IV. Receta para el desastre

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El rostro pálido de Herc demostraba su desconcierto frente a la confesión de su amigo. Su cabello castaño le tapaba la vista, así que se lo acomodó para observar mejor con sus ojos azules a la dama rubia que estaba junto a Alexander y quien al parecer había sido lo suficientemente cercana a él para que haya aceptado hacer un favor de esa magnitud.

—¿Exesposa? —preguntó con incredulidad recorriendo de arriba abajo a quien había presentado como Maria Lewis.

—Sí —lo señaló sin guardar la típica prudencia que una mujer debería de tener con un hombre— y, de hecho, ese ya no es mi apellido. Estoy casada con James Reynolds.

—Así que serías...

—Maria Reynolds. Alex deja que me presente yo sola —ella interrumpió al pelirrojo y se arrimó junto a Herc—. Por si quieres saber, Alex se casó conmigo para darme la nacionalidad ya que él es medio nativo de Southampton.

—Eso y una vez casado tuve la excusa perfecta para irme de la casa de mi padre, le di una "dote" a Maria —explicó, Alex, mostrando como evidencia los anillos—. Y finalmente fui un hombre libre.

Con los labios apretados en una sola línea, Maria asintió afirmando cada una de las palabras dichas por Alex, sin medios dubitativos o miradas de extrañeza por alguna expresión del hombre. Era como si aquello hubiera ocurrido exactamente de esa forma y ninguno de los dos guardara resentimientos o arrepentimientos de aquello.

—La separación fue en buenos términos y lo único que quedó de eso fueron los anillos. Hablando de eso, ¿lo quieres devuelta? —comenzó a buscar donde la cadena se abrochaba para sacar al anillo de esta.

—Solo si tú quieres dármelo —Alex se encogió de hombros.

—¿Qué tal si los volvemos a intercambiar? —ofreció— Para el final del viaje si quieres ambos o si prefieres tenerlos como estaban antes o ahora, solo debes pedirlo.

—Lo estás poniendo demasiado fácil, Maria.

Durante toda la conversación, Herc no había sido más que un completo espectador de la dinámica entre Alex y Maria, por lo que la pregunta que se le hizo a continuación lo regresó a la realidad:

—¿Qué dices...?

—Hércules —completó a pesar de que era obvio que la mujer de ojos cafés lo estaba viendo a él.

—¿Lo estoy haciendo muy sencillo?

La forma directa en la que Maria se expresaba lo asustaba un poco, por lo que no habló, sino que solo negó con la cabeza y susurró una disculpa inaudible hacia Alex.

—Gracias, Herc, eres el mejor amigo que un hombre pudiera desear.

Eso fue lo único que esos dos necesitaron de Herc antes que continuaran en su burbuja y él recordara a la persona en la cubierta superior que los había observado de reojo. Él no estaba del todo seguro de que el hombre rubio lo haya reconocido, la distancia era significantemente lejana; sin embargo, Herc sí había sido capaz de identificar aquella figura alta y esto le daba la perfecta oportunidad de hablar con el mismísimo John Laurens en persona.

El vaivén del barco lo ayudaba a pensar y mientras dos amigos reconectaban lazos; en la cubierta superior, luego de terminar el almuerzo, James Reynolds fue interceptado más allá de la recepción por un Charles Lee con una mirada completamente llena de determinación.

—Sr. Reynolds —que su apellido haya causado aquella impresión fue lo suficiente para que volteara a observar a quien lo llamaba—. Necesito decirle algo.

Los antecedentes de Charles Lee con la familia Laurens variaban de acuerdo a la persona que se le preguntara. Para algunos Henry y Eleanor Laurens habían sido los mejores empleadores que Lee pudiera desear, le habían brindado comodidades limitadas, un buen salario y la protección de trabajar bajo un apellido tan respetado, aunque al rato de la hora eso no significara nada. Lee, por su parte, estaba cansado de ser el niñero personal de cualquier cosa que John Laurens en su pequeña mentalidad realizara y más que, por solo ese motivo y nueva orden, se le había permitido almorzar en la misma mesa del Café con sus jefes.

Por supuesto que lo iban a sentar cerca del Sr. John Laurens y lo más alejado de sus invitados de honor como lo habían sido el Sr. Seabury y el mismo Sr. James Reynolds al que había alcanzado.

—¿Y usted es? —James seguía en la primera clase por lo que mantuvo su sonrisa implacable en el mismo lugar y con la mayor educación esperó a que el hombre azabache de traje respondiera.

—Charles Lee, acaba de cenar con los Laurens y conmigo —fue en ese momento que Lee se dio cuenta de su posición actual.

Él no era memorable, era solo un pequeño lienzo en blanco, invisible para el mundo, necesario para los caprichos de los demás y utilitario para cualquier orden requerida por Henry Laurens. Nunca había estado más convencido de lo que estaba a punto de hacer, ni sentiría ningún tipo de arrepentimiento.

—Por supuesto, ha sido error mío —inclinó la cabeza lo suficiente que era requerido para que aquello fuera un gesto de disculpa—. Hable Sr. Lee.

Aquella había sido una de las pocas veces en las que la etiqueta de señor coronaba su apellido y se sentía bien. Lee infló el pecho y caminó hacia una esquina, dándose aires de importancia. James Reynolds sabía muy bien como alimentar un ego desnutrido, pero con potencial.

—Su negocio ¿qué tan bien saldría beneficiado si uno de sus proveedores se quedara sin ingresos? —se cruzó de brazos, con la espalda apoyada al papel tapiz.

—Cualquiera con un poco de conocimiento general, ni siquiera de finanzas, sabe que eso no sería muy bueno —levantó las cejas y se quitó el sombrero de su cabeza.

Sus ojos nunca se conectaron con los de Lee.

—Los Laurens están en bancarrota —dijo como si aquello fuera una pequeña mota de polvo que pudiera sacudir de su saco—. Han arreglado un matrimonio con la Srta. Manning, ella es la verdadera mina de oro.

—¿Por qué me dice todo esto? ¿No son los Laurens sus empleadores? —su voz era oscura como una tumba.

—Lo son, pero para ellos solo soy eso y llevo años trabajando en su familia. Soy lo menos de lo menos. Mi trabajo se ha reducido a vigilar al inestable de John Laurens, yo... no sé qué más hacer.

—Harás tu trabajo —la sonrisa que se formó en los labios de James Reynolds podía ser confundida con la del Gato Cheshire—. Te encargarás de seguir al joven Laurens a todos los lugares que vaya y si existe algo de vital importancia que comunicar a su prometida, sería muy interesante saberlo para luego informarle. Alguien tan importante como la Srta. Manning debe de cuidar su reputación, ¿no lo cree?

Había muchas palabras bonitas en esa declaración; sin embargo, Lee no era tan tonto como lo aparentaba.

—¿Cuánto es la paga?

—Es un hombre de acción, me gusta. Bueno... —la imagen del anillo que su esposa Maria llevaba en su cuello se le vino a la mente, era perfecto, él nunca llegó a usarlo—, digamos que la paga es invaluable.

—¿Qué es?

—Lo que cueste una banda de platino con incrustaciones de zafiros.

Eso fue suficiente para Lee quien asintió y regresó a la mesa con los Laurens, esperando que ellos siguieran ahí para así sentir al menos una pizca de culpa. No obstante, fue exactamente como Lee se lo imaginaba, la cuenta pagada, la mesa limpia y ni un alma que le dijera hacia dónde se había dirigido John Laurens.

Por su parte, James Reynolds se dirigió a buscar a su esposa, necesitaba saber que el anillo estaba seguro y en buenas manos. Desde la cubierta superior donde Alex antes había visto al ángel rubio de ojos de zafiros, ahora un hombre alto y con sombrero los observaba. Una pequeña duda surgió en su mente: ¿Y si dejar a Maria sola había sido una mala decisión?

—No creas que he olvidado lo que pasó hace años —dijo bajo su aliento mientras Maria y Alex hablaban y se reían de cualquier tontería dicha por el pelirrojo—. Este no será otro de tus pasatiempos, querida.

El cerebro del ser humano trabajaba de formas tan increíbles la mayor parte del tiempo y para matar el aburrimiento era posible que este viera cosas donde no las había. Un abrazo confundido con una caricia o un acercamiento con un beso. Nunca se sabía qué era lo que en realidad pasaba, no al menos bajo los ojos de James Reynolds.


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N/A Y ahí está, el inicio del conflicto. ¿Cómo van con la cuarentena? Para mí son como días normales, porque primero, yo no salgo y segundo, estoy de vacaciones. Espero que con esto les haya alegrado el día. 

La noche estrelladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora