Capítulo 7: La venganza es roja

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La venganza no sólo es dulce
también es como un orgasmo


Ser gay no estaba mal, ¿por qué piensas que sí, Isaiah? Mal están las personas como tú, que ejercen violencia a favor de sus actitudes violentas adaptadas a través de esa inseguridad social que a ti te aplastaba. Mal estaba tu comportamiento, no tus preferencias sexuales. Mal estabas tú cuando pensaste que otras personas te "obligaron" a ser como te volviste. Que erróneo. Nadie te volvió agresivo, simplemente dejaste de ser tú mismo, y le diste a la sociedad el poder de decidir en tu vida.

La autenticidad de tu existencia es más valiosa que cada perla del mar. Eres tan único como una huella dactilar. Ellas lo prueban, no hay más personas como tú, ¡¿por qué no decirlo, Isaiah?!

No entendía a la sociedad, ni a ti, ni a Asher, ni a Nhatalia. ¡¿Por qué demonios no se expresaban?! ¿Por qué ocultaban tantos secretos?

A vista de los otros estudiantes, eran simplemente la perfección encarnada. Claro, menos Nhatalia (tampoco entiendo por qué). Ya me había dado cuenta de la transfobia en la que cohabitaba Nhatalia y me disgustaba un montón.

Porque sí, Asher era atractivo, un descendiente podrido en dinero del famoso linaje Dostoyevski; un apellido influyente que por generaciones habían sido parte del Everest, su hermana mayor incluida. La parte que no se veía a simple vista era su incansable necesidad por llamar la atención, por ser el centro de todo, y que por dentro, guardaba tanta inseguridad acerca de su verdadera valía. Porque tenía que existir una razón por la que no se le declaraba al deportista estrella, ¿no? Alguien que no estaba acostumbrado al rechazo había descubierto que había alguien inmune a sus encantos. «¿De verdad soy lindo?» Quizás se preguntaba.

O Isaiah, aquel que por tres años consecutivos había sido seleccionado entre la categoría juvenil en básquetbol como uno de los mejores. Medallas de plata. Algunas medallas de oro. Una novia hermosa de cabello castaño, largo, también adinerada. Isaiah Dilvela, hijo de Hendryk Dilvela la mano derecha de Hayley Varcone, la directora, orientadora y dueña del Everest. Isaiah, al que le gustaban las personas de su mismo sexo biológico (pene), es decir, un homosexual; y que aún estaba en esa cosa llamada "closeting" que se suponía que era cuando las personas LGBTTTIQA+ se negaban a descubrir su sexualidad al mundo. Aquel que debía de pelear para demostrar su ‘hombría’, su inexistente heterosexualidad, su ‘valor’.

Y por último Nhatalia, aquella quien por muchos años estuvo en el "clóset" actuando y vistiendo en contra de su verdadera expresión de género. Porque sí, generalmente, la mayoría de las personas (no todas) expresan su género (hombre, mujer, ninguno, ambos) según los patrones establecidos por la sociedad (lo que conocemos como estereotipos: masculinidad, feminidad). Yo no estoy en contra de los estereotipos sino de lo que esto representaba: imposición, opresión, desigualdad y discriminación. Todo aquel que no concordara con ellos era extraño, y eso no estaba bien.

Debido a esto, Nhatalia se vestía antes como lo que conocemos socialmente como ‹masculinidad›: perfumes de ‘hombres’; ropas azules, negras o blancas, holgadas, sin accesorios ni brillantina. Jugaba básquetbol, lo que le desarrolló hombros prominentes y músculos prominentes en el resto del cuerpo. La trataban como ‘él’. A simple vista era el varón más privilegiado. Y no era feliz y seguramente se sentía prisionera de su propio cuerpo. Ahora, luego de que su vestimenta cambió, apareció el maquillaje, apareció un perfume femenino, apareció su apropiación de su pronombre correcto, que le encantaba, que le hacía feliz. Mas, para la sociedad, esto no era suficiente.

Isaiah por el contrario, aún tenía miedo de arriesgar la imagen que deseaba causar, creía que iba perder la aceptación de otras personas, y que eso, iba a significar la peor decisión de su vida. Esto desde luego incrementó la ansiedad asociada a la incertidumbre sobre las reacciones de los demás y en esas circunstancias se sintió en una encrucijada: expresar o no expresar, no ceder o dejarse llevar por los demás. Bajarle los pantalones alguien o no bajárselos.

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