El secreto de la colocadora

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Noa se estiró en la cama antes de apagar la alarma. Eran las 5 de la mañana. Se sentó al borde de la cama y se rascó la cabeza, sintiéndose todavía adormilada. Cuando logró levantarse, arrastró los pies por el pasillo hasta la planta baja para prepararse algo de desayuno, moviéndose casi por instinto, con los ojos casi cerrado.

¡Pum!

Noa abrió los ojos inmediatamente. ¿Qué había sido ese ruido? Sintió que su corazón se aceleraba. Caminó de puntillas, intentando no hacer ningún ruido. El ruido había venido de la cocina y estaba convencida de que no podía ser nadie de su familia. Era la única que se levantaba tan pronto para poder ir a entrenar.

¿Y si había algún desconocido dentro de la casa? Cogió lo primero que tenía a mano. Era un cubo de madera con algunas ramas que usaban para colgar las llaves cuando llegaban a casa. Ese sería su arma para defenderse del intruso.

Siendo lo más sigilosa posible, se dirigió a la cocina. Antes de entrar, se asomó, percatándose de que efectivamente había una sombra que se movía. Se escondió de nuevo, intentando controlar su respiración acelerada. Se armó de valor y saltó dentro de la cocina.

—¡Ah!

Los dos gritaron al mismo tiempo. Pero antes de que Noa golpeara al ladrón, se detuvo. Reconoció aquel gritito.

—¿A-Asahi-san? —preguntó confundida.

El chico de tercero parecía aterrorizado. Sus ojos estaban fijos en la mano de Noa, que todavía sostenía aquel objeto de madera. El cabello de Asahi, suelto, le daba un look más salvaje. Noa se preguntaba cómo había sido capaz de reconocer su voz. Si le hubiera golpeado, podía haberle hecho mucho daño.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Siento haberte asustado —su voz temblaba—. Ayer vinimos a estudiar y, bueno... Era tarde y nos quedamos. Quiero decir, Suga y yo. Él también está aquí.

—Oh —fue lo único que se le ocurrió decir. ¿Es que era idiota o algo?

—N-No sabía que tú también estabas aquí. Quiero decir. Sé que vives aquí, pero... No te vi ayer.

Asahi tenía razón. Noa había llegado agotada del instituto. Se levantaba a primera hora de la mañana cada día para entrenar, asistía a las clases, luego tenían el entrenamiento, volvía a casa, estudiaba, comía algo rápido en su habitación y finalmente caía rendida en la cama. Además, la excusa de cenar en su habitación le evitaba tener que pasar mucho tiempo con Daichi, pues las cosas seguían raras entre ambos desde lo de Shirahama.

—Siento si te he despertado, pero es que estaba sediento. No quise encender las luces para no molestar, pero, al final, el remedio fue peor que la enfermedad —el chico se rio de forma nerviosa—. No podía ver bien y me he tropezado con la silla.

—¡N-No me has despertado! —Noa se sonrojó— Me levanto a las 5, incluso antes, todas las mañanas para entrenar algo antes de clase. Después de clase solo podemos tener el gimnasio una hora y media.

—Ah, cierto. Compartís el gimnasio con el equipo de baloncesto, ¿verdad?

Noa asintió.

—Tenemos que aprovechar al máximo el tiempo.

—Nosotros también a veces nos levantamos muy temprano para entrenar.

Un silencio incómodo se estableció entre ambos. Noa jugueteó con sus dedos, no sabiendo qué más añadir. Se sentía muy intimidada por su presencia.

—Puedes... Puedes dormir un poco más antes de ir a clase —le sugirió Noa.

—Ah, sí... Tienes razón. Es pronto —Asahi se rascó la nuca incómodo—. Aunque no estoy seguro de que pueda volver a conciliar el sueño.

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