, aún muerta me sigo sintiendo avergonzada. Tu varita tampoco es la misma... Parece que cuando hagan sus porquerías deberían de asegurarse tener a la mano sus varitas.

— Severus... —susurró Sirius comprendiéndolo—... No sé cómo pudo hacerlo, pero creo que finalmente no se quedó con los brazos cruzados.

— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Remus aceptando la conclusión de su pareja.

— Vámonos de aquí... ya hablaré con él.

— ¿Para qué quieres hablar con Severus? —cuestionó frunciendo el ceño con celos.

— ¡Pues para que entienda que no puede jugar con esta mujer, es demoniaco!

— Mejor nos vamos ya, hablaremos en casa.


Remus tomó a su pareja de la mano, pero cuando intentaron salir, la puerta no dio de sí. La señora Black volvió a reír burlona.


— ¿En serio pensaron que sería tan fácil?... ¡Casi me dan ternura!

— ¡Habla ya y dinos qué más hizo Severus! —ordenó Sirius enfrentándose a su madre.

— Dijo que no quería causarme problemas pero que tendría que vivir con ustedes un tiempo, puso verdaderos prodigios de hechizos para que ustedes no pudieran salir de esta casa, tampoco comunicarse con nadie en el exterior... sólo conmigo. —finalizó macabra, y satisfecha de saber que no hacía feliz, ni a su hijo ni a ese hombre que Severus había llamado lobo delincuente.

— ¿Hasta cuándo va a ser todo esto?

— No lo sé, querido hijo. —aseguró mordaz—. Eso, y lo que viene tendrás que averiguarlo tú mismo... Ah, y te advierto que en esta ocasión no podrás ocultarme tras de algún telón, mucho menos esconderte, porque mi voz será escuchada en cualquier rincón de la casa.

— ¡Maldición! —gruñó Sirius—. ¡Si ni siquiera fue mi culpa!

— Lo lamento. —gimió el ojimiel angustiado por el problema causado a su pareja.


Sirius bufó, pero al comprender lo imprudente de su comentario notando la expresión triste de Remus, intentó tranquilizarse.


— Perdona, no he querido hacerte sentir mal. —le dijo cariñoso al abrazarlo—. Te amo, Remus, y si hemos de soportar esto para que Severus se sienta mejor, pues lo haremos juntos... Después de todo, no puede durar para siempre.

— Eso yo no podría asegurarlo. —rió la matriarca Black—. Además, ¿saben qué me da más curiosidad?... saber qué planeó para el traidor, dijo que Potter jamás se esperaría su venganza... algo de ojo por ojo.


Remus y Sirius palidecieron, ahora sí querían salir y evitar a toda costa que Harry saliera lastimado. Corrieron de nuevo a la puerta, dispuestos a derrumbarla aunque fuera con sus propias manos, pero ni bien pudieron tocarla y tuvieron que retroceder víctimas de un torrente eléctrico que les dolió hasta el alma.


— Kreacher travieso. —dijo la imagen en el retrato, aunque no parecía en lo absoluto contrariada.


Remus y Sirius miraron hacia ella y a los pies del retrato apareció el elfo doméstico a quien tanto aborrecía el animago. La criatura lucía orgullosa de su hazaña mientras que los dos magos comprendieron que les esperaba una larga, muy larga estancia en ese encierro.



Prisionero de tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora