Andrés recibió con los brazos abiertos a la niña que, de un salto, se trepó a su cuello, mientras el perro, de largo pelaje oscuro y una mancha blanca en hocico y pecho, brincaba alrededor de ambos. Con ella en brazos y el animal a su lado, se acercó hasta la mujer y la besó en la mejilla. Me sentí incómodo, como si hubiese presenciado algo que no se suponía que debía estar mirando. Aún sentado dentro del vehículo, bajé la vista para que no percibieran mi indiscreción. De nuevo era aquel extraño que nadie conocía.
"Ella no tiene idea de que yo vendría", pensé.
Me sentí un intruso. Una vez más, la timidez me dominaba y no me permitía pensar en cómo debía actuar.
—Hola —escuché decir a la niña desde el lado externo de la camioneta.
Todavía era demasiado baja para alcanzar la altura del hueco de la ventanilla, así que me bajé del vehículo para saludarla. Andrés seguía hablando con la mujer, quizá explicando mi presencia inesperada.
—Hola —le dije agachándome frente a ella.
Era extremadamente bella, muy pálida.
—Soy Isabella.
—Hola Isabella, soy Santiago.
—¿Sos amigo de papá?
—Sí, es un amigo de papá —interrumpió Andrés, acercándose a nosotros junto a la mujer, que caminaba a su lado.
Al escucharlo me puse de pie. Isabella me sorprendió tomando con su pequeña mano la mía.
—Santiago, te presento a Enrica, mi esposa. Enrica, él es Santiago. Nos va a estar ayudando con las tareas del campo esta temporada; aunque todavía no hemos hablado bien de cuánto tiempo se va a poder quedar.
—Mucho gusto —saludé a la señora estrechando su mano.
—El gusto es mío, te podés quedar todo el tiempo que vos quieras, eh —dijo ella—. Estás en tu casa, y la ayuda siempre es bienvenida.
Enrica era una mujer menuda, de figura delicada; aunque eso no la hacía ver frágil. Había apretado mi mano con fuerza, parecía de espíritu intenso. Su pelo era castaño y caía hasta la altura de los hombros. También tenía los ojos claros y miraba con franqueza y amabilidad. Isabella debía de haber heredado la belleza de sus padres, era el balance perfecto de ambos.
Descargamos todo lo que traíamos en la parte posterior del vehículo. Enrica me invitó a cenar con la familia. Aunque al principio me negué, la insistencia de Andrés primero y de la niña después me indujeron a aceptar.
Por dentro, la casa era más grande de lo que uno podía suponer desde el exterior. Aunque no era lujosa, se notaba que la familia debía tener un muy buen pasar económico. Todas sus paredes eran blancas y los pisos de cerámicas color terracota. Había detalles de madera oscura y azulejos azules y blancos distribuidos en diferentes rincones. El interior del techo también era de madera, aunque en un tono más claro, mientras que las enormes vigas que sostenían su caída a dos aguas eran del mismo color que los detalles de las paredes.
La mesa estaba servida en un amplio comedor y, aunque no hacía frío, unos leños ardían en la gran boca de una chimenea que dominaba ese cuarto. El perro se había echado enfrente, quizá por costumbre; allí debía pasar largos ratos en invierno.
—Sentate al lado mío —dijo Isabella mientras su madre ponía un plato adicional, cubiertos, servilleta y otro vaso en ese lugar.
—Parece que tenés nueva amiga, Santiago —dijo Andrés dibujando su sonrisa.
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MIENTRAS BUSCABA PERDERME
RomanceSi tuvieras que optar entre poner a salvo tu vida y vivir tu más grande amor, ¿qué elegirías? Han pasado 20 años y Santiago vuelve a Ruca Curá, un lugar al que juró que jamás regresaría y al que había llegado por primera vez a finales de la década d...