Anduvo por tres días buscando trabajo pero nadie quería contratar a un chico apenas legal con una bebé recién nacida. El dinero se le terminó en una lata de leche y botellas de agua, para él solo pudo comprar galletas y nada más. Se sentía tan mal de no poder darle algo de comer al perro pero estuvo más tranquilo en cuanto lo vio jugar con un jugoso hueso; incluso el perro tenía más suerte para encontrar comida.
Todos esos días estuvo durmiendo en la furgoneta, al menos había corrido con la suerte de que nadie lo descubriera. Como último recurso, siguió la dirección del volante que encontró en la calle mismo que ofrecía empleo en una tienda de antigüedades. La tienda parecía estar muy lejos del centro pero aun así no perdió la esperanza y emprendió camino acompañado de su fiel compañero perruno y su sobrina.
Muy cerca de llegar a la ubicación marcada en el folleto, pudo notar la diferencia de aires. Había entrado a la zona más cara de la ciudad, los lujosos rascacielos, las grandes estructuras que fungían como escuela, los locales, las mansiones y los automóviles que pasaban cerca de él se lo hacían saber. Agradeció haberse cambiado de ropa con las únicas prendas que había logrado sacar de su antiguo departamento, aunque sabía que los jeans oscuros, la camisa básica blanca y su vieja chaparra de cuero no le ayudarían mucho a mezclarse con la gente de clase alta. Besó la frente de la bebé recordando que por ella estaba ahí, para darle un lugar digno y seguro donde vivir.
—¿Hola? Buenos días — entró a la tienda dejando al perro afuera. Éste entendió y se quedó sentado cerca de la puerta.
—VOY EN UN SEGUNDO.
Hyungwon asintió mirando con asombro todos los objetos que a simple vista se veían costosos y antiguos. Se detuvo a admirar un enorme espejo rectangular con marco de madera tallada. La bebé se removió incomoda entre las sábanas pues desde la noche anterior no había podido dormir bien y eso tenía preocupado a Won.
—Tranquila, princesa. Tengo que conseguir este empleo o no podré pagar tu leche —susurró arrullando a la menor. Frunció el ceño ante los sonidos roncos que hacía la bebé al respirar.
—¡Hola! ¡Bienvenido a Foxglove Antiques!
Dejó la revisión de la bebé por un rato para conocer a la dueña de la efusiva voz. Una mujer no más de treinta años, muy hermosa, de piel blanca, cabello negro y lacio, le saludó con una enorme sonrisa.
—Hola —susurró un poco intimidado por la elegancia de la mujer.
—¿En qué puedo ayudarte?
—Vengo por el trabajo —dijo mostrando el folleto.
—¡Oh, si! Eres el primero que viene —comentó desanimada. —Los chicos de esta zona no parecen interesados en conseguir empleo, esperan a que sus padres le resuelvan la vida. Por fortuna tú no eres esa clase de chico.
Hyungwon asintió con una sonrisa de labios apretados.
—¿Cuál es tu nombre y edad? —habló ocupando una silla de un bonito comedor de roble para cuatro personas. Con una mano indicó al delgado que se sentara y un poco apenado, Won lo hizo.
—Me llamó Hyungwon y recién cumplí dieciocho.
—Mucho gusto Hyungwon, mi nombre es Lee Sung Kyung —estrechó su mano con el menor. —¿Tienes novia? —sonrió guiñándole un ojo.
—Yo... no, no tengo —susurró cohibido por la pregunta.
—Estoy bromeando, yo estoy felizmente casada —la pelinegra sonrió apuntando los datos del chico. —Eres muy guapo y alto. En lugar de buscar trabajo aquí, deberías estar en medio de una sesión de fotos. Estoy casi segura que tienes un don frente a las cámaras...