Capítulo 2: Como si necesitara escapar

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¿Quién?

Avenida "Nuevo Sol", a unos pocos kilómetros de la residencia Camino Real

La luna nos seguía desde ese cielo imposiblemente negro y estrellado. ¡Cuánto me gustaría ser una estrella! Coexistir con la soledad, la tranquilidad; ser mi propio amigo y mi confidente, al único en quien puedo creer y que puede creerme. Yo pensaba que encontraría eso en un misterioso planeta hecho de queso, aquel al que obviamente iba a llegar un día.

Noche tras noche aquel deseo me embargaba como un sueño casi lejano pues tenía consciencia de lo difícil que sería tener una vida lejos del planeta Tierra, sin agua, oxígeno y propenso a perder la cordura debido a la marcada soledad que me arroparía; pero no podían culparme... Era mi sueño desde niño por muy fantasioso que pudiera sonar.

Y quizás nadie lo comprendería si lo dijera en voz alta y quizás era por eso que callaba, siempre callaba. Mis sueños, mis pensamientos, mis innumerables cuestionarios; aunque Hayley, mi madre, me presionaba para que hablara con ella, estableciéramos conversaciones significativas y "le confesara lo que pensaba en realidad".

Según ella, yo era de esos adolescentes de miradas enigmáticas y que te prometían mil cosas para decir. Hayley era tan cálida como el sol después de una noche particularmente fría. A diferencia del contacto físico con otras personas, para mí, los abrazos de mi madre eran extrañamente familiares y cómodos, pero eso no quería decir que los deseara. En lo absoluto. De hecho, los detestaba y rehuía de ellos cada momento que tenía oportunidad.

Al otro lado de la ventana se podía apreciar como íbamos dejando atrás a animales callejeros de cuerpos volátiles, de diversos colores y, libres, verdaderamente libres. En cambio, yo estaba ahí, en el automóvil de mi madre quien me llevaba muy feliz (pero en contra de mi voluntad) hacia un antro privado, donde los estudiantes con los que iba a comenzar a estudiar dentro de poco, estaban haciendo una fiesta para... ¿divertirse?

Claro...

Porque... ¿qué es de la adolescencia sin un poco de diversión...?

Dicho sea entre suspiros cansados.

—Te portarás bien —sentenció mi madre. Como siempre, sus palabras eran expresadas con un tinte cantarino y dulce. Empalagoso—. ¿De acuerdo? Me llamas si quieres volver, pasaré a buscarte enseguida o...

—Déjalo, madre —pedí, apretando las manos que descansaban sobre mis piernas.

Mis manos estaban sudando, temblando; quería rascar mis muslos para tener algo qué hacer, pero por casualidad de la vida aquella noche llevaba pantalones en vez de faldas y vestidos.

No podía evitar sentirme ansioso. El solo pensamiento de encontrarme con gente desconocida, me abrumaba.

¿Podré hacerlo? Eso no estaba fuera de dudas. Pero, ¿cómo lo iba a hacer? ¿Lo haré de la forma socialmente correcta? ¿Acaso la autenticidad de mi existencia era socialmente aceptada, al menos? ¿Ocasionaré problemas? ¿Me sentenciarán por mi aspecto físico y mis expresiones de géneros?

No lo sé.

—Sobreviviré. —Aunque sí sé que estaba decidido a sobrevivir—. Soy un chico fuerte. ¿No es eso lo que piensas de mí?

—¡Pero, claro! —convino ella, como si eso era lo que hubiera querido decir desde siempre—. Eres el chico más fuerte que he conocido. Solo que me preocupa que no hables tanto como lo hacen los chicos de tu edad. Si hay algo que te aqueja, solo tienes que decírmelo o expresarlo al menos, tu cara no puede decirme nada si la dejas así, con tus ojos caídos y tus comisuras hacia abajo. La adolescencia es una alegría, pequeño ángel.

Somos puntos en la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora