Llegamos a la cabaña. Detuvo la camioneta aún sin pronunciar palabra. Cuando apagó las luces me di cuenta de que toda esa oscuridad que nos rodeaba también estaba dentro de nosotros. Bajé del vehículo sintiendo cada dolor del mundo en mi triste cuerpo. Caminaba hacia la puerta de la casa cuando vi que Andrés se alejaba en sentido contrario, estaba yendo hacia el muelle. No habíamos hablado. A esa altura, me preguntaba si alguna vez volveríamos a hacerlo. Entré. Precisaba darme un baño. Tratar de asimilar lo que había pasado.
Aun después del largo tiempo que había permanecido bajo la ducha intentando quitarme de encima toda la suciedad que sentía que cargaba, él no había entrado. Supuse que estaría enojado o que se habría marchado sin despedirse. Miré a través del ventanal y vi que seguía sentado en el muelle. Inmóvil, mirando hacia el lago. Quería ir con él, pero decidí respetar su distancia.
El contraste entre la luz interior y la negritud externa hizo que mi imagen se reflejara en el vidrio. Hasta entonces había evitado mirarme. Nunca había tenido el pelo tan corto, parecía un enfermo, un desahuciado. Mi rostro evidenciaba la golpiza. Estaba hinchado, lleno de moretones y todavía había restos de costras de sangre endurecida alrededor de mi boca y de mi nariz. Ninguna de todas las peleas que había tenido de niño me había dejado tantas marcas. Casi no me reconocía.
Me senté un momento. Estaba intranquilo. No sabía qué tenía que hacer. Traté de pensar, pero me sentía tan confundido que ni siquiera fui capaz de ello. ¿Qué estaba haciendo él en el muelle? ¿Por qué no se marchaba si lo que quería era alejarse de mí? Me levanté. Volví a la ventana. Seguía allí, con las rodillas flexionadas, rodeando las piernas con sus brazos y la cabeza hundida en medio. No pude aguantar otro minuto de incertidumbre, decidí enfrentarlo.
El crujir de las maderas del muelle anunció mi llegada. No hizo nada, no se inmutó.
—¿No me vas a hablar más? —le pregunté.
Se tomó un tiempo en revelar el rostro y mirarme. Se quedó observándome un instante. En un par de oportunidades presentí que estuvo a punto de decir algo, pero lo suprimió. En sus ojos ya no veía rabia, parecían más bien tristes, preocupados.
—Mirá lo que te hicieron —balbuceó.
Me senté a su lado.
—Cuando uno es bello, nada le sienta mal —bromeé, tratando de traer algo de nuestra rutina a esa noche.
Resopló por la nariz, dejando escapar un reproche. Me miró otra vez.
—No seas nabo, te podrían haber matado a golpes —dijo.
—Yerba mala nunca muere... —no parecía escucharme.
—Por mi culpa te podrían haber matado.
—¿Qué decís, Andrés? No fue tu culpa.
—Tu pelo...
—Ya te dije, cuando uno es bello...
—Basta, Santi —me interrumpió—. Esto es serio.
Volvió a mirar hacia el lago.
—Me asusté, ¿sabés? Pensé que no te iba a ver más.
—No fue para tanto —traté de tranquilizarlo—, fue una simple pelea.
—No es necesario que mientas más —giró hacia mí—. Por favor, te pido que no me mientas. Si realmente me aprecias, no lo hagas. No más mentiras.
—¿En qué te miento, Andrés?
—Siempre supe que había algo que ocultabas, no me importaba. Pero até cabos y creo que, si la policía hubiera pedido esos informes a Buenos Aires, no te hubiera podido sacar tan fácil de la comisaría. Y por Dios que no hubiese soportado cargar con esa culpa.
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MIENTRAS BUSCABA PERDERME
RomanceSi tuvieras que optar entre poner a salvo tu vida y vivir tu más grande amor, ¿qué elegirías? Han pasado 20 años y Santiago vuelve a Ruca Curá, un lugar al que juró que jamás regresaría y al que había llegado por primera vez a finales de la década d...