XIV. Poeta en Nueva York

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18 de abril de 1912

Tres días después del hundimiento del Titanic

9:25 p.m.

El chal de Martha continuaba ondeando en el remo roto cuando comenzaron a ver a lo lejos a la imponente silueta de la estatua de la libertad. Habían llegado a Nueva York y aunque aquel había sido el motivo por el que se había subido al barco con Herc, Alex seguía sintiendo la impotencia del verdadero costo que el viaje había cobrado en el proceso.

Con la mirada al océano, aún sentado en el Carpathia, Alex había decidido esperar a que la mayoría de sobrevivientes de la tercera clase pudieran desembarcar al muelle 59 de la White Star Line. En las varillas de la proa Alex sostenía su libreta de poemas, la cual se había estado secando con la brisa marina desde las ocho de la mañana cuando el Carpathia recogió a los ocupantes de su bote salvavidas, incluyendo los cuerpos de los fallecidos. Entre ellos vio a Martha y el peso del anillo que le había regresado iba aumentando con cada hora que pasaba. En el fondo de su pecho, la sensación de ver a John de nuevo se fue cubriendo de incertidumbre.

Comparado con el Titanic, el Carpathia era mediano, aquello les permitió a los sobrevivientes agruparse cómodamente alrededor de familiares o amigos que los habían acompañado en ese viaje. Alex había visto a Herc ser herido, por lo que no esperaba encontrárselo rondando por el barco. Seguro le estaban curando la herida.

Por su parte, Lafayette debía estar acompañando a John, y él a su madre, y su madre a su padre, respectivamente. Al final del día, Alex había llegado solo a este mundo y él siempre había entendido que, para sobrevivir, él mismo debía servirse de ancla. Él y el recuerdo de su madre.

Aunque al inicio había parecido que solo dos personas habían fallecido de hipotermia en el bote salvavidas que había regresado al lugar de la colisión, el conteo final aumentó a nueve pasajeros: Thomson Beattie y Edith Evans —los dos de primera clase—, Arthur Keefe, Edvard Lindell y Gerda Lindell —de tercera clase—, dos bomberos y, por supuesto, alguien cuyas posibilidades de sobrevivir se encontraban pendiendo en un hilo congelado. Martha había sobrevivido hasta la mañana del jueves, 18 de abril de 1912, el capitán le había dado la noticia en persona.

De vuelta al muelle, antes de que Alex pudiera perder de vista el remo roto de su bote salvavidas pidió el chal de Martha. Al pasar los dedos sobre las costuras de cada una de las flores bordadas sintió cómo se liberaba un poema nuevo de la tierra recién abonada por la desgracia. Había ásteres y violetas que florecían en el jardín de su conciencia, palabras y letras se sostenían entre ellas por medio de su caligrafía, el viento soplaba por la proa y levantó su cabello rojizo, rozó sus pecas y besó sus mejillas.

Era un jardín precioso.

Y era una lástima que estuviera marchito.

En ese momento entendió por qué John había decidido casarse con Martha, más allá de la herencia y el chantaje, la supuesta libertad y la huida de su familia, Alex había entendido la increíble mujer que ella había sido, y la tan buen amiga y apoyo que había sido para John.

Así que en su libreta escribió:

En mi jardín florecen poemas,

lástima que estén marchitos...

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10:20 p.m.

Los pasajeros de primera y segunda clase habían podido descender a tierra firme al muelle 54, a diferencia de los de tercera clase cuyos papeles estaban siendo meticulosamente revisados por los oficiales de migración para siquiera poder desembarcar del Carpathia al muelle 59. Maria creía que, si la suerte estaba de su lado, los dejarían libres a medianoche. El inspector le había pedido sus papeles de ingreso hace unos minutos, ella le había entregado lo que tenía consigo, lo cual no era mucho considerando que la mayoría de su equipaje se había perdido en el naufragio y que la poca información que todavía poseía era ilegible.

La noche estrelladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora