Jamás había imaginado cuanto dolor físico soporté en mi vida. Desde pequeñas cosa como el haberme caído de las escaleras o haberme tropezado hasta literalmente ser cortado con una espada de bronce hasta desangrarme en el verano pasado. Sin embargo, eso se llevaba con creces el primer puesto. Era como si me estuviesen sumergiendo en ácido y tan solo podía gritar de la impotencia de no poder hacer nada para evitarlo. Mi cabeza era llenada con toneladas de imágenes y conocimientos. Pensaba que algún punto me iba a volver loco de remate.
Aunque el dolor parecía ser constante e insoportable, de pronto todo terminó. Las imágenes para nada horripilantes de pronto me transportaron a un nuevo lugar. Presencié un paisaje que solo podía ser en sí mismo un utopía de la era antigua. Todo el verdor del pasto decoraba cada paso en el que distintas personas andaban. Los árboles que abundaban estaban por doquier, de diferentes formas y tamaños, cada uno dando frutos frescos y aptos para deleitarse con su sabor. El sol irradiaba de buena forma el lugar, dotándolo de una iluminación perfecta y calor solo presente en la fogata del campamento. El cielo estaba despejado y resplandecía en un azul perfecto como el de una playa.
Pero lo más extraordinario de todo eran las personas que rondaban en el lugar.
La piel de estos seres resplandecía en un aura similar al oro y los notaba bastante porque todos andaban desnudos. Sin embargo no llegaba a incomodarme. Quiero decir, ¿cómo podría? Eran joviales, sin ninguna imperfección y paseaban tranquilamente. Algunos, los más jóvenes, se divertían persiguiéndose los unos a los otros. Por otro lado, los más adultos platicaban, nadaban en lagos o simplemente yacían acostados en el paso contemplando el paisaje mientras comían frutos de los alrededores. Todos tenían una expresión relajada y feliz, como si nada los hubiese perturbado en su vida.
—Hermoso, ¿no crees?—sonó una voz a mis espaldas.
Rápidamente me di la vuelta, como si esperara ser atacado. Mis ojos se posaron en un hombre de cabello negro rizado y una barba puntiaguda y larga, además de medir al menos unos tres metros de altura. Tenía unos ropajes griegos de color blanco y portaba en su mano una majestuosa hoz que irradiaba un poder que a hacia parecer como si todo lo que cortara era intoxicado con oscuridad y deterioro. Sin embargo, lo que más miedo me dio fueron aquellos ojos dorados que irradiaban un gran poder.
— ¿Qué?—respondí retrocediendo un par de pasos.
—Es fácil perderse en las lagunas de la memoria, de tiempos pasados gloriosos. Momentos en los que nada más importaba, solo estar relajado y disfrutar de las simples cosas de la vida. Nada de guerras, nada de violencia desmedida, hambruna o enfermedad. Todo en el pasado era mucho más simple.
Caminó lentamente hasta estar enfrente de mí.
—Una verdadera Edad de Oro, mi época de reinado. —concluyó.
Tan rápido como el relámpago del mismo Zeus, pude comprender perfectamente el significado de aquellas palabras. Aquel hombre era la inédita esencia del padre de los olímpicos, el titán del tiempo, Cronos. Aquel paisaje era el inicio de la humanidad, le época que describía Hesíodo en sus pasajes. La Edad de Oro, cuándo los humanos vivían como los mismos dioses, cuando solo había paz y prosperidad.
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𝐋𝐄𝐆𝐀𝐃𝐎 𝐃𝐄 𝐂𝐑𝐎𝐍𝐎𝐒: El Mar de los Monstruos
FanfictionSolo su fuerza podrá salvarlo de lo que se aproxima... Perseo Jackson, tras sobrevivir su anterior verano, se embarca en otra peligrosa y enérgica aventura mitológica por encontrar lo que anteriormente solo había encontrado por el famoso Jason y sus...