XI. Sí/No

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14 de abril de 1912

18:00 P.M.

En el espejo, John solo veía cómo las manos pálidas de Lafayette le acomodaban la corbata negra, como si fuera un cuerpo siendo preparado para su funeral. Primero la camisa blanca que se pegaba a su pecho sin color, el pantalón negro que lo mantendría firme, los tirantes para que no se le ocurriera flaquear, el saco que debería aliviar el peso que llevaría por al menos una hora y los zapatos que evitarían que se retractara y saliera corriendo.

Ya lo había hecho una vez cuando pensó que no tendría salida del laberinto en el que se había metido sin querer.

Ahora, continuaba dentro del laberinto, pero por lo menos tenía el hilo dorado de Ariadna que le aseguraba que sí había una salida, no una fácil ni una que resolvería todos sus problemas, sino una que lo dejaría respirar la libertad por primera vez en su vida.

—¿Necesitas algo más, mon ami? —Lafayette le dio una pequeña sonrisa de consuelo, le sacudió el polvo inexistente de sus hombros y se demoró a propósito para que John hablara o le dijera algo.

—¿Sería mucho pedir estar en Nueva York?

Lafayette no le respondió, al contrario, bajó la mirada y asintió con suavidad, tomando asiento en una de las sillas que estaban en el camarote.

—¿Estás consciente de que las cosas no serán más sencillas allá? Porque si crees eso Jawn... Creo que te llevarás una gran decepción —lo miró fijamente, guardando cada respiro para después, porque ahora de verdad estaban hablando—. No quiero decir que no serás feliz, pero...

—No quiero saberlo, por favor. Sé los riesgos...

Tu pourrais y aller en prison pour ça, Jawn. Personne ne t'aidera.

—¿Y tú? ¿Sabiendo lo que sabes antes que nadie también me darás la espalda?

Je ne te trahirais jamais comme ça. Je suis ton ami, je suis ton frère, mais je ne suis pas un fils de ton père —bromeó haciendo que John soltara una pequeña sonrisa que esperaba que no desapareciera.

—Prisión, ¿eh? No suena tan mal —John levantó sus cejas.

—Laurens —se levantó de la silla, y tomándolo de sus mejillas, le dijo sin ninguna pizca de gracia—. Los que entran ahí no salen y no quiero que mueras.

Los ojos avellanas del francés marcaron cada palabra pronunciada con el acento francés más fuerte que pudo encontrar. No había titubeado ni dudado al decirle aquello, por un segundo John sintió como su alma se separaba de su cuerpo.

Él tampoco quería morir.

Lo que de verdad quería era ser libre.

Libre de juicio, libre de miradas, libre de opiniones.

Y John trató de decirle eso en respuesta también con sus ojos, que antes había creído que eran hielo, pero que, desde ese momento, habían pasado a convertirse en el verdadero fondo del océano, lleno de secretos de los que casi nadie podía ser testigo.

—Yo tampoco quiero —susurró antes de que Lafayette se le abalanzara sobre sí en un abrazo tan cálido que le recordó a su madre.

—Supongo que vamos por buen camino, entonces. El capitán ha ordenado ir a toda marcha desde ayer, no parece haber vuelta atrás. Así que dime que tienes un plan.

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19:00 P.M.

La noche estrelladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora