Capítulo 9: Sentimientos Encontrados

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Daniela Haverwood. Muerta. Al fin una persona había descubierto al señor Hamilton. Y lo había hecho nadie más ni nadie menos que una adolescente. Si bien estaba muy crecida, con un voluptuoso cuerpo de mujer, Daniela apenas comenzaba su vida. Tenía un futuro y se le fue arrebatado. Tenía defectos. Preguntona y curiosa. Pero había sido una muchacha bien intencionada. Realmente se había preocupado por sus dos nuevos amigos. Sus sentimientos eran sinceros. Era una chica llena de coraje, valor y quizá pecaba un poco de temeraria. Decidida a hacer lo correcto salió de casa a denunciar al señor Hamilton y en eso la atacaron las abejas. Daniela, casualmente, le tenía pavor a los insectos, especialmente a las abejas. De hecho, en uno de los días de salida había armado un ligero escándalo por una avispa.

Daniel estaba en el sub sótano secreto con Lizzie que dormía en el suelo. La arropó con su abrigo. Del bolsillo cayó un papel doblado. Daniel cogió el papelito y lo desdobló. Era una carta.

" Querido Daniel:
Quisiera salir a solas contigo dentro de dos sábados. Me gustaría conocerte mejor y pensé que te gustaría comer papas y helado en un restaurante y más adelante, quizá ir al cine. Pero no es muy bien visto que una chica tome una iniciativa e invite, así que te quiero preguntar: ¿Quisieras invitarme a salir? Si te agrada la idea, y perdona mi atrevimiento... Puedes hablar con mis padres. Vivo cerca del parque. En la casa pintada de rojo con puerta azul que queda una cuadra a la izquierda al extremo de la zona de los columpios.

Con cariño:
Daniela Haverwood."

Daniel sintió un chispazo. No esperaba que pudiera gustarle a una chica. Lamentaba que Daniela estuviera muerta. Deseaba poder revivirla para salir con ella.

" Pero, ¡¿qué estoy pensando?! Igual no hubiera podido salir con ella. No tengo libertad. No tengo una vida normal".

Daniel se lamentaba. No podría nunca hacer cosas normales. Nunca se casaría, no tendría jamás una familia, y jamás podría tomar una decisión libremente. Era un deseo natural en él poder crecer, enamorarse y tener una esposa e hijos. Definitivamente no trataría a sus hijos cómo sus padres lo habían maltratado.

Lizzie despertó y vio a Daniel llorando. Él le leyó la carta. Lizzie le dio un abrazo para consolarlo. Se dio cuenta de que él sentía algo por Daniela. Se sintió muy extraña.

- Daniel...- dijo sin saber bien cómo hablar- uno de los dos va a ser libre. Eso sucederá algún día. Es inevitable. Y si esa persona eres tú, espero que encuentres a una mujer que te haga muy feliz. Daniela Haverwood ya está muerta, pero gracias a Dios la conociste.

- Fue la primera persona que descubrió gran parte de la verdad.

- Lo sé. Y no solo eso. Era buena. Más que eso. Estoy segura de que quería ayudarnos.

- Pero esas abejas salvajes y estúpidas la mataron. No puede ser verdad. ¿Tú viste su cuerpo?

- Sí.

- Dime cómo estaba.

- Picada por todas partes. Pálida. Sangraba. Sus mejillas inchadas. Llena de moretones. Con ampollas en el cuerpo. Pero irónicamente, con la belleza de una mártir. Y yo sé de quién es la culpa. Harvey Hamilton la ha matado. Estoy más que segura.

Hubo un silencio sepulcral.

- Lo voy a matar.- rompió Lizzie el silencio.

Se oían los pasos del señor Hamilton. Lizzie se preparó para golpearlo. Daniel cogió su chaqueta. Se pusieron a los lados de la puerta. Hamilton entró. Los chicos se abalanzaron sobre Hamilton. Lizzie lo mordió salvajemente. Daniel lo ahorcaba con su chaqueta. El señor Harvey Hamilton se los sacudió de encima y los lanzó al suelo a los dos. Rompió la chaqueta de Daniel en dos. Era un hombre muy fuerte y musculado. Entró al baño del subsótano. Cogió un palo y partió el lavamanos.

- ¿QUIEREN QUE LES PARTA TAMBIÉN EL RETRETE? A VER CÓMO VIVEN SIN PODER IR AL BAÑO.

Los chicos quedaron mudos. Estaban asustados. Siempre habían tenido el privilegio de tener un retrete dónde hacer las necesidades. No sabían que eso era un privilegio hasta que vieron que estaban a punto de perder el retrete. Por suerte, el señor Hamilton no siguió. No lo rompió. Se dirigió hacia los chicos y los golpeó con el palo. No llegó a partirles los huesos. Pero a Lizzie le partió los dientes. Ahora no tenía su dentadura frontal.

- Para que pienses bien antes de morderme. Di "gracias por su clemencia señor Hamilton".

Con la sangre saliendo a borbotones de su boca mirando sus dientes puestos en un charco de sangre del suelo, dijo sin que se entendiera:

- Gasiad po u kemen ia e yor ja il on.

- No te entendí bien. Dijiste disculpas ¿No? Tienes que pedir perdón.

- O ien o.

- Muy bien...eso pensé. Mi niña, no te preocupes. Mandaré a Vanessa a comprarte una plancha de dientes postizos. Te acostumbrarás a no tener dientes. No te preocupes. Así es la vida. Un día tienes poco y al otro tienes menos. Pero tienes algo al menos. Puedes perder más cosas. Siempre podrás perder más. Nunca lo olvides, cariño.

El malvado hombre dejó caer el palo en el suelo, el cuál tenía un pedazo de colmillo clavado en el extremo lleno de sangre. Se dio la vuelta y se fue.

Elizabeth lloraba. No quería que Daniel la viera. Se vio en el espejo del baño y lloró amargamente. Se sentía aún más horrible de lo que ya se había sentido. Daniel la abrazaba.

- Paesco una bieja.

- No, Lizzie. Pareces una bebé linda.

- Soy hodibe.

- Claro que no. Eres hermosa. Eres fuerte. Y yo siempre te voy a querer. Yo te lo prometí.

Daniel cogió los pedazos de la chaqueta y le puso uno en cada brazo a a Lizzie. Se las ingenió para hacer una venda para la cara de Lizzie que perdía mucha sangre. Se quitó la camisa y quedó en guardacamisa. Le amarró la camisa en la boca. Acomodó unas cajas para hacer una buena almohada para que Elizabeth reposara su adolorida cabeza. Pero no era muy cómodo. Era cómo dormir sobre madera. Lizzie terminó reposando la cabeza en su regazo.

Juego de Ajedrez - Isabel Bazó [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora