Aceptación

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Aceptación




Al regresar, Sirius se dedicó a cuidar las heridas de Remus, afortunadamente había logrado controlarlo lo suficiente para que no fueran graves, así que tenía la esperanza de que ese mismo fin de semana ya se hubiera recuperado por completo. Cuando despertó, Remus sonrió débilmente al sentir a Sirius a su lado, quiso incorporarse pero todo el cuerpo le dolía por la transformación.


— No te muevas, Remus. —le pidió Sirius ayudándole a volver a acostarse—. Quisiera darte algo para el dolor pero no encontré nada.

— Estoy bien, no te preocupes.

— Te prepararé algo para que comas, pero no te aseguro que sepa bien.


Remus sonrió débilmente, no le importaba que Sirius no fuera el mejor cocinero del mundo, estaba muy contento con contar con su apoyo cuando podría haber decidido retirarle su amistad para siempre.


Casi una semana había pasado desde la luna llena, Severus y Harry solamente se hablaban para lo absolutamente necesario, aunque, en silencio, el chico procuraba que el Profesor tuviera siempre a su alcance lo que necesitaba. Sufría al verlo pasar las horas mirando hacia la nada, anhelando la libertad que le había sido robada, y le desesperaba que Remus no se hubiese puesto ya en contacto.


Al llegar la noche, Harry caminaba de un lado a otro de la barrera. Ese día Severus tampoco había comido casi nada, y ya estaba preocupándose seriamente por su salud.


— Vamos, Remus... ¿qué esperas? —decía golpeando frustrado la barrera.


Pero no sucedía nada. Sacó el aire de sus pulmones y se giró mirando al lugar donde había visto a Sirius reunirse con Severus, recordó su desesperación cuando el animago se marchó dejándole en su prisión... Harry ya no podía permitir que siguiera sufriendo de esa manera.


— ¡Remus! —gritó con todas sus fuerzas, sin importarle desgarrarse la garganta—. ¡Quita la barrera, Remus!


Tres pares de oídos escucharon a Harry y salieron corriendo hacia el patio. Remus y Sirius alarmados ante la desesperación implícita en la voz de Harry. Severus intrigado ante lo que estaría planeando.


— Debo sacarlo. —murmuró Remus angustiado—. Snape puede estarle haciendo algo malo.

— Espera. —pidió Sirius, guarda silencio un momento.

— ¡Pero el tiempo podría ser crucial!


Sirius negó y volvió a pedir silencio esperando no estarse equivocando. Del otro lado de la barrera, Harry se desesperaba al no obtener ninguna respuesta y pateó furioso al aire, consiguiendo sólo lastimarse, pero eso no importó, necesitaba hacer algo para llamar la atención de su amigo.


— ¡Por favor, Remus, sé que me estás oyendo! —volvió a gritar—. ¡Esto tiene que terminar ya, es absurdo, una locura!... ¡Quita las barreras, Remus, ya no quiero seguir!

— ¿Harry? —se escuchó la voz de Remus del otro lado y Harry se apresuró a acercarse.

— ¡Remus, por favor, déjanos salir!

— Lo lamento, Harry, pero no es posible.

— ¡Tú puedes seguir con esto si quieres, Remus, de todos modos ellos no pueden verse, pero tienes que liberar ya al Profesor Snape!

— Harry, no puedes rendirte ahora. —se escuchó decir a la voz de Sirius.

— ¿Sirius?... ¿Cómo me puedes pedir eso?


Al escuchar ese nombre, Severus se acercó unos pasos, pero no llegó hasta el joven quien seguía sin darse cuenta de su presencia.


— Él te ama... —dijo Harry bajando la voz hasta convertirse en casi un gemido—... está sufriendo, tú mismo lo viste esa noche, quiere salir y...

— Quiere huir, Harry, no se lo permitas.

— ¿De qué hablas? —cuestionó desesperado.

— Continúa con el plan que tenías, Harry. Remus ya no se comunicará más contigo, no tiene caso, así que más te vale que ocupes tu tiempo aprovechando la situación.

— ¡Estás loco! ¡Los dos lo están!

— No, Harry... o quizá un poco, pero no remediarás nada renunciando. Yo no volveré con él, y si no haces algo por hacerle ver lo que sientes, entonces se quedará solo... ¿eso es lo que quieres?

— Lo que quiero... es que sea feliz. —gimió sentándose abatido—. Por favor... si lo quieres, aunque sea un poco, si lo llegaste a querer... déjenle libre.

— Voy a romper la barrera. —susurró Remus, preocupado por la tristeza en la voz de Harry— No soporto verlo sufrir y todo es mi culpa.

— No lo hagas. —apremió Sirius sujetando la muñeca de Remus que sostenía la varita—. Confía en mí... ellos sabrán solucionarlo.

— Pero...

— También lo quiero como un hijo y me duele su llanto, pero si les dejamos salir, cada uno se irá por su lado sin tener jamás la oportunidad que ahora tienen.

— Sirius... —rogó Harry nuevamente, apenas alcanzaba a escucharlos, y le dolía demasiado ver cómo su padrino estaba renunciando por completo a Severus, no quería ni pensar cuando éste estuviera libre y supiera que eso estaba pasando.

— Adiós, Harry. —se despidió Sirius—. Cuida de Severus, volveremos a verte en dos semanas, no antes.

— ¡No, esperen, se los suplico, no hagan esto... Sirius, no le hagas esto!


Pero ya no hubo ninguna respuesta, por más que gritó y suplicó, ya no se escuchó ninguna voz del otro lado de la barrera. Desesperado aún más, Harry corrió hacia la playa, empezó a escarbar por la palmera donde había sepultado su varita pero no encontró nada, de todos modos sabía que era imposible conseguirlo sin romper el hechizo de ocultamiento, pero necesitaba intentarlo.


Severus le miró mover sus manos de forma extraña, Harry hacía la arena a un lado y luego volvía a mover sus manos en círculos o simulando explosiones. No dejó de observarle sin entender qué pretendía pues realmente nada pasaba, tan sólo había arena revolviéndose con los movimientos.


Frustrado, finalmente Harry se quedó inmóvil, sentado sobre la arena, golpeando débilmente, aunque aún furioso, el lugar donde se le había ocurrido esconder su varita.


— ¿Qué hace? —le preguntó Snape a sus espaldas.

— Aquí escondí las varitas. —respondió sin atreverse a levantar la mirada—. Pero puse un hechizo para que nadie las encontrara.

— Muy inteligente de su parte, Potter. —comentó mordazmente—. Veo que su amigo le ha abandonado también... Bienvenido a mi prisión.


Harry no respondió, no tenía fuerzas para aclararle que su deseo de salir era sólo por él, para darle la libertad de ir a donde quisiera, de estar con quien quisiera. No se movió de su lugar ni cuando escuchó sus pasos alejándose, solamente se quedó ahí, sin entender en qué estaba pensando cuando se le ocurrió aceptar ese estúpido plan.



Prisionero de tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora