Capítulo 3: La llegada de la realeza

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ASHER

Clinton era pelirrojo, abarrotado de pecas marrones, muy masculino y viril. Yo tenía buen ojo para los atributos físicos de las personas que me interesaban, así que cualquiera que necesitase de un consejo, acudía a mí. Su contrario era Galilea, quien era afroamericano, sudaba sexo casi literalmente. Bueno, tenía un aura de libido a su alrededor casi palpable. Era en extremo atractivo y apetecible, o así me parecía a mí.

Las chicas me había contado que aquellos chicos eran buenos en la cama, así que, decidido a debatir entre quién era mejor y porqué el otro no, hice contacto con esos chicos hasta ganarme su confianza. Pese al secretismo con el que manteníamos, en aquel entonces, al incidente ocurrido de hace un año; las chicas aún mantenían contactos con el resto que había quedado en el internado, más que todo conmigo. Y es que claro, haber sido parte de La cúspide del Everest había marcado sus vidas para siempre. Hasta este momento en el que estoy contándoles esto, el internado sigue siendo un tema trascendental. Por su antigüedad. Por sus chismorreos. Porque albergó entre sus salones estudiantiles personajes de élite, de toda clase social; estudiantes científicos; inteligentes no sólo académicamente; porque en sus generaciones siempre se repitió un apellido; el mío por ejemplo. Porque hijos de veteranos asistieron a estudiar, como Isaiah, por ejemplo. No sé porqué, específicamente. Había tantas razones. Vivimos en una sociedad que se constituye de estos objetos de atención que a la gente normal le gustaba admirar.

Y luego estaba Charles.

¿Qué carajos pintaba Charles en el internado? Ni puta idea. ¿En que estándares entraba Charles? ¿Quién era y por qué era —o sería— importante o popular?

Herman Hesse una vez dijo, "las personas con carácter y valentía siempre parecen siniestras a los ojos de los demás". Charles nos parecía a todos, en un concepto simplificado, extraño. Muy extraño. ¿Era una persona de carácter fuerte? Eso no estaba bajo cuestionamiento, mostró valor al momento en el que Isaiah lo golpeó, analizó la situación: sabía que si le devolvía en puñetazo iba a perder, así que se contuvo, así que se aguantó, y canalizó toda la fuerza que le quedaba en el cuerpo para no irse de bruces contra el piso debido al alcoholo y poder irse de ahí con la poca dignidad que le quedaba. Steve vió esto con satisfacción, como si estuviera presente en una satírica obra de comedia donde su archienemigo no era más que un payaso de circo. Nhatalia y yo nos quedamos perplejos, atónitos, no pudimos efectuar ningún movimiento o sonido, y nada salió de nuestras bocas. Dejamos que Charles se fuera hasta el culo con el alcohol y tambaleándose de la embriaguez, hasta que Nhatalia actuó con agresividad —algo muy impropio en ella— y cogió a Isaiah por el cuello de su camisa.

—¡Hijo de puta!

—¡Suéltame, Nhataniel!

Me calenté de la rabia, pero no podía hacer más que ver e intentar separarlos. Sin éxito. Nhatalia estaba como poseída por algún espíritu enviado por el demonio, y estaba roja de la rabia. No hubo peleas abiertas ni puñetazos de golpe cerrados, sólo una confrontación extraña que explotó entre ellos debido a tanta tensión guardada que tenían desde hace un tiempo. Isaiah fue acorralado en la mesa de bar, por lo que su columna debía estar sufriendo algún tipo de daño, su rostro estaba contraído en una mueca de profunda molestia, y cogía las manos de Nhatalia entre las suyas.

—¡Esto no te concierne! —bramó Isaiah—. ¡Suéltame!

—¡¿Cómo te atreves a lastimar a una mujer?! ¡¿Quién carajos te crió, que te hizo un pedazo de mierda machista?!

—¡No era una mujer, era un hombre! No te dejes engañar por la apariencia de... ese. ¡Asher, deja de grabar, maldita sea!

¿Qué yo qué?

Somos puntos en la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora