𝐋𝐮𝐠𝐚𝐫𝐞𝐬 𝐝𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐦𝐢𝐭𝐞𝐧 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞𝐬

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     Desperté, mirando a un cielo despejado y con solo el sonido calmado de las olas fluyendo

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Desperté, mirando a un cielo despejado y con solo el sonido calmado de las olas fluyendo. También podía divisar una vela improvisada con una tela gris de uno de los confederados. El ardiente sol me nublo la vista por un instante, en el que vi una figura femenina. Traté de incorporarme de inmediato pero pronto sentí un profundo dolor en mi hombro derecho. Mire hacia el lugar, incapaz de volver a sentarme, pudiendo ver que tenía un vendaje improvisado con otra tela y de la que estaba manchada de sangre.

—Despertaste.

— ¿Annabeth?—susurré a la figura.

Me levanté como pude y para mi desilusión, vi a Clarisse, orientando la vela para avanzar en zigzag.

— ¿Dónde está Tyson? ¿Annabeth...?

—Lo siento, Jackson. —me dijo desviando la mirada.

Un profundo dolor me atravesó en el pecho, no de una manera física pero igual de dolorosa. Había visto como aquella explosión destrozaba el hierro blindado. Era poco probable que mi hermano haya sobrevivido a pesar de que resistía el fuego. Y mi querida Annabeth, si la explosión no la mató, entonces habría muerto en el violento choque de las olas. Quería retener aquella tristeza pero me era en cierta forma imposible. Lágrima tras lágrima, fueron cayendo en el mar que resplandecía en un tono verdoso extraño.

—No lo reprimas.

— ¿Qué?—le pregunté.

—Si algo he sabido, es que nunca es bueno guardarse el dolor. Muchos héroes han sufrido por eso. Pero no te desahogues ahora, podrás llorar después de que terminemos esto.

Fruncí el ceño y apreté mis puños, apenas conteniéndome de saltarle encima y molerla a golpes hasta matarla. El mar se agitó un poco cuando me levanté mirándola con toda mi ira.

— Cállate...

—No lo dije por ser insensible.

— ¡Entonces no deberías abrir la boca!

— ¡Te lo digo porque te necesito enfocado, carajo!—reprendió—Ninguno podrá sobrevivir a esto solo...

—Lo dice la chica que no quería compañía. —respondí sentándome, dándole la espalda.

La escuché suspirar frustrada, antes de que un silencio contundente nos cubriera. Pero no mucho tiempo antes de que volviera a oír su voz.

—No quería que vinieran, eso es cierto. —dijo—Mi orgullo me obliga a no pedirle ayuda a alguien, sin importar lo que dijo el Oráculo. Pero no quería arriesgar a perder la misión, todo para no defraudar a mi padre. No quiero volver a sentir que no soy suficiente...

Regresé mi mirada hacia ella.

—Todos los dioses son malos padres...de un modo u otro. —recalque.

𝐋𝐄𝐆𝐀𝐃𝐎 𝐃𝐄 𝐂𝐑𝐎𝐍𝐎𝐒: El Mar de los MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora