Capítulo 2 𝄞 Suspiros

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Era el momento de abrir las alas y dejarse llevar por el viento a cualquier lugar. Estaba cansada de que me dijeran que hacer. ¿Alguna vez has sentido que todo recae en ti? Mucha responsabilidad, preocupaciones y cosas que aún no van contigo ni con tu edad. Pero todo eso se junta en una enorme bola de nieve que no deja que respires. Por eso, decidí alejarme. 
 
Me estaba preparando; tenía listo todo, empleo nuevo, escuela y el departamento. Todo estaba yendo muy bien. Me era importante empezar con un buen pie, si no, todo se iría abajo, los sueños y la libertad dejarían de funcionar. Iba a demostrar que mi vida está aquí. Demostrar de lo que soy capaz sin las preocupaciones que se me eran impuestas. 
 
Las vacaciones me ayudaron a tomar rumbo en la ciudad nueva. Me resultaba más fácil poder ubicar lugares y calles. Será más fácil para mí llegar rápidamente a todos lados. Había conseguido un trabajo de medio tiempo durante las vacaciones para conseguir un monto y ahorrarlo de poco a poco. 
 
Al principio, estaba confundida de recibir la llamada de una de mis colegas del trabajo para preguntar si podía ocupar parcialmente su turno; como no tenía nada que hacer y realmente no me molestaba, le acepté. Me apresuré a salir del departamento y conseguir un autobús que me dejara rápidamente. Cuando estaba en la parada del centro comercial, solté un suspiro de agradecimiento. 
 
Corrí hacia el local y me coloqué rápidamente el uniforme que guardaba en un espacio de casilleros pequeños dentro del establecimiento. Llegué al mostrador y estaba un poco preocupada; mi compañera había dejado a un cliente en espera. Y como todo el mundo sabe, hay clientes muy… Complejos. 
 
Mostré mi mejor sonrisa y lo atendí. Para mi sorpresa fue muy amable. Pero, de alguna manera, sentía que lo conocía. En momentos en los que no se daba cuenta, lo analizaba; sus ojos, su cabello, sus rasgos faciales. De alguna manera sentía que lo había visto en algún lado; me preguntaba si el chico es famoso o algo parecido. Era apuesto. 
 
Le sonreía con nervios. Y aunque quería quitarle la mirada de encima, no podía. Así que al empezar a hacer su bebida me concentré plenamente en la bebida. Y agradecía que más gente haya venido a ayudar. Sentía que ocupaba más manos. Me iba a convertir en pulpo si seguía así. Le entregué la bebida y nuestros dedos rozaron. Era una sensación agradable. 
 
Era una lástima que se tenía que ir. No lo volvería a ver, a menos que volviera a venir. Y si lo veía, no me iba a quedar quieta. Tenía que conocerle. 
 
El día acababa y mi jornada también. Terminé todo y me despedí. Me había llevado el uniforme para lavarlo. Salí de ahí, respirando como si mi vida estuviera cayendo muy bien en su lugar.
 
Paseaba por el centro comercial; las luces que adornaban el espacio parecían focos de Navidad; claro que no era Navidad, simplemente era una de las propuestas de los gerentes para atraer a más personas, ya sea solo por las fotos. Me daba gracia, cómo intentaban atraer más gente, pero lo lograban. Había muchas familias y adolescentes que posaban o se tomaban selfis; yo también quería una… 
 
Vi un lindo lugar donde me podía sentir. Miré el cielo que estaba despejado, las nubes que se visualizaban y unas cuantas estrellas que se lograban avistar en el cielo. Me hacía pensar en las palabras que mi abuela me decía cada vez que salíamos al jardín. 
 
"Cuando veas las estrellas, recuerda que cada una de ellas es un beso de buenas noches, así que sin importar donde estés o si estás sola te acompañaré".
 
Suspiraba; los recuerdos últimos que tenía de mi familia eran tan acogedores pero tan pesados. A veces me gustaba solo recordar esos momentos, los de mi abuela. Fue una infancia que jamás olvidaría. 
 
La gente corría con los niños tomados de la mano; las papelerías surtidas de la plaza estaban por cerrar. 
 
Deje escapar una risa y me levante. Caminé hasta la parada de autobús; estaba un poco asustada; no recordaba que la calle se viera tan tenebrosa como otras veces. Simplemente, tenía que tener más cuidado. El autobús de mi tuta pasó y subí en él. 
 
El camino fue tranquilo, hasta que un chico se sentó a mi lado. 
 
—Eres nueva, ¿verdad? —Se acercó más a mí. Era incómodo. Ojalá no se hubiera sentido aquí. ¿Por qué me pasaba esto a mí? Me levanté de golpe cuando él tomó uno de mis mechones del cabello. Me alejé de él, aun con un ojo encima de él. No iba a bajar la guardia hasta llegar a mi hogar. Tire del hilo para avisar que era mi parada. Mire al chico, estaba enfadado; se le veía en su rostro. Se movió de asiento y miró por la ventaja desinteresada. 
 
El autobús se detuvo y las puertas se abrieron; bajé apresuradamente y caminé hacia mi departamento. Suspire aliviada de que no se hubiera bajado en mi parada. Pero de camino seguía en un estado de alerta. 
 
Desafortunadamente, me había bajado dos cuadras antes de mi parada, así que me tocaba caminar, sola, en la noche, con un ambiente realmente tenebroso. Era odioso. Pero patitas, para qué las quiero. 
 
Me puse en marcha a paso veloz para llegar lo más rápido que fuera. 
 
Cuando por fin llegue, me sentí aliviada mientras el peso de angustia se desvanecía de mí. La entrada del edificio ya estaba frente a mí; saqué la llave de mi bolsa y abrí. Me metí rápidamente. 
 
Ahora tenía que subir hasta el quinto piso. Y no, no había elevadores. Era extraño que no hubiera elevadores, pero no me quejaba. De cierta manera me daban miedo. Cuando llegué a mi piso (cada que sabía hasta ese piso me sentía una atleta) caminé directamente a mi puerta; las llaves las tenía en las manos desde que había entrado al edificio y, antes de poder abrirla, alguien me habló.
 
—Hija, que bueno que llegaste, salí al mercado en la mañana y cuando vi estas fresas me acordé de que querías hacer una bebida. Las compré y te las traje. — La señora se acercó con una bolsa con fresas; ella las acercó esperando que las recibiera. Le sonreí y tomé la bolsa con su mano. 
 
—Doña Alicia, no se hubiera molestado, ¿cuánto le costó? —Le di una palmada y tomé la bolsa. Inmediatamente busqué mi cartera para pagarle. 
 
—No, hija, van por mi cuenta, con que me invites una de tus aguas, yo feliz por regalarte más cosas. Aparte, estás muy joven para que te cuides sola; ve que yo te ayudo para las cosas que ocupes. 
 
—Ay, doña Alicia, muchas gracias, verá que cuando tenga el agua voy a su puerta y le invito una bien fresca. 
 
—Eso espero, Adina, eso espero. 
 
Doña Alicia se alejó, se despidió y dio la vuelta hacia su puerta. Ella era una señora muy amable, más porque yo sabía que ella traía las cosas que mi padre dejaba para mí. Lo había descubierto un día; él estaba en la entrada principal del edificio con la hija de la señora, le dio una bolsa con utensilios y mantas y al siguiente día esa bolsa me la estaba entregando la señora Alicia. 
 
Sonreí. Me alegraba que por lo menos mi padre me apoyara con mi decisión. Abrí la puerta y entré con la bolsa en mano. 
 
Cuando entre, encendí la luz y admiré mi departamento, claro que no era lujoso ni amueblado por completo; tenía lo básico, tenía pocas cosas. Entrando a la derecha estaba la puerta del baño, y siguiendo de lado izquierdo estaba la cocina y la sala. Por el otro lado estaba lo que se podría decir, el cuarto de la cama. Caminó a la cocina y empezó a lavar y desinfectar las fresas. Al terminar, las dejé escurriendo en un colador; esperaré a que se sequen para guardarlas. 
 
Mientras esperaba tomé un vaso y me serví un té de especias que me había dado doña Alicia. Camine hacia las puertas deslizantes del balcón. Era lo que más me gustaba de este departamento. La hermosa vista que tenía. 
 
Salí y respiré el aire fresco de la ciudad. Observé cómo las pequeñas bolas de luces cobijaban la vista. Las diminutas luces de los autos que se movían lentamente. Todo era simplemente hermoso, tranquilo, solo, silencioso. 
 
—He vuelto —Susurré mientras podía sentir como el viento sacudía mi cabello. Él te calentaba mis manos y el frío a mi alrededor me cobijaba. Era un equilibrio perfecto del clima y mi bebida. 
 
Había perdido la noción del tiempo y en cuanto noté que el vaso que tenía estaba por acabarse. Las fresas estaban secas y las guardé. 
 
Encendí la luz de la sala y me recosté. Amaba que podía dejar mis cosas sin tener que llevarlas conmigo. Tomé la laptop que estaba en la mesa de en medio de la sala y la encendí. 
 
Sonreí al ver la notificación de que Yez había publicado una nueva canción. 
 
Yez era un cantautor que publicaba sus canciones en una página que me encantaba; había mucha magia en ese lugar. A mí me daba pena cantar, así que solo subía partituras. Una que otra sí tenía mi voz. Pero amaba más a la gente que hacía mix con mi canción y agregaba la letra. Y Yez fue uno de ello; así fue como lo conocí. 
 
Desde ahí se ha vuelto mi artista favorito. Ojalá algún día pudiera conocerlo. O incluso trabajar en conjunto. 
 
Ahora solo podía disfrutar de la canción. 
 
"Océano" 
 

  "Océano"  

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