𝐄𝐥 𝐚𝐬𝐜𝐞𝐧𝐬𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐫𝐚𝐲𝐨

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     ¿Cómo te sentirías si supieras que es tu destino morir en determinado lapso de tiempo? Bueno, la respuesta de casi todos bien podía ser bastante lamentable

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¿Cómo te sentirías si supieras que es tu destino morir en determinado lapso de tiempo? Bueno, la respuesta de casi todos bien podía ser bastante lamentable. Aun cuando todos parecen disfrutar de la paz y la tranquilidad en el campamento, algo en mi mente me impedía enfocarme en el ahora.  Me hacía despertarme en la noche, sudando y exaltado, más aparte de sufrir aquellas visiones y pesadillas que nosotros los semidioses tenemos. No sabía dónde buscar consuelo, además de que sabía que alterar a mis amigos sería contraproducente.

Así que me refugié en los establos. Cada mañana iba y cuidaba de los caballos y los pegasos. Desde que regresamos, Quirón fue promoviendo las carreras y todos sonaban mucho más entusiastas en competir. Entre ellos, estaba mi hermano Tyson. Él junto con Annabeth participaría en la carrera, siendo él el que pelearía mientras que ella manejaría las riendas. Ante aquella energía positiva de mi hermano, simplemente no me pude negar ayudarlos a modificar el carro y atender a los caballos. Además, tendría que verlos entrañar como locos con el fin de ganar la carrera y no hacer labores domésticas.

Poco me importaba ya. Aun así, la mayor preocupación era el por qué no me sentía asustado. Solo...vacío. ¿Cuántas veces se necesita estar al borde de la muerte para que ya no me afectara? ¿Acaso tengo algún significado más allá de ser una herramienta que cumple una función para el destino? ¿Tengo un libre albedrío aunque sepa que no podré cambiar nada?

—Sabía que te encontraríamos aquí —dijo una persona a mis espaldas.

Mire hacia atrás y pude ver a dos personas. Uno era Hermes, vistiendo un típico uniforme de cartero. Sin embargo, la otra persona, que apenas le llegaba a la cintura al dios mensajero, era muy enigmática. Parecía ser una niña, como alrededor de unos ocho años. No pude estar muy seguro porque tenía un velo que le cubría el rostro y ropajes marrones. Además parecía andar descalza cuando ella y Hermes se acercaron a mí.

— Señor Hermes.

—Hola, Percy. ¿No me reconocías sin la ropa de deporte?

—Bueno, en cierto modo me parecía algo obvio si me lo pregunta —respondí.

El atlético dios bajó sus hombros y optó una pose de derrota. Ciertamente se me hacía cómico viniendo de un dios que tiene muchos siglos de existencia.

—Parece que era verdad tu sentido del humor —dijo esta vez la chica.

La voltee a ver y no supe por qué pero en cierto modo sentí una oleada de calma y tranquilidad. Además de un calor tenue, como el de la fogata del campamento. La miré con mayor detenimiento y pude ver que sus ojos resplandecían como el fuego, pero era más calmado y sutil que Ares. Tras un segundo, comprendí rápidamente quién era ella.

— ¿Hestia?

Ella sonrió al oír su nombre.

—Es un gusto conocerte formalmente —me dijo.

𝐋𝐄𝐆𝐀𝐃𝐎 𝐃𝐄 𝐂𝐑𝐎𝐍𝐎𝐒: El Mar de los MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora