Capítulo 26: La ironia de festejar un nacimiento

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Capítulo 26: Punto de quiebre

"LA IRONÍA DE FESTEJAR UN NACIMIENTO"

Charles

Descubrí a Isaiah llorando en la noche de nuestro viaje fallido.

Por mi culpa.

Él no me dijo nada, pero yo sabía que era así.

¿Saben por qué?

Porque no he sido más que un problema para los demás.

—Déjame solo, Charly... —susurró a través de la puerta. El baño hacia un eco a su susurro triste—. Sólo estoy un poco triste. Y quiero sentirme triste estando solo.

Es decir: "vete".

Oía el sonido de la lluvia del grifo caer, muy seguramente, sobre el cuerpo desnudo de Isaiah. Sabía que era su manera de lidiar con las cosas. Le gustaba sentirse limpio, quizás, porque la pulcritud y la higiene le recordaban a su mamá. No lo sé. Jamás me lo ha dicho. Lo que sí sé... es que odio que se sienta triste. Me hace sentir impotente. Quiero hacer retroceder el tiempo, y poder corregir lo que fuera que haya hecho mal. No quiero equivocarme nunca, quiero ser perfecto para él a un nivel inquietante.

Me quedé sentado a un lado de la puerta sintiendo el peso de la culpa en mis hombros. De verdad quería llorar. De verdad quería explotar. No puedo soportar los errores, las equivocaciones, las pérdidas de tiempo, el confort, la comodidad. Todo eso lo aborrezco y me genera muchísima ansiedad. Sé lo que están pensando: se supone que fuiste a un psiquiátrico, se supone que diste frutos de que estabas mejor, y por eso te dejaron salir. Yo también me preguntaba lo mismo.

Sabía que estaba atravesando el proceso de sanación de los abusos.

El primer paso: reconocerse como víctima.

No quería aceptar que usaron mi cuerpo a su antojo porque era demasiado indignante... "No te pudiste defender", "pese a las terapias, los abusos siguen ahí", "das asco, alejate de Isaiah, aléjate de todos", "sabrán que sudas el esperma de tu padre". Me cubrí la cara con las manos. Sentía tantas cosas... que ni siquiera las puedo describir. A un lado de mí estaba la ventana y lo que representaba mi libertad, mi eutanasia, mi respiro, mi descanso; y detrás, estaba el amor que no creí merecer, un futuro prometedor, una descendencia preciosa de infantes morenos o también pelirrojos; una casa a las orillas de la playa, felicidad, hacer el amor todos las veces que quisiera, reír cada día de mi vida, tener a alguien que me abrace cuando quiera llorar, y más importante: alguien que pese a las oportunidades que ha tenido jamás me ha hecho daño.

Esa ventana tenía ojos y una sonrisa. Podía ver desde mi lugar la cara de Rudolf, mi padre. Él me veía con altivez, con amargura, con odio, con burla. Sé lo que estaba pensando. Quería que yo muriera. Quería acabar mis sueños. Quería que dejara a Isaiah atrás, saltara al vacío, y me quedara con el remordimiento de consciencia de jamás haber podido vivir porque alguien más (llamado Rudolf) lo quiso así.

Me miré las manos.

¿Tú también lo pensaste demasiado, Félix? ¿Qué sentiste al dejar a Isaiah atrás? Pensaste que no había solución, ¿cierto? Creíste que nada iba a cambiar, y... ¿Yo lo creo también? ¿Nada cambiará para mí? Pero, si el hombre en el que confío, está dispuesto a darme el mundo si es que quiero... ¿Realmente lo hará? Me reí estando ahí sentado a las tres de la madrugada mientras miraba la luna hermosa que me había acompañado siempre.

—Madre... —susurré a la luna mientras lo veía—. Soy un idiota, te pedí ayuda y me la estás dando, y aún así para mí no es suficiente. ¿Qué es lo que quiero, entonces?

Somos puntos en la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora