Hormonas en ebullición. No había otra manera de explicar lo que me estaba pasando. Trataba de negarlo, me odiaba cada vez que surgía una idea que me desviaba de lo que correspondía, de lo que estaba correcto. Mis bajos instintos siempre estaban al acecho. Mi cuerpo, mi cabeza y mis ojos parecían tener voluntad propia.
Una tarde, en que había almorzado solo en la cabaña, apareció él con su camioneta.
—¿Vas a dormir la siesta? —preguntó.
—Tal vez...
—Dale, no seas fiaca, agarremos el bote y vayamos a pescar —hizo un gesto rápido con su cabeza en dirección al lago.
—No sé pescar.
—¿Cómo que no sabés pescar?
—No, no sé; nunca lo hice. Además, me da miedo porque tampoco sé nadar.
—¡¿Cómo que no sabés nadar?! —esto pareció sorprenderle mucho más que lo anterior.
—No, no sé, Andrés.
—¿Pero vivías adentro de una caja fuerte en Buenos Aires?
—No... Qué sé yo. Nunca tuve una piscina, era pobre; no tenía amigos que tuvieran y tampoco tenía un lago para aprender a nadar como tuviste vos.
—Bueno, ¿qué querés aprender primero? —preguntó, trayendo su ya conocida mirada.
—¿Me vas a enseñar a nadar? —ironicé.
—Una hora y después vamos a pescar.
—Estás loco, el agua debe estar helada...
—¿Y qué tiene? Mirá el calor que hace —dijo levantando sus cejas, como hacía cada vez que se sentía dueño de la razón y que no había manera de contradecirlo.
Traté de disuadirlo, más por vergüenza que por otra cosa. Aunque sabía que no podría hacerlo cambiar de idea. No había conseguido desanimarlo cada vez que quería hacer una carrera con los caballos, que terminaba aceptando a regañadientes, sabiendo que quedaría rezagado. Tampoco cuando me exigió cocinar empanadas para todos después de que durante un almuerzo dejara escapar que era casi lo único que sabía hacer en la cocina. O cuando se le ocurrió que condujera su camioneta después de todo un día de lluvias y, por supuesto, terminamos empantanados por mi falta de destreza al volante. Parecía que le divertía desafiarme.
—No tengo traje de baño —le dije, probando un último recurso.
—Yo tampoco traje —contestó entrando en la cabaña.
Lo seguí para terminar de disuadirlo, pero lo descubrí quitándose las botas y listo para desvestirse. Tiró la camisa arriba de una silla y comenzó a bajarse el pantalón. Miré para otro lado sonrojado.
También me di cuenta de que estaba parado casi en el mismo lugar que unas noches antes, cuando había venido a visitarme en uno de mis sueños. En esa ocasión, había entrado a la cabaña mientras dormía, se había parado a centímetros de donde se encontraba ahora y también había comenzado a quitarse la ropa, lentamente, como suele ocurrir en las películas. Sin decir nada, sin producir sonido alguno. En la ensoñación, yo era un espectador de lo que ocurría, porque podía verme acostado inadvertido de su presencia. Él se fue acercado, con cuidado para no despertarme, y, levantando apenas las sábanas, ubicó su cuerpo desnudo junto al mío. "¿Es esto lo que querías?", susurró junto a mi oído y apoyó la piel tibia de su estómago sobre la de mi espalda también desnuda. "¿Es en esto que pensás cada vez que te quedás mirándome?", insistió mientras sentía su hombría endureciendo, desafiando mi cuerpo virgen. "Sí, Andrés", le respondí con la respiración entrecortada, intentando darme vuelta para poder besarlo. No me permitió hacerlo. Volvió a ponerme de espaldas, mientras daba un chistido largo con sus labios pegados a mi nuca. Pude sentir como, con sumo cuidado, había empezado a entrar en mí. Todo ocurría sin contratiempos físicos, por lo que descubrí que aquello no podía ser verdad, pero no me importó. No quería que terminase, no quería que se detuviera. Qué más daba si todo era una fantasía; sabía que ese era el único modo en que podría tenerlo.
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MIENTRAS BUSCABA PERDERME
RomanceSi tuvieras que optar entre poner a salvo tu vida y vivir tu más grande amor, ¿qué elegirías? Han pasado 20 años y Santiago vuelve a Ruca Curá, un lugar al que juró que jamás regresaría y al que había llegado por primera vez a finales de la década d...