Queenstown, 11 de abril de 1912
El mar en Irlanda era del mismo color azul que en Francia y de la misma magnitud que en Inglaterra. Este no cambiaba, se mantenía constante siempre fluyendo hacia donde sus corrientes lo guiaran, dejándose llevar y esperando nada de las personas, de la misma forma en la que John se quería sentir en este momento. Juraba que el viaje y respirar nuevos aires lo iba a ayudara poder superar la transición en la que se estaba convirtiendo su vida.
Ayer no había podido dormir debido a unos ojos cafés que parecían reclamarle algo que él no era capaz de darle y unos azules tan cálidos que contradecían su origen, más porque sabía que los últimos tenían un significado especial que los primeros nunca llegarían a tener. Su mente se debatía si esto que estaba sintiendo en su pecho, en realidad, era un sentimiento, una emoción de las que no había experimentado nunca o era simplemente el riesgo que deseaba correr lo que lo alentaba a darle una pequeña probada a la suerte que se abría frente a sus ojos.
Y no solo había sido eso lo que lo había impactado, un calor que creció desde el fondo de su cuerpo y fue recorriendo el resto a través de sus venas, lo estaba consumiendo por dentro. No podía continuar con esta farsa, lo estaba lastimando, él se estaba hiriendo y le estaba haciendo daño a su propia cordura y concepción del mundo. Quizá lo mejor era enfocarse en problemas reales, dificultades que podía resolver por el momento, de igual forma si el secreto moría con él y con qué Gilbert lo supiera, le era suficiente.
Tantos días pensando antes del viaje y ahora durante, le estaba consumiendo el cerebro. Es por eso que decidió tomar una tangente, Martha tenía razón, él se había encaprichado con el poeta. Sus palabras lo habían dejado marcado, eran tan profundas que de alguna forma le habían hecho sentir algo y en este momento, lo que más deseaba era conocerlo. El solo hecho de haberlo leído le hizo darse cuenta de que había una pequeña probabilidad de que no fuera el único perdido en este mundo.
Sería sumamente loco e irreal que sus dos fantasías fueran una sola. El lindo pelirrojo que había visto ayer y el poeta sensible y necesitado. La cuestión era que antes de poder salvar a otra persona, necesitaba salvarse así mismo, necesitaba saber cómo hacerlo y hasta ahora la posibilidad más cercana y real era el matrimonio con Martha. Aunque también estaba...
—John —una voz suave lo llamó, al parecer John había caminado tanto que sin darse cuenta ahora estaba arrimado contra la baranda de la popa—. El mecenas en asenso está a bordo del Titanic.
De inmediato se volteó y reconoció el rostro de quien le hablaba.
—Sr. Mulligan —John sonrió y le extendió su mano, el hombre aceptó el saludo además de recostarse junto a John—, creo que el sorprendido debería ser yo.
Él se había puesto su máscara de empresario, John también podía usar la suya.
—Hércules, como usted me permitió llamarlo John, también puede y debería —le dio unas palmaditas en la espalda— llamarme Hércules. ¿Viaje de último minuto?
—Más bien decisión de último minuto —negó sosteniendo su cabeza entre sus manos y dijo en un pequeño susurro—: No sé lo que estoy haciendo.
—Hey, no se agobie, esta conversación no lo está comprometiendo de ninguna forma con el negocio —intentó tranquilizar al rubio con unas palabras de aliento, aunque no conocía la verdadera magnitud del problema que le robaba el sueño a John.
—¿Vino solo? —dedujo con una mano sobre sus labios en una postura exagerada, cambiando de tema a algo que en realidad le interesaba.
—Algo así. ¿Recuerda al poeta?
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La noche estrellada
FanfictionLe decían el barco de los sueños y John Laurens se arriesgó a soñar en él. Primogénito de Henry y Eleanor Laurens, John se embarca en el Titanic con un compromiso en el bolsillo, pero cuando comparte una mirada con un pelirrojo desconocido, su vida...