La estrategia de Remus

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La Estrategia de Remus




Harry no podía dar crédito a lo que escuchaba, miró a Remus como si tuviera frente a él a un completo extraño, su plan era... inaudito, arriesgado, ilógico. Era demasiado complicado para poder pensar en obtener buenos resultados. Caminó lentamente hacia la ventana por donde podía ver parte del callejón. Remus había terminado de explicarle su plan, su sorprendente plan.


— No creo que de resultado, Remus. —respondió finalmente observando como unos niños se detenían a observar la tienda de mascotas—. Será mejor que nos olvidemos de eso.

— Has llorado como jamás te ví hacerlo ante el solo pensamiento de haberlo perdido... ¿porqué no quieres arriesgarte a hacer algo, Harry?

— Me odiará más. —afirmó bajando la mirada volviendo a llorar en silencio.

— Harry.

— Lo que pretendes, Remus, no va a ayudarnos... al contrario.

— Sé que se pueden molestar con nosotros por un tiempo, pero...

— ¿Molestar? —repitió volviéndose a mirarlo secándose infructuosamente el llanto—. ¡Será más que eso, Remus! ¡El Profesor Snape me detesta, y si hago algo como eso...!

— ¡Tendrás la oportunidad que estabas buscando!

— Te desconozco... lo que me propones no creo que sea correcto.

— ¡Ya no nos queda otra salida, Harry! —exclamó desesperado—. ¡Créeme que si supiera de algo menos drástico no te habría propuesto esto, pero es lo único que tenemos!

— Es que...

— ¿Qué puedes perder, Harry?... Snape no quiere nada contigo ahora, si fracasas todo será igual. Yo sí tengo mucho que arriesgar pues Sirius es mi amigo y podría echar a perder una amistad de toda una vida... pero no pienso quedarme sin hacer nada.

— Entiendo que Snape ya me odie y no pierdo nada con intentarlo, pero... no quiero lastimarlo, Remus.

— No te lo hubiera propuesto si no estuviera convencido de que esa unión es un error. —afirmó Remus sin ninguna duda—. Ellos seguirán discutiendo siempre, se harán la vida imposible hasta que finalmente comprendan que la pasión se acabó.

— Podemos esperar a ver si eso sucede. —propuso con timidez.

— ¿Quieres esperar?... pues hazlo, pero yo no me quedaré viendo como Sirius se deja llevar por un momento de obcecación.


Harry vio como Remus se ponía de pie para marcharse, tenía mucho miedo, su corazón no podría latir más fuerte, le habían ofrecido una oportunidad y él la estaba rechazando... ¿realmente no quería arriesgarse?


— Remus, espera... —le pidió alcanzando a detenerlo antes de que saliera—... está bien... lo haré. ¡Haremos lo que me dijiste y que Dios nos ayude!


Remus sonrió y el chico le correspondió, ambos con una esperanza nacida de la desesperación, ya no querían pensar en las consecuencias ni en nada que les quitara esa tenue ilusión que a cada segundo iba fortaleciéndose como un alud de nieve.



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Unos minutos más tarde, Remus y Harry se encontraban en la entrada del callejón Knockturn, ambos se miraban entre sí dudando en dar un paso hacia aquel siniestro lugar. Tuvieron que correr y fingir que veían un aparador de joyería para evitar que algunos magos tenebrosos que salían de ese callejón los descubrieran. Era imprescindible no llamar demasiado la atención, lo que buscaban ahí podía provocar que fueran descubiertos.


No habían visto bien lo que tenían frente a ellos, pero cuando un hombre alto de aspecto imponente les observaba receloso, Remus supo que no estaban consiguiendo pasar desapercibidos.


— ¿Cuál te gusta, amor? —preguntó a Harry atrayéndolo por la cintura.

— ¿De qué hablas?


Remus hizo una seña para que mirara con detenimiento y Harry se sonrojó al darse cuenta que estaban justo en la sección de los anillos de compromiso.


— Tienes que fingir, Harry. —le dijo Remus al oído simulando una muestra de cariño—. O sabrán que andamos buscando algo más que anillos.


Harry asintió, y aunque se sentía muy nervioso, señaló la primera sortija que se le ocurrió. Como el extraño no se iba y mantenía su mirada en ellos, tuvieron que entrar a la joyería y comportarse como unos compradores cualquiera. A través del cristal del aparador, Harry vio como por fin el mago de aspecto siniestro se marchaba y respiró aliviado.


— Ya se fue... podemos irnos, Remus.


Pero Remus no le escuchaba y veía como tonto un hermoso anillo de oro con un diamante en el centro flanqueado por dos zafiros grisáceos que le recordaban a los ojos de Sirius. Al acercarse, Harry se dio cuenta del brillo de ilusión en la mirada de su amigo.


— ¿Puede mostrármelo? —preguntó Remus a la encargada.

— Remus, ¿qué haces?... ¿piensas comprarlo?

— Es el indicado para Sirius, Harry.

— ¡Pero si aún ni hemos empezado!

— Tendremos éxito... ya lo verás, no tengo ninguna duda.


Harry miró asombrado como Remus solicitaba la medida que usaba Sirius y aunque eso le dejaría sin ahorros, decidió cerrar el trato con la vendedora. Podía ver que la emoción de su amigo salía a raudales por su mirada y su cálida sonrisa, y él también quería sentirse así... olvidándose de miedos y restricciones buscó en los aparadores algo que pudiera regalarle al profesor Snape.


Nada parecía satisfacerle hasta que sus ojos se encontraron con un extraño anillo de plata que tenía grabados antiguos en su interior, la principal razón de que le gustara fue el diamante negro que relucía esplendoroso en el centro.


— ¿Puedo verlo, por favor? —le pidió a la joven que acababa de terminar la cuenta de Remus.


Remus sonrió al ver la elección de Harry, estaba seguro que Snape tendría que agradecer el hecho de que alguien como Harry le eligiera para amarlo. Sin embargo, la emoción que Harry sentía desapareció en cuanto miró el anillo de cerca.


— Es demasiado pequeño... ¿no tiene medidas más grandes?

— Es el único pues éste anillo... —le dijo la vendedora.

— ¿Sabes su medida, Harry? —preguntó Remus.

— No, sus dedos son largos y delgados, pero no tanto... este anillo le iría bien a alguien como de trece o catorce años.

— Déjeme explicarle... —volvió a intervenir pacientemente la encargada.

— Parece que te has fijado mucho en las manos de Snape. —se burló Remus divertido.

— Es que son hermosas. —respondió Harry soñadoramente—. Cuando se pone a hacer sus pociones, las mueve como si estuviera tocando el piano... tan sensuales.

— Ya veo. —rió Remus cuando Harry emitió un suspiro arrebolado

— ¿Me van a dejar explicarles o no? —preguntó la joven interrumpiendo su conversación.


Harry salió de su mundo al escucharla y Remus tuvo que contener la risa que eso le causaba para poder poner atención. Finalmente la joven se aclaró la garganta antes de volver a sonreír y dirigirse a Harry casi con afecto.


— Has hecho la mejor elección de tu vida, jovencito.

— Pero le dije que ese no le quedaría... mejor busco un dije o un broche.

— Si es el elegido, le quedará. —afirmó convencida.

— ¿Cómo?... no entiendo.

— Este anillo tiene un hechizo élfico, por eso los grabados, algo así como la historia de la cenicienta ¿la has escuchado?


Harry asintió mientras que Remus intentaba comprender qué significaba esa palabra que jamás había escuchado en su vida.


— Si te enamoras de alguien y quieres saber si es el elegido de tu corazón para toda la vida, el anillo se adaptará al dedo del que se lo ofrezcas... si no es así, no le quedará, ni siquiera aunque se trate de un joven delgado con las medidas que ahora tiene la sortija.

— ¿El elegido de mi corazón?... eso ya lo sé, no necesito un anillo para eso.

— Para ti puede ser que no signifique nada, pero para tu pareja te aseguro que será lo contrario.


Harry sonrió emocionado sujetando el anillo, ¿de verdad para Snape significaría algo saber la peculiaridad del anillo?


— ¿Puede saber lo mismo él? —preguntó Remus con curiosidad.

— Claro, a veces el anillo nos ayuda a aclararnos... puede saber más de nosotros mismos si nos negamos a la realidad.

— ¿Eso qué quiere decir? —cuestionó Harry intrigado.

— Que si consigues que Snape te lo ponga y te queda, el significado será el mismo, Harry. —respondió Remus ante el asentimiento de la empleada—. Aunque él lo niegue, si siente algo por ti, el anillo se ajustará a tu dedo.

— Dijo algo sobre negarnos a la realidad. —comentó Harry luego de sonreírle a su amigo.

— Es algo que pone un poco en entredicho la veracidad del hechizo. —respondió la vendedora sin darle mucha importancia—. Como bien dijo su amigo, aun cuando no lo aceptemos, la sortija le quedará, y viceversa.

— Pues ahora entiendo la duda... ¿cómo saber quién dice la verdad, el anillo o quien lo coloca?

— Tal vez sólo el tiempo lo dirá. Pero yo confío en el anillo... mi abuelo fue quien consiguió éste en especial y jamás me mintió, a él se lo regaló el mago que lo mandó hechizar con los elfos. Creo que tenía planeado dárselo a su prometida pero ésta murió antes de poder hacerlo. Eso fue hace muchos años, y ya no lo quiso. Mi abuelo tampoco quiso usarlo pero tampoco venderlo, lo mantuvo guardado hasta que murió y me dio su autorización para hacer con él lo que quisiera.

— ¿Lo han probado? —cuestionó Remus.

— Mi madre lo hizo, eso le causó el divorcio con mi padre pues no consiguió que le quedara. —comentó como si nada—. Yo no he querido intentarlo por el mismo motivo, y preferí ponerlo a la venta.

— Tal vez no funciona. —dijo Harry desilusionado—. Si hasta ahora a nadie le ha venido bien, quizá se quede en ese tamaño para siempre.

— No creo, tengo un primo que quiso usarlo, él mismo intentó ponérselo y aunque parecía de su medida, no le quedó.

— Puede ser porque no fue otra persona quien se lo puso. —propuso Remus.

— Es probable. Pero de cualquier forma tiene un diseño único. —aseguró la empleada acentuando su sonrisa—. No encontrarán otro igual, funcione o no funcione el hechizo, y en todo caso, tal vez podamos ponernos en contacto con sus fabricantes y pedir que lo agranden.

— No... creo que me lo llevaré así. —confirmó Harry apretando el anillo contra su pecho—. Es una bonita ilusión de todos modos. Si no funciona, pues lo regalaré con alguna cadena para llevar al cuello.


La vendedora asintió complacida. Remus ya no quiso decir nada sobre sus dudas de haber sido víctimas de un timo, veía a Harry demasiado emocionado, y puede ser que tuviera razón, después de todo, la sortija era hermosa así como estaba.


Como se gastaron todo lo que llevaban, tuvieron que regresar a Gringotts por más dinero. Remus se sentía un poco mal, Harry sería quien pagaría la mayor parte de su idea, y aunque él contribuiría con sus conocimientos, de todos modos, también Harry usaría su magia para que el resultado fuera el esperado.


— ¿Sucede algo? —preguntó Harry cuando estuvieron de nuevo a las puertas del callejón oscuro—. Estás muy serio.

— Te pagaré todo lo que hemos gastado, Harry, yo...

— Remus, si vuelves a mencionarlo te juro que me doy la media vuelta y nos olvidamos de nuestra sociedad en el peor ridículo que vamos a hacer en la historia.


Remus y Harry se miraron por un segundo antes de estallar en carcajadas. Eso aligeró el ambiente consiguiendo que ahora sí se animaran a entrar al callejón sin dudar. Parecían dos niños traviesos planeando su mejor y más complicada travesura, aunque se resistían a pensar que lo que harían era algo mucho más que una simple jugarreta.


Procurando parecer unos simples transeúntes se introdujeron hacia una de las tiendas donde vendían ingredientes para pociones. Remus fue quien se aproximó al mostrador mientras Harry curioseaba, imaginándose a Snape seleccionando lo necesario para sus pociones. Él sabía que era muy meticuloso y que ponía mucha dedicación en obtener y escoger lo mejor. Una idea le vino de repente a la cabeza y fue a aproximarse a donde Remus terminaba de realizar sus compras a un hombre que a Harry no le gustó nada.


— ¿Puede recomendarme algo que sea de mucho interés para un pocionista?


Remus contuvo una sonrisa pero tenía que admitir que Harry iba a saber muy bien como actuar con Snape. Saliendo de ahí recorrieron varias tiendas más, ya se habían olvidado de su nerviosismo y caminaban con mayor confianza entremezclándose con magos oscuros.


Al llegar a la Posada comprendieron que no podían llevar a cabo su plan ahí, era demasiado riesgoso, así que liquidaron la cuenta y se marcharon sin decir a donde. Estuvieron en un hotel muggle por dos días, buscando el sitio propicio donde llevar a cabo sus planes sin ser descubiertos, por fin, Harry encontró un anuncio en el periódico con algo que prometía la solución a todos sus problemas.


— ¿No te parece demasiado caro, Harry?

— Si vuelves a mencionar el dinero te daré un golpe en la cabeza, Remus.

— Es que no puedo dejar de pensar que estás usando lo que deberías guardar para tus estudios.

— No volveré a clases cuando terminen las vacaciones. —le anunció solemnemente.

— Pero...

— No quiero escuchar ni un pero, Remus. Si voy a hacer esto lo haré bien, no permitiré que nada me distraiga.

— ¿Y tu futuro como Auror?

— Ahora no quiero pensar en eso.

— Creo que te estoy llevando por mal camino. —dijo mientras una sombra de tristeza cubría su rostro—. Tal vez...

— No digas más. —le interrumpe de inmediato—. Hemos decidido hacer esto juntos y lo haremos. No se me olvida que puede ser el error más grande de mi vida, pero no daré marcha atrás, así que cállate y vamos a llamar al número que ponen en el periódico.


Remus asintió mientras por un segundo dudaba de si había hecho bien en involucrar a Harry, se sentía culpable por no haber querido sentirse solo en esa locura. Pero cuando vio como el chico llamaba por teléfono para informarse del anuncio, no dejaba de jugar con el anillo que había comprado para Snape sujetándolo muy cerca de su corazón. Comprendió que si él no podía renunciar a Sirius, Harry tampoco a Snape, así que era mejor que se apoyaran mutuamente por si al final también tenían que consolarse el uno al otro.


Al día siguiente, Remus y Harry se habían transportado a una playa desierta y entraban a una de las cabañas que habían rentado, ahí tendrían la seguridad de que nadie les interrumpiría ni descubriría lo que harían a partir de ese momento. Remus instaló un pequeño laboratorio en una de las habitaciones. Colocó ordenadamente todos los ingredientes para pociones en varios frascos e igual iba acomodando calderos y cuanta cosa pensaba utilizar.


Harry le miraba sentado sobre una mesa, sonriendo un poco mientras balanceaba sus piernas, recordando todas las veces que había visto al Profesor Snape preparar pociones. No habían sido muchas, pero recordaba cada una de ellas. Las dos primeras por haber estado castigado, las siguientes, cuando se adentraba a escondidas bajo su capa invisible solamente para mirarlo trabajar. Era un espectáculo avasallador, algo sublime que le hacía relajarse y sentir que cada vez que el pocionista cortaba alguna raíz, su corazón retumbaba con fuerza.


Remus quiso empezar de inmediato y encendió un fuego con su varita colocando un caldero con agua encima. Mientras hervía, fue a sentarse junto a Harry.


— ¿Fuiste bueno en Pociones en la escuela, Remus?

— ¿Dudas de mi capacidad? —preguntó bromeando.

— No, claro que no. —negó sonriéndole—. Sólo quería saber.

— Lo que querías saber es cómo era Snape en el colegio.

— Pues sí. —aceptó sonrojándose—. Platícame de él, por favor.


Remus sonrió al ver que Harry se acomodaba para escuchar un relato que esperaba muy emocionante. Sintió mucha ternura por él y deseó de todo corazón que no fuera a sufrir por causa de esa idea que ahora compartían.


— No tengo mucho que decir, Harry. Nunca fuimos amigos.

— Eso lo sé. Sé que era muy retraído y solitario, pero quiero saber más.

— Bueno, según como recuerdo, desde siempre le gustaron las Pociones. También llevábamos esa materia juntos y pude ver que se apasionaba demasiado, fue el mejor de la clase durante los siete años. También le gustaba Defensa y era bueno, tengo que aceptarlo, pero muy presuntuoso.

— ¿Presuntuoso?

— No es que anduviera diciendo lo que sabía hacer, pero si veía que James o Sirius hacían algo bien, él enseguida se sacaba de la manga algo mejor. Su rivalidad era a todas horas.

— ¿Y cómo era con sus compañeros de casa?

— No sé, casi siempre le veía solo... a veces cruzaba palabra con otras personas, pero jamás tuve ni siquiera la impresión de que sostuviera una amistad con nadie.

— ¿No salió con alguien? —preguntó ruborizándose.

— Que yo sepa no... pero era demasiado reservado, pudo haber tenido sus amoríos sin que nadie se diera cuenta.

— Es probable que sí. —dijo suspirando—. Recuerdo una imagen que vi en el pensadero de Dumbledore... era muy apuesto ¿verdad?

— ¿Dumbledore?

— ¡Snape! —le aclara golpeándole suavemente en el hombro.

— Ya lo sé. —responde riéndose por su broma—. Pero la verdad es que preferiría pensar que Dumbledore era guapo, porque... ¿Snape?. Por Merlín, Harry, o de verdad el amor es ciego o te hacen falta nuevos lentes.

— ¡Pues a mí me lo parece!


Remus se rió ante la indignación de Harry pero ya no tuvo mucho tiempo para seguir platicando, el agua comenzaba a hervir y era tiempo de comenzar a preparar la poción que podría significar su dicha o su ruina.


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Prisionero de tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora