7| A un paso

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08 de febrero, 1993 — Los Ángeles, California

Eran las ocho de la tarde cuando Slash estacionó su Honda negro afuera de la casa de Duff, bajo una lluvia que acababa de comenzar. Para avisar su llegada, tocó la bocina tres veces.

Había transcurrido un mes desde el divorcio y esa noche irían a la mansión de Axl en Malibú porque se celebrarían los cumpleaños del pelirrojo y de Duff. Además, serviría como consuelo para Duff, quien fue condenado a pagar una exorbitante porción de sus ingresos a la mujer que no hizo nada más y nada menos que arrebatarle la paz mental durante los últimos dos años.

Pasaron veinte minutos y Duff todavía no salía por la puerta, tampoco se veían señales a través de las ventanas como para pensar que estaba a punto de salir. Slash nuevamente tocó la bocina para apresurarlo.

—Vamos Duff, me estoy aburriendo —murmuró Matt, quien estaba en el asiento trasero.

Minutos después, Duff salió por la puerta sin un paraguas que lo protegiera de la lluvia. Cuando llegó al auto, el cabello se le había aplastado con el agua. Abrió la puerta y se metió en el asiento del copiloto con la lentitud de un abuelo. El aire del vehículo se enrareció con su amargo perfume.

Slash y Matt arrugaron las narices.

—¿Qué mierda te echaste?—exclamó Slash abriendo la ventana del auto para que entrara aire fresco.

—Es un perfume —respondió ofendido.

Matt examinó la cara de Duff. Lucía pálido y el contorno de sus párpados estaba agotado, impidiéndole abrir los ojos con normalidad. Cuando notó que estaba siendo observado por Matt, lo fulminó.

—¿Qué quieres?

—Nada, es que te ves raro.

—Lo estoy. —Suspiró acomodándose en el asiento.

—¿Fumaste?

—No, son las pastillas, parece que tomé dos sin querer —respondió estirando la mano hacia atrás para recoger el cinturón. Le tomó varios intentos unir el anclaje.

—Por eso apestas, seguramente no te diste cuenta y te echaste insecticida —respondió Slash.

Matt lanzó una carcajada desinflada que contagió de inmediato a Duff. Él también sonrió.

Slash encendió el motor y con un profundo rugido, el auto se abalanzó rápidamente por la calle, salpicando con violencia el agua de la lluvia.

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Eran las diez de la noche cuando el estacionamiento de la mansión comenzó a llenarse de vehículos. De ellos se bajaban los invitados que Axl recibió con abrazos y besos en la entrada de su casa, y a medida que el primer piso se fue llenando de gente, la noche comenzó a vitalizarse con risotadas, parloteos y bailes.

El Chico Zeppelin 2 | 𝕯𝖚𝖋𝖋 𝕸𝖈𝖐𝖆𝖌𝖆𝖓 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora