Hicimos una parada antes de salir del pueblo. Él se bajó de la camioneta sin decir nada y yo me quedé esperando sentado en el interior del vehículo. Casi no habíamos hablado, lo que me provocaba cierta incomodidad. Tenía una sensación parecida a cuando llegás por primera vez a un lugar en el que todo el mundo se conoce y vos sos el extraño al que nadie presta la más mínima atención. No sabés si debés hablar o quedarte en silencio. Si acercarte a alguien o solo quedarte ahí, parado, deseando que cualquiera llegue hasta vos y te haga sentir bienvenido.
Ignoraba qué lugar era ese en el que nos habíamos detenido. Todo era nuevo para mí. Se me ocurrió, por el frente del edificio, que podía ser un club deportivo. Quizá fuera "el club" del pueblo, uno de esos lugares donde se desarrolla la única vida social que suelen tener los pequeños poblados del interior del país.
Unas pocas personas pasaron caminando junto a la camioneta, siempre las mismas miradas de extrañeza al verme. Hacía un poco de calor dentro de la cabina, por lo que bajé la ventanilla para dejar entrar algo de aire fresco. El arrullo de las palomas dominaba el ambiente como cada tarde a esa hora. Eran casi las tres, el momento en que el pueblo se vaciaba porque todo el mundo se iba a dormir la siesta. Las calles quedaban en silencio y la naturaleza circundante parecía ser la única presente en el lugar. Eché una mirada dentro de la cabina, todo estaba reluciente. El tablero, que era blanco como el resto del vehículo, contrastaba con el color negro del tapizado de cuero sobre el que estaba sentado; allí adentro apenas había vestigios del polvo típico de los caminos de la zona. La alfombra del piso parecía haber sido aspirada, aunque debajo de los pedales de conducir había dos grandes huellas de tierra seca. Imaginé las enormes botas del dueño dejando ese rastro después de haber pisado por accidente un poco de barro. Lo imaginé maldiciendo al darse cuenta de que estaba arruinando lo que había limpiado antes de salir de casa.
Frente a mí, a unos centímetros de mis rodillas, estaba la guantera. Debí resistir la tentación de abrirla para ver qué escondía dentro. Es que no había nada demasiado personal en ese habitáculo, nada que me contara un poco más sobre ese hombre; apenas una limpieza casi perfecta, que me hablaba de alguien ordenado, metódico y cuidadoso.
Una nueva mirada hacia afuera.
Otra hacia la parte vacía del asiento.
Volví a toparme con el aparato de radio, que estaba apagado y que sabía que si lo encendía aligeraría algo de ese aburrimiento, pero supuse que él podía ser de esas personas a las que no les gusta que toquen sus cosas. Una vez más reparé en la guantera. La tercera fue la vencida. Abrí solo unos centímetros la tapa tratando de ver hacia adentro. Nada interesante: un manual con el logo azul de Ford, un sobre de plástico negro, de esos típicos para guardar los papeles del auto, un paño franela y un pequeño plumero. Decepcionado, la volví a cerrar. Apoyé mi cabeza contra el respaldo del asiento y, sin darme cuenta, la monotonía que me envolvía y el cansancio previo me fueron induciendo al sueño.
Me sobresaltó el ruido seco y metálico de una puerta al abrirse. Era él, que sonrió al ver que trataba de disimular la siesta. Se disculpó por la demora, al tiempo que tomaba posición frente al volante.
—Bueno, ahora sí, nos vamos —dijo con cierto entusiasmo.
—No hay problema, ¿precisa que lo ayude con algo más?
—No te preocupes, pasé solo a saludar a unos amigos.
Nos pusimos en marcha en dirección suroeste, hacia las montañas.
Cuando me di cuenta, ya habíamos dejado Ruca Curá atrás. La ruta serpenteaba entre las laderas rocosas y una de las orillas del lago. Hacia la derecha podía ver el embarcadero, estaba tan desolado como cada vez que había estado allí, los mismos cuatro barcos atracados. Íbamos avanzando en ascendente y, a medida que nos separábamos del nivel del agua, la vista se tornaba más y más grandiosa. La luz solar acariciaba y entibiaba mi rostro, volviendo a causarme cierta somnolencia. Una brisa suave invadía el interior desde mi ventanilla abierta y jugueteaba con mi cabello. Se podía escuchar el sonido del caucho rodando sobre el asfalto, también algunas aves lejanas que, aunque busqué, no logré divisar.
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MIENTRAS BUSCABA PERDERME
RomanceSi tuvieras que optar entre poner a salvo tu vida y vivir tu más grande amor, ¿qué elegirías? Han pasado 20 años y Santiago vuelve a Ruca Curá, un lugar al que juró que jamás regresaría y al que había llegado por primera vez a finales de la década d...