18| La noche que huiste

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—Bien —aceptó la jueza después de oír la respuesta de Foxy—

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—Bien —aceptó la jueza después de oír la respuesta de Foxy—. Debido al comportamiento de la imputada, se niega la fianza y se ordena su traslado a la cárcel de Washington. Se fijará una audiencia preliminar para el diecisiete de agosto del presente año. Se levanta la sesión —decretó y golpeó su martillo.

Los presentes en la sala arrastraron sus sillas para retirarse. Sin embargo, Foxy se quedó en su lugar y miró a Elizabeth.

—Tranquila, ya habíamos hablado de esto —recordó la abogada al ver su expresión de pánico—; no es una condena, sólo es un resguardo para que no vuelvas a escapar.

Foxy sonrojó.

—Entiendo... ¿y Duff? —preguntó—. ¿También irá a Washington?

—No, Duff será procesado en California. Tú vas a Washington porque allá se cometió el crimen.

Un policía se acercó a Foxy para indicarle que debía retirarse de la sala, pero ella no hizo caso y volvió a dirigirse a su abogada.

—Por favor, habla con él y entrégale mi carta —suplicó.

Elizabeth asintió con solemnidad.

—Se la entregaré, puedes estar segura de eso.

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Eran las tres de la tarde y Duff estaba acostado, pensando, cuando un guardia penitenciario le habló desde la reja.

—Mckagan, vinieron tus abogados —anunció y abrió la celda.

«¿Tus abogados?», pensó. Se levantó de la cama y siguió al guardia por el pasillo.

En la habitación de visitas, Duff vio a Danilo, su abogado, junto a una mujer alta cuyo aspecto le recordó a un arcoíris; la tela de su traje era color morado con suaves jaspeados naranjas y alrededor del cuello traía un collar de mostacillas verdes.

—No pensé que vendrías hoy —comentó Duff para saludarlo.

—Michael, te presento a Elizabeth Black, la abogada de Florah —replicó con su voz monótona. Duff y Elizabeth estrecharon la mano con formalidad—. Vinimos para conversar del caso y entregarte una carta que Florah escribió.

Una punzada atravesó su estómago y el pánico palideció su rostro; no tenía buena experiencia con sus cartas.

—No es nada malo, tranquilo —intervino Elizabeth y le extendió un improvisado sobre hecho con hojas de cuaderno—. Léela cuando tengas tiempo, ahora queremos hablarte de otras cosas.

Duff la recibió, un poco más calmado, y acarició la textura del papel como si tocara los dedos con que ella escribió la carta. La guardó en su bolsillo.

A continuación, los tres tomaron asiento en la mesa de reunión. Elizabeth fue al grano y le explicó que Samantha había muerto por una contusión cerebral y no por ahorcamiento, como siempre creyeron.

El Chico Zeppelin 2 | 𝕯𝖚𝖋𝖋 𝕸𝖈𝖐𝖆𝖌𝖆𝖓 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora