Capítulo 2.

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"Si él es un asesino serial, entonces ¿Qué es lo peor que le puede pasar a alguien que ya está lastimado?"

—Happiness is a butterfly, Lana del rey

Si había algo que sacará de sus casillas a Valentina más que el aguacate en sus emparedados era la gente ingenua. Bien, admitía que no era mucho de preocuparse por las desgracias o las dichas ajenas, mientras no la afectarán a ella, podía mantener un semblante serio. Aunque era imposible no impacientarse cada que salía de compras y se enfrentaba a decenas de ingenuos y exasperantes omegas. Que sí podía ayudarles a bajar los cereales del estante, que sí podía ayudarles a cargar sus bolsas, que si no tenía un dólar que le sobrará de casualidad porque no alcanzaban a completar su pago. ¡Maldición!

Tenía que tragarse los gruñidos para evitar gritarles en sus patéticas caras con intento de expresiones tiernas o seductoras. Simplemente no soportaba a la gente que intentaba tomarle el pelo, como si no supiera ella que fingían todos esos escenarios de ayuda mientras imaginaban el perfecto momento para soltar sus feromonas y lograr un buen polvo. Claro que no era ninguna tipo de alfista o algo por el estilo, consideraba que la liberación de los omegas en la ciudad era clave para que las regiones más alejadas se adaptarán a los nuevos estilos de vida. Sin embargo, podían ser liberales sin involucrarla a ella.

La chica frente suyo, sin embargo, superaba con creces a todos esos omegas que habían intentado algo en su contra antes de que se volteara directamente e ignorara cualquier reproche. Era más complicado y grave está vez, por qué no podía simplemente dar la vuelta e ignorar a no ser que quisiera a una completa y extraña desconocida merodeando en su casa.

Había estado encerando las puertas de su adorado Jeep que se pavoneaba en la ciudad con ese brillo reluciente en la negra superficie. Llamando la atención de la gente y logrando que todos los valet parkings inmediatamente tuvieran un mejor trato hacía ella. Era un día tranquilo con las copas de los árboles meciéndose, justo cómo debería de ser, y tenía ya la lista de quehaceres para el día. Después de encerar su automóvil, iría a podar el césped de la cabaña trasera para mantener a los perros lejos de su territorio con sus fisgonas patas y sus detestables heces.

Pero entonces percibió algo que la desconcentro en cuestión de segundos, le pareció escuchar sonidos extraños incluso cuándo la bodega —ocupación asignada por ella al no encontrar otro uso para esa extensión de su casa— se encontraba a una cuadra.

Había pasado mucho tiempo en completa soledad como para reconocer a la intrusa compañía en cualquier momento, al fin y al cabo, era su trabajo como cuidadora de un viñedo.

Fue a tomar su escopeta y rezó a los cielos para que no se tratará más que de un venado o algún animal cuadrúpedo al que pudiera ahuyentar con su descargada arma. Necesitaba conseguir nuevas municiones pronto. Sigilosa salió por la puerta trasera y se dirigió a la bodega con cuidado de no provocar algún ruido, pero su guardia se relajó cuando un dulce olor a galletas de avena y chispas de chocolate inundó sus fosas. Gruñó.

Una maldita omega.

Caminó más apresurada dispuesta a dirigir a la intrusa de nuevo a la salida por dónde había entrado. Pero tan siquiera ¿Cómo y porqué había entrado? Todos sabían que, aunque el viñedo no mantenía ningún tipo de delimitaciones con vallas o algo por el estilo, era propiedad privada. Era casi obvio puesto que todos en la ciudad de dirigían al viñedo cuándo éste abría sus puertas al público. ¿Quién mierda había caminado tanto sobre la carretera como para intentar irrumpir en su propiedad? Y sobre todo ¿Una omega?

Cuando sorprendió a una muchacha intentando forjar la cerradura de la puerta a la bodega, gruñó. Cargaba consigo una maleta y se veía realmente desesperada.

Kerosene |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora