8

143 14 4
                                    

Preeda debió haberse cansado de hablarle a la pared, así que me dio una hoja con todas sus instrucciones, exigiéndome que las siguiera al pie de la letra hasta que llegara la fecha de mi siguiente cita con ella. Estaba tan abrumado que ni siquiera tuve deseos de replicar.

Me sentía tan perdido. Cualquiera podría pensar que lucía como un loco caminando sin rumbo como un vagabundo, sujetando con una mano mi receta médica mientras que en la otra sostenía una bolsa con unas pastillas prescritas por mi doctora.

Con tan inestable humor, solo había un lugar al que podía ir.

—¡Tiene que ser una broma! ¡Dime que estás bromeando! —gritó Noah tras escuchar todo lo que me sucedió anoche.

—¿Crees que diría algo así por gusto? No seas estúpido.

—Esto no puede ser posible.

Por un momento pensé que Noah era realmente un buen amigo, preocupándose por mis problemas como si fueran suyos. Entonces, decidió abrir la boca otra vez.

—¿Y ahora qué es lo que voy a hac-..? Digo, ¿qué es lo que harás?

Se preocupaba porque realmente eran sus problemas.

No sé qué clase de mirada le estaré dando para que estallara en una confesión innecesaria.

—Está bien, ¡lo admito! Estoy preocupado por mí, sabes que eres mi escudo humano.

Sin embargo, en medio de su confesión pareció haber recordado otra cosa, ya que su expresión cambió.

—¡Es verdad! Liam, estás en la guarida del lobo, ¡literalmente! Tienes que salir de ahí cuanto antes.

—Cálmate de una vez antes de que no pueda aguantar las ganas de golpearte, todo va a estar bien.

—¿Cómo va a estar todo bien? —se quejó—. ¡Tuviste tu primer celo! Ya no eres anormal.

—Yo no creo que realmente haya sido un celo —respondí, desviando la mirada. Ya no quería hablar sobre esto.

—¿Te atreves a dudar aunque te lo confirmó la doctora? —preguntó cruzándose de brazos. Noté que me estaba juzgando con la mirada.

—¿Quién? ¿La misma doctora que durante cuatro años no encontró respuestas a mi anomalía? —me defendí—. Yo ya no me fío de los doctores.

—Liam.

—Solo piensa, Noah, no es tan difícil. El celo normalmente dura tres días y es insoportable. Lo que yo sentí duró a lo mucho diez minutos. ¿Has tenido un celo así?

—Ojalá, todavía no me olvido de hace medio año que...

—Lo ves —lo interrumpí antes de que se fuera por las ramas—. Ahora... —dije mientras extendía mi brazo hacia él—, huele.

—¿Qué? No huelo nada.

—¡Exacto! No tengo feromonas. Todo sigue igual, solo están exagerando.

Por fin sentí que me regresaba el alma al cuerpo. Si bien deseaba estar equivocado, todavía existía la posibilidad de que estuviera esparciendo feromonas aunque no pudiera olerlas. Afortunadamente, no era el caso.

Noah debió haber notado la incertidumbre en mí. No lucía para nada convencido de mis palabras.

—Sigo pensando que deberías mudarte.

—¿Y regresar con mi tía? Olvídalo, primero muerto.

Apenas pude saborear la independencia. No pensaba perderla por un mal diagnóstico, justo como echaron a perder mi vida con el maldito examen de género.

Mi alfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora