Hay muy pocas situaciones en las que me he sentido nervioso. Detesto pensar que esta sea una de ellas.
Algo tan absurdo y ridículo.
Inhalé y exhalé, todavía de pie frente al edificio que sería mi escuela durante mi último año. Abrí y cerré las manos varias veces antes de caminar hacia la entrada.
El primer día de clases ya es complicado por sí mismo, pero todo empeora cuando eres nuevo. Súmale que no pude dormir bien por el colchón duro en casa de mi tía, donde mi madre me dejó hace una semana.
No busco que nadie sienta pena por mí. A pesar de todo, mi vida es fácil. Solo necesito eliminar a casi todas las personas involucradas en ella.
Mi miedo no era por la escuela. Siempre se me ha dado bien estudiar, tanto que llegaba a ser aburrido. Lo que me preocupaba era encontrarme con la misma clase de inútiles que conocí en mi ciudad natal. La escuela habría sido excepcionalmente sencilla si no fuera por esos malos perdedores que no soportaban quedar siempre por debajo del primer lugar.
Sé que fue inevitable para muchos odiarme. Yo también odiaría a alguien como yo, alguien no solo bueno en los estudios sino también en los deportes. Pero, ¿qué podía hacer? Fue culpa suya nacer siendo unos buenos para nada.
Quien me conoce sabe que ni el estudio ni el deporte son realmente mi punto fuerte. No, lo que mejor se me da es el factor humano: soy excelente en hacer enemigos.
Contra todo pronóstico, logré pasar con éxito la primera fase del día: entrar al salón de clases bajo la atenta mirada de mis nuevos compañeros.
Pese a recibir la atención inmediata de muchos apenas me senté en uno de los pupitres, todo seguía su curso natural. Es cierto que carezco de habilidades sociales, pero podía lidiar con las típicas preguntas curiosas que surgen cuando hay una novedad. Entonces, la chica sentada frente a mí pronunció el conjunto de palabras que más temía.
—¿Cuál es tu segundo género?
La pregunta que nunca he sabido cómo responder, y que al mismo tiempo nunca he tenido la necesidad de hacerlo.
Silencio total. Todos a mi alrededor mantenían la mirada fija en mi boca, esperando impacientes escuchar lo que saldría de ella. El sudor en mis manos aumentó junto al ritmo de mi corazón. ¿Cómo decirles la verdad cuando ni siquiera yo mismo me la creía?
Me hubiera gustado poder prever que mi silencio me llevaría a crear una telaraña de mentiras en la que acabaría atrapado.
Si intento recordar el momento en el que mi vida comenzó a complicarse, el punto exacto en el que la tranquilidad empezó a ser reemplazada por el caos, tendría que remontarme a mis días en la escuela primaria.
Estaba sentado casi al fondo del aula, escuchando a mis compañeros hablar sobre un videojuego que les habían comprado sus padres. En ese momento, la maestra terminó de ordenar unos libros en su escritorio y se puso de pie en el centro, frente a todos.
Todos hemos pasado al menos una vez por ese terrible momento, cuando al maestro se le ocurre decir una de las frases más odiadas del mundo.
—Guarden sus cosas, hoy tenemos un examen sorpresa.
Con eso bastó para que el ambiente en el salón de clases cambiara por completo. Las sonrisas de los niños fueron reemplazadas por ceños fruncidos, pucheros y brazos cruzados; las risas dieron paso a quejas y a sonidos de frentes chocando contra las mesas de madera.
En cuanto a mí, la verdad es que me daba igual.
—Tranquilos —intentó calmarnos la maestra, regalándonos una sonrisa.
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Mi alfa
RomanceSi le dices a alguien que piense en el nombre de un alfa, esa persona automáticamente te dirá el nombre de Liam. Alto, guapo, bueno en los deportes y en sus estudios; siempre ha sido el alfa por excelencia, hasta el día que descubran su secreto.