Divinidad

Semana 1 | ii

🕒

El miércoles había llegado, una mañana nublosa y fría se había aproximado, todos por ello habían conseguido estar no tan efusivos y radiantes que los demás días soleados y cálidos, peor Chanyeol, que parecía irle más pésimo que a los demás. Pues había recibido el llamado de su padre para poder tener una plática, una de sus tantas pláticas aburridas.

— Debo decir que me siento extasiado al saber que estás cumpliendo lo que te ordené. Me gusta mucho que estés regresando a ser el Alfa que crié, a pesar deje tus errores sigo siendo fiel creyente de que volverás a ser mi supremo hijo Chanyeol.

— ¿De qué hablas, viejo?

— Soy tu Padre, puedes siquiera-

— No lo eres... Y te he pedido miles de veces que no te des ese título, no cuando no hay quien nos escuche, ¿bien?

La irritación que Chanyeol tenía al escuchar ese palabra no era algo nuevo para el Rey, por ello solo asintió cuando sintió la mirada fulminante del Alfa barriéndolo. ¿Y todo por qué?

Pues hace ya unos años se había enterado de la cruda verdad que aquel tierno viejo escondía, aunque siempre se negaba a aceptar y verificar la relevancia de aquella historia, Chanyeol sabía que todo lo que en algún momento le habían contado era verdad.

Desde que tenía uso de razón había permanecido en el castillo de Seúl, rodeado de su familia; de su Padre, Madre y hermanos. Había pasado su niñez conviviendo aquel calvario que creía llamar amor, tener a su padre feliz de sus logros le alegraba, se sentía bien al saber que era el orgullo de la familia, por eso nunca protestaba ni chillaba cuando tenía una nueva meta que su padre le interponía. Como por ejemplo pasar tiempos de recreatividad aprendiendo algo nuevo para en un mes tener que ser alguien con excelencia en ello y así representar a su país contra diversos oponentes.

A medida que iba avanzando en su edad el presente Rey siempre le presionaba y obligaba a poner en marcha sus dotes de inteligencia. Siempre presumía sus logros sintiéndose orgulloso y obtienendo el mérito del mejor padre. En ese entonces todo aún seguía siendo color de rosas, la familia exitosa y perfecta acaparaba todos lo periódicos del momento, pero todo aquello se esfumó  cuando tuvo en sus manos aquella carta sucia entre sus manos.

— Buenas noches príncipe. Disculpe la intromisión, pero me veo en la necesidad de entregarle ésto. Una esclava ha venido aquí y me ha rogado presentarle ésto, por favor, no le diga nada de ésto al Rey Oh. De lo contrario perderé mi trabajo...

— Tranquilo Miuying... Muchas gracias.

Aún recordaba como se había negado a leerla los previos días de su llegada de aquella carta. Después de otro triunfo tenía más tiempo libre, y había decido leer aquel papel que parecía recogido de la basura.

Le había bastado una sola leída para tener que salir de su casa en plena noche e ir a la comunidad donde permanecían los esclavos. Permaneció buscando a la autora de aquella carta hasta toparse con una mulata alta. Ella le miró y comenzó a sollozar de una manera repentina, lo apretujó en un abrazo y aunque le pareciera extraño procedió a corresponderle.

— Chanyeol... No creas que soy tu madre, soy tu tía. Y mira, con ésto no intento que tengas misericordia por mí, solo... Ya eres grande, un hermoso príncipe, exitoso y admirable, por ello creo que ya es momento de que sepas la verdad. No te pido que me creas, simplemente cumplo con aquella tarea que me dejó tu madre. Solo mírate, eres su vivo retrato...

Con ello la mulata llevaba una pequeña caja, en ella contenía pertenencias que parecían ser de su supuesta madre. Miró la foto entretenido, bastante expectante de aquellos ojos rasgados y llamativos de aquella señorita, su color siendo moreno claro, resaltando que era bastante alta como él, sus labios rojizos formando un corazón, su sonrisa preciosa que  destacaba sus notorios hoyuelos... Pero lo más sorpresivo y llamativo era ver aquel mechón blanco que caía sobre sus cabellos ondulados.