DESEO

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El sexo nunca había sido un punto importante para mí. Durante mi adolescencia no fui como el resto de los chicos, que solían andar con la testosterona a niveles altísimos todo el tiempo y lanzándose encima de cuanta mujer se le cruzara. En cambio, yo siempre había sido muy tranquilo en ese sentido, no era que no sintiera curiosidad por el tema, sino que nunca tuve prisa por experimentarlo. Las veces que lo había practicado con mis novias ocasionales me había resultado satisfactorio, lo disfrutaba. Pero no me nacía estar haciéndolo todo el tiempo.

En Escondido, una vez que había superado la etapa de negar lo que era cada vez más evidente, me vi inmerso en otra peor, en la que vivía renegando de mí mismo, no solo por sentirme atraído hacia ese hombre, sino por lo difícil que me resultaba manejarlo. Debía tratar de evitar un problema. En el momento en que se diera cuenta de que ya no lo miraba como a un amigo, lo perdería para siempre.

Pero cómo se controla un deseo tan profundo, que te invade y que se apodera de tu mente, de tus músculos, de cada célula de tu cuerpo. Que te empuja al contacto físico, aunque sea el más mínimo, como chocar los hombros al pasar o rozarle el dedo meñique al tomar algo que te está alcanzando. A veces, cuando me encontraba solo en la cabaña, me sorprendía mirando hacia la puerta, esperando que se abriera y que entrara él, no importaba la hora. En las contadas oportunidades en que su llegada me tomó por sorpresa, mi corazón se disparaba, me ponía nervioso y me comportaba como el más torpe.

Los momentos que compartíamos habían sido capaces de revertir mi pesar añejo y característico. Él tenía la capacidad de rescatarme de los más oscuros y deprimentes rincones de mis pensamientos. Nunca había reído tanto.


Aquella noche recorrí el oscuro camino entre la casa principal y la cabaña deseando que él hubiera propuesto caminar conmigo. Aunque la soledad era una de mis eternas compañeras y nunca me hubiera molestado estar solo, por el contrario, lo promovía; eso también estaba cambiando. Buscaba excusas tontas para encontrarme con él, quería saber qué hacía cuando no estaba conmigo. Aburrido, me preparé un café. Pensé que si hubiera tenido una botella de whisky, me lo hubiera servido. No bebía alcohol, pero sentí la necesidad de emular a los protagonistas de las novelas policiales que usan esa bebida para ponerse reflexivos. Me senté en el sillón de afuera, tomando la taza con ambas manos para poder sentir en las palmas el calor que emanaba de la loza, la noche estaba un poco fresca y esa sensación me resultaba reconfortante. Miré hacia el cielo.

"Allí está Sirio y allí el Triángulo Astral", recordé.

Sonreí. Deseaba más que nada que estuviera sentado a mi lado, igual que esa otra noche. Y que cada noche fuera similar, que se convirtiera en el ritual previo a acostarnos, juntos, abrazados hasta quedarnos dormidos. Tomar un café, charlar un poco, hablar de poemas, hacer el amor, convertirnos en esos matrimonios que llevan muchos años juntos y que han desarrollado una rutina sin quererlo, que repiten ceremonialmente cada día hasta que terminan dándose cuenta de que no podrían vivir sin llevarla a cabo.

Ese momento del día, previo a la cama, se había vuelto de los más abrumadores. Ya todo lo era. Cada cosa parecía agigantarse en aquel rincón solitario. Percibí que mi bebida se había enfriado y que no había tomado ni la mitad de la taza. Volqué lo que restaba en la pileta de la cocina y decidí que me prepararía para tomar un baño y disponerme a dormir. Abrí las puertas del ropero, busqué con la mirada y tomé una remera limpia del estante. Revolví el cajón de la ropa interior buscando un bóxer cómodo, cuando lo vi: el slip que Andrés había dejado colgado en el baño después de mi primera clase de natación resaltaba con su blancura entre las telas envejecidas de mis calzoncillos. Lo tomé y lo acerqué hasta mi rostro. Me descubrí oliéndolo, buscando un poco de su aroma. Me excitó pensar que mi boca estaba justo en el lugar en que su sexo había estado. La prenda estaba limpia y no poseía vestigios de él, pero no importaba. La froté contra mi boca como si estuviera haciéndolo con su propio cuerpo. Cerré mis ojos y lo imaginé conmigo. Sin pensarlo, llevé la prenda hasta la ducha. Jugué a que por primera vez nos bañábamos juntos. Visualicé que eran sus manos y no el agua las que me recorrían. Comenzaba por mi cabeza, seguía por la nuca, paseaba por mi espalda. Apreté el slip contra mi miembro erecto, como lo hubiera hecho con él si realmente hubiese estado allí. Imaginé que sentía el suyo desafiándome. Supuse lo delicioso que debía ser estar dentro de él, al tiempo que mis manos apretaran y acariciaran el volumen de su pecho, lo tomaran por la cintura. Imaginé sus gemidos, pidiéndome que siguiera, que no osara detenerme; pidiendo para sentirme en su interior. "No pares, quiero ser tuyo". No me detuve hasta que sentí mi cuerpo estremecerse al alcanzar el orgasmo.

Suspiré profundo y me apresuré en concluir el baño, ya casi no quedaba agua caliente. Lavé la prenda y volví a dejarla colgada de la canilla de la ducha. Debía acordarme de guardarla por la mañana y evitar que pudiera verla. No tenía intenciones de devolvérsela.

Me preparé otro café, precisaba volver a templar mi cuerpo. La ducha y el sexo imaginario me habían quitado por completo el sueño. Caminé descalzo sobre las maderas desgastadas del piso, me gustaba esa sensación rústica. Llevaba puesto un bóxer y una remera. Busqué un viejo suéter que Andrés me había regalado porque ya no lo usaba y, aunque me quedaba enorme, me gustaba ponérmelo cuando estaba en casa. Sentí que había refrescado más o el cambio de temperatura después del baño me lo hacía parecer, por lo que encendí un par de leños en la chimenea. Me senté a la mesa y abrí mi cuaderno de notas. Mientras pensaba, apoyé el talón desnudo en el borde de la silla. Sentía la necesidad de escribir. Me llevé la parte trasera del lápiz a la boca, lo mordí, dudé un momento y escribí: Deseo. Decidí que retomaría aquel poema que había descartado una vez. Apoyé la carbonilla sobre el papel y esperé. Al cabo de unos instantes, las palabras comenzaron a surgir, una tras otra, casi sin el menester de buscarlas:


Dulce veneno en los labios,

Fuerza que arrastra hacia lo profano.

Arde mi cuerpo en deseo.

Deséame tú...

De la manera en que te estoy deseando.

Ámame en soledad,

Siente en la ausencia mi piel,

Mi perfume, mi calor.

Que tu mano sea la mía

Acaríciate buscándome.

Anhela, sueña, espera;

Hay un momento cierto.

Ya voy... ¡No!

Quiero que me sigas deseando.

Siénteme en la boca,

Sobre tu espalda.

Suplícame por más.

Quiero ser la fiebre

Que tu interior va quemando.

Deséame otra vez...

De la manera en que te estoy deseando.

Piénsame, niégame.

Ódiame por ser el que te está embargando.

Acaríciame de nuevo;

Adivina mi cuerpo en ti.

Sostén la respiración,

Que se detenga el tiempo.

Experimenta lo que yo siento.

Aún no hay prisa.

Así, despacio...

Sé que un día te poseeré.

En cuanto eso, vamos...

Deséame; así,

Desde lo más profundo,

Con furia, con desenfreno,

Casi diría amando;

De esa manera en que hoy

También yo te estoy deseando.


No demoré en terminarlo. Justo con el último sorbo decafé. Lo releí un par de veces, cambié algunas palabras y cerré el cuadernopara dirigirme a la cama cargando cierta sensación de satisfacción. Como si alhacer esa transferencia alma-papel, estuviera dejando una pieza más delrompecabezas de mi historia para que alguien la descubriera en un futuro lejano,mucho después de que ya me hubiera marchado; y así, en un simple conjunto depalabras, de algún modo, mi deseo seguiría vivo.

MIENTRAS BUSCABA PERDERMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora