UN CIELO VACÍO

249 44 16
                                    


Cada minuto que transcurría dentro de aquella celda parecía eterno. El tiempo se había detenido. De algún modo, lo prefería así; no quería que aquel policía apareciera de vuelta tras esas rejas. Es extraño el modo en que puede actuar nuestra mente cuando nos encontramos en una situación límite. Primero, la repetición incansable de los hechos que me habían llevado hasta ese momento. Mi tío, mis compañeros, Andrés. Andrés, mis compañeros, mi tío. Una y otra vez las mismas imágenes, los mismos pensamientos. Era como si mi cabeza hubiera estado buscando obtener un final distinto para los mismos acontecimientos. Me vi frente a varios futuros posibles. Como en esos libros infantiles donde dependiendo de la decisión que tomemos a pie de página llegaremos a un desenlace distinto. Allí estaban, diferentes destinos potenciales. Todos escritos. Aguardando una decisión mía, de la policía o de Andrés para tornarse reales. Todas eran posibilidades asustadoras. Pero la más dolorosa de todas era en la que terminaba contándole a Andrés todo lo que me estaba ocurriendo. Al escucharme, se convertía en otra persona, me hacía sentir su repulsión por mis sentimientos. Me exigía que me fuera, que desapareciera para siempre de su vida; maldecía el momento en que nuestros caminos se habían cruzado. Y yo no quería perderlo. Prefería cualquier cosa antes que eso.

"¿Puede nuestra vida carecer de sentido, si no tenemos a quien le ha dado todo el sentido a estar vivo?"

Entonces, me pareció alucinar al escuchar su voz en lejanía. Estaba confundido. Ya no lograba distinguir la realidad de mis desvaríos. ¿Era Andrés el que gritaba por demás alterado? ¿Era real ese alboroto de voces que discutían?

Era él, estaba allí.

—¡Herrera, ¿qué hiciste con el chico?!

—¿Qué chico, Williamson?

—¡Sabés muy bien qué chico, no te hagas el pelotudo conmigo!

Hubiera podido reconocer esa voz entre millones de otras voces. Sentí el impulso de hacerle saber dónde me encontraba para que viniera a sacarme de aquel lugar inmundo. Me contuve. Era mejor esperar, eso podía empeorar las cosas. Tenía que ver cómo se sucedían los hechos y solo intervenir si presentía que estaba a punto marcharse sin que le hubieran revelado mi arresto.

—¿Qué pasa, Andrés? —reconocí la voz del comisario.

—González, ¿dónde metiste al pibe?

—¿Qué tenés que ver vos con ese puto?

Se produjo un silencio.

—Es mi amigo —respondió Andrés—. Trabaja conmigo, no tenían por qué llevárselo de donde le había pedido que me esperara.

—Tu amigo estaba metiéndole mano a otros machos.

—¿Sí? ¿Quién te lo dijo? ¿Herrera? Habría que ver si no era él quien andaba manoseando a esos tipos...

—¡¿Qué decís, pelotudo?! —intervino el otro policía.

Se escuchó un tumulto, como si se hubiera iniciado una riña o se hubiesen corrido violentamente algunos muebles.

—¡Basta, señores! —intervino el comisario—. Andrés no te pases, si no querés terminar encerrado también.

—¿Ah, sí? ¿Me vas a meter en cana? ¿Serías capaz de hacerle eso al hijo de tu mejor amigo?

—¡Por tu viejo no lo hago!

—Y pensar que estás donde estás gracias a él... Y tampoco te olvides la que me debés a mí, González. ¡Soltá al pibe!

—El pibe se queda acá. Tenemos que recibir unos informes que pedimos sobre él a Buenos Aires.

—¡Santiago se va ahora conmigo, González! Sabés que te puedo cagar la vida si quiero...

MIENTRAS BUSCABA PERDERMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora