Cuando llegamos al club encontramos a Andrés apoyado en el mostrador de la cantina charlando muy animado con una joven de cabello moreno no mucho mayor que yo. Resultaba obvio que ella le estaba coqueteando, lo hacía de manera bastante descarada. En el lugar no había mucha gente. Al ingresar, uno se encontraba con un gran salón que se llenaba de los gritos de un bullicioso grupo de jóvenes que jugaba al billar. En la otra esquina había seis ancianos abstraídos en una partida de truco y una persona que salía hacia un patio contiguo. Aquel sitio parecía detenido en el tiempo, tal vez en los años cincuenta. Poseía techos altísimos y, debido a los pocos muebles que había dentro de él, aparentaba ser más grande de lo que realmente era. Tal vacío provocaba que cualquier sonido reverberara en un pequeño eco.
Isabella corrió hasta su padre, que la tomó en brazos e hizo que saludara a la joven con un beso.
—¿Dónde estuvieron? —preguntó Andrés al acercarme a ellos.
—En la playa, papá.
—Qué bien. ¿Ya sabés cuándo te vas? —no podía faltar su sarcasmo.
—Cuando se me dé la gana —le contesté queriendo parecer gracioso, tratando de hacer evidente que el chiste era una bandera de paz.
Su respuesta fue una mirada cargada de mordacidad.
Isabella nos contempló a ambos con picardía.
—Cuando yo diga se va a ir —lanzó con su voz aguda.
Nos divirtió la ocurrencia y reímos, inclusive la chica que estaba al lado de Andrés y no había sido incluida en la conversación. Supuse que, en su empecinamiento por no separarse de él, quería formar parte de nuestra charla. La miré con cierta antipatía para provocarle incomodidad. Ni se inmutó.
—Hola, soy Guillermina —se presentó, dándome un beso en la mejilla.
—Qué tal. Yo soy Santiago —le contesté con desgano.
—Nos vamos a sentar a aquella mesa —señaló Andrés—. ¿Qué quieren tomar?
—Un submarino —se entusiasmó Isabella.
—Una Coca Cola.
—¿No querés una cerveza? —se extrañó él.
—No tomo alcohol.
—Estos niños... —se burló, moviendo la cabeza en desaprobación. Luego se dirigió a la joven, que resultó ser la camarera—. Yo sí sigo con la cerveza.
Nos sentamos a una mesa circular, la más alejada del salón, tratando de escapar del bullicioso billar, cuyos jugadores, para colmo, se habían intrincado en una riña cruzando acusaciones de una supuesta maniobra tramposa.
—¿Entonces, no te vas? —retomó Andrés.
—Por ahora no.
—La pucha... Le voy a tener que pedir al nuevo "peón" que no se presente mañana —imitó la manera en que yo había hablado más temprano.
"Qué vivo es", pensé.
Había entendido todo lo que me pasaba. Me sentí un estúpido, lo que le sigue a avergonzado. Había quedado expuesto. Sonreí aceptando su expertise. Me animó saber que era capaz de leerme con tanta facilidad, tal vez sí existía aquella bendita conexión que yo intuía o anhelaba. En realidad, esa lectura mutua no era algo raro de suceder, solíamos interrumpirnos terminando la frase que el otro estaba a punto de decir o, ante la tentativa de alguno de ocultar lo que le provocaba pudor, el otro comenzaba a reírse, dejando en claro la inutilidad del intento.
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MIENTRAS BUSCABA PERDERME
RomanceSi tuvieras que optar entre poner a salvo tu vida y vivir tu más grande amor, ¿qué elegirías? Han pasado 20 años y Santiago vuelve a Ruca Curá, un lugar al que juró que jamás regresaría y al que había llegado por primera vez a finales de la década d...