EL SUEGRO

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Durante la semana siguiente, busqué la forma de descubrir si el asunto había sido olvidado. El temor hacía que la idea fuera y volviera de mi cabeza. Toda vez trataba de convencerme de que había sido apenas uno más de tantos temas tratados, que ya había sido superado.

Cierta tarde, al concluir nuestro día de trabajo y regresando del campo, nos encontramos con un Ford Taunus reluciente estacionado en el jardín de la casa. Andrés comenzó a actuar de un modo extraño. El rostro se le puso tenso.

—Está mi suegro —dijo.

Primero no entendí cuál era el problema, pero de inmediato me daría cuenta de la situación en que me encontraba.

—Era compañero de mi viejo en el ejército —agregó—. Él es quien está a cargo del regimiento de Lanín y toda la logística de esta parte de la frontera.

Se me heló la sangre.

Estaba más que claro, era una señal más que evidente de que nuestra conversación en la cueva no había salido de su mente.

Volví a hacerme el desentendido.

—Ah... Bueno... Cenen tranquilos, en familia. Yo no los molesto, me voy a la cabaña.

Me miró de soslayo, como sopesando qué decir o cómo actuar.

—Dale. El tipo es insoportable —se excusó.

Me despedí con un gesto estudiado y pretendidamente casual, mientras me adelantaba con el caballo y reparaba en el automóvil y en las figuras de la familia moviéndose tras los cortinados de la casa.

Era indiscutible lo que ocurría. La verdad andaba rondando por su cabeza. Durante toda una semana se lo había guardado. Quizá no me hubiera dado cuenta si su suegro no hubiese aparecido esa tarde. Y aun así, había tratado de ser discreto. ¿Sería esa su manera de decirme que podía confiar en él, que estaba dispuesto a ayudarme y, en cierto modo, a protegerme? No resultaba fácil confiar en nadie, no después de lo que había vivido, de lo sucedido con mi tío. ¿Me llevaría una sorpresa al día siguiente? ¿Debía prepararme para lo peor? Una salida podía ser hablar claramente con él, contarle la verdad; buscar su complicidad y un compromiso de discreción hasta que pudiera marcharme, pero por más que le diera vueltas a la idea, sabía que no me animaría. Lo mejor para los dos era que todo siguiera como hasta ese momento. Ambos fingiendo que no sabíamos nada, pasando por alto cualquier sospecha.

Otra vez la inseguridad, la incertidumbre.

¿Cuánto de la verdad creería saber? Por aquel entonces, lo mejor era no saber nada, porque eso también representaba peligro, para mí, para él, para toda la familia. Era una situación horrible, por la que ya había pasado. El peso de la culpa era demasiado grande para mis veinte años; más de lo que podía manejar.

En una semana se cumpliría mi primer mes en Escondido.Después de recibir el dinero de mi salario, iba a tomar una decisión. Debía servaliente. Si ya circulaban los ferris me marcharía de la manera en que habíaplaneado. Sus vidas seguirían como habían sido hasta mi llegada. El tiempoterminaría borrando mi paso por Escondido. Me llevaría conmigo ese y mi otrosecreto. El que como un fuego me consumía cada día y ocupaba buena parte de mispensamientos. Una fantasía absurda, parida por las hormonas en ebullición de unchico inexperto que jugaba a convertirse en adulto.

MIENTRAS BUSCABA PERDERMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora