Capítulo 12.

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"Deja que el miedo que tienes se vaya, tengo mi ojo puesto en ti, di que sí al cielo, di que sí a mí."

—Yes To Heaven, Lana Del Rey

Cuando Juliana despertó sintió el vacío de la cama donde había estado durmiendo plácidamente después de la terrible sensación que había inundado su mente la noche pasada. Incluso sintió que se trataba de un sueño y que Valentina no se había quedado a dormir a su lado, ni a arrullarla entre sus brazos, posiblemente era una pesada broma que le estaba jugando su mente.

La parte izquierda de la cama estaba incluso hecha, por lo que aún confusa de sí los besos que habían compartido y lo que estuvo a punto de pasar en realidad había ocurrido, bajó las escaleras para encontrarse con un exquisito aroma a tocino que hizo rugir su estómago vergonzosamente.

Con una camisa de botones abrochada hasta el pecho y las mangas arremangadas hasta los codos, estaba Valentina cocinando y dándole la espalda. Vestía unos jeans que contorneaban la parte de sus muslos, como si se hubiera preparado para salir. Sintió su presencia y volteó a observarla parada firme en el principio de la cocina.

La alfa sintió el flujo de su sangre desatarse al verla sonrojada, con el cabello revuelto y sus pequeños ojos adormilados que la miraban sorprendida y confundida. Tendrían que hablar de muchas cosas.

Pero, sobre todo, lo que más la enloquecía era lo más banal de todas las cosas: verla usando sus ropas para dormir y como éstas le quedaban gigantescas a excepción de su abultado vientre. Habría varias de sus feromonas impregnadas en ella y a su primitiva y estúpida alfa eso le gustaba.

—Yo... uhm, creo que debería irme ahora. —Susurró Juliana bajo la mirada ajena.

¿Dejarla ir o apresurarse a detenerla? Había hecho tantas cosas mal que ahora caminaba sobre una cama de clavos por la que tendría que ir cuidadosamente. Se sentía como una adolescente asustada por confesar su atracción hacia una omega del colegio y querer cortejarla sin saber cómo. Posiblemente lo pensó demasiado pues escuchó el sonido de la puerta abriéndose y salió de su ensoñación instantáneamente, corrió hacia donde la omega caminaba despreocupada pisando su césped.

—¡Espera! —La llamó desde su porche y prosiguió al verla girarse. Caminó hacia ella con las manos sudorosas. —Fui por compras para hacerte el desayuno.

Por la mirada en la cara de Juliana, pudo intuir que no era eso lo que esperaba escucharla decir. No pudo hacer nada más pues tenía que aclarar sus pensamientos y ordenarlos primero.

—Oh, te lo agradezco, pero sería mejor que me vaya ahora. —Le dijo apenada, casi insegura de negarle la invitación.

—Necesitamos hablar, Juliana. —Le insistió. La menor desvió la mirada lentamente.

—¿De qué?

—De lo que pasó ayer, no podemos simplemente evitarnos y ya. Por favor, acepta, aunque sea entrar a mi casa para que puedas recoger tu ropa. —Le propuso. Juliana se golpeó mentalmente al recordar que seguía vistiendo las ropas de la alfa y pudo morir de vergüenza.

—De acuerdo. —Accedió sin más remedio y la siguió de vuelta a su casa.

Sus piernas temblaban en anticipación, estaba realmente ansiosa por lo que se vendría y lo peor de todo era que estaba consciente de que no podría seguir evadiendo los asuntos que le carcomían la cabeza. ¿Qué era lo peor que podría pasar? ¿Ser rechazada por su amor platónico que curiosamente resultaba ser la alfa que la había hospedado y que se había ofrecido a adoptar a su bebé? Bueno, ya estaba embarazada y estafada, seguramente desempleada también, así que el rechazo no tendría mucho peso en su lista de tragedias.

Kerosene |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora