𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐭𝐫𝐞𝐬: 𝐃𝐞𝐬𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐢𝐝𝐨

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El sonido de las ramas llamó mi atención, por lo que giré rápidamente y me encontré con una sombra que se escondió tras de un árbol, tomando valor agarré un pequeño tronco del piso por si debía defenderme, ¡ja!, como si yo tuviese oportunidad alguna contra alguien que con solo ver su sombra se veía mucho más alto que yo, al menos unos veinte centímetros.
Con cuidado me aproximé al árbol dónde lo había visto esconderse, sin embargo no había nadie allí, ¿mi mente me estaría pasando una mala jugada? No quise averiguar más, rápido tomé mi bicicleta y pedaleé como nunca antes lo había hecho, no exagero si digo que temía por mi vida minutos atrás, digo, ¿quién en su sano juicio no estaría igual que yo ahora?
Llegando a casa subí directo a mi habitación, me encerré en el baño y me metí a la ducha con todo y mi ropa, necesitaba un baño de agua fría y lo que menos me importaba era quitarme la ropa, de todas formas ya estaba sucia producto del sudor que me provocó pedalear tan rápido hasta mi casa. Cerré mis ojos y dejé que el agua corriera por mi cuerpo, pero de pronto dejé de sentirla, abriendo mis ojos pude darme cuenta de que el agua estaba levitando en pequeñas gotas, del asombro un pequeño grito escapó de mi boca, tapándome esta enseguida con ambas manos, pues escuché como mi madre subía las escaleras a toda prisa.
— ¡Hija! ¿Estás bien? Te he oído gritar.
Escuché la voz de mamá, a lo que enseguida la respondí.
—No es nada mamá, era una araña pero ya la pisé.
Sin decir nada más ella se fue, mientras yo miraba consternada las gotas, con cuidado acerqué mi dedo índice a una de ellas, pero de inmediato esta de deshizo, y todas las demás gotas igual, ahora el agua volvía a fluir como normalmente.
Sacudí mi cabeza, quería creer que tan sólo era mi mente que al parecer hoy me estaba jugando malas bromas, me puse el pijama y me fui a dormir, después de todo mañana era lunes y tenía clases, por más que no quisiera.
Al otro día mis ojos se abrieron por si solos, esta noche no había tenido una sola pesadilla y por eso mismo me sentía con todas mis energías renovadas, me levanté vigorosa y me vestí para ir a la escuela, no sin antes comer mi desayuno, que esto no es una película yankee adolescente.
Sentí como alguien tocaba la bocina del carro y supe que era Nina, por suerte ya había terminado de comer  y sólo faltaba despedirme de mi mamá y de mi abuela.
— ¡Nos vemos en la tarde, abuela espero que me hagas esa tarta de manzana que tanto adoro!
Les grité saliendo de casa para luego subirme al auto de Nina.
—Pero bueno, ¿por qué tan desaparecida el día de ayer? Después de tu llamada en la mañana no supe más de ti.
Me reprochó ella con el ceño fruncido, yo estaba decidiendo si decirle la verdad o inventar algo para que dejara de preguntar.
—Me he quedado adelantando los deberes de esta semana, mira que es la última antes de las vacaciones de verano y no quiero estar apurada como cada fin de año.
En parte era verdad, sí que había alcanzado a terminar algunas tareas para los próximos días, sólo que preferí omitir la sombra en el bosque y el agua levitando, de seguro iba a pensar que estoy en drogas o algo así. El camino a clases fue entre risas y bromas, más que nada de parte de Nina, ella siempre solía tener alguna ocurrencia diferente, yo me estaba riendo hasta que miré por la ventana cuando dio el rojo, noté como un imponente hombre me miraba fijamente y una sensación de recuerdo invadió mi mente, parecía tener la altura de la sombra que vi la noche anterior entre los árboles, pero ese pensamiento se fue, no era posible, además que ni siquiera había visto un rostro, por suerte dio verde y fuimos en direcciones contrarias.
Durante el resto del día pude jurar que lo vi por todos lados, y es que era difícil no darse cuenta de su presencia, su sola mirada erizaba la piel de mi nuca y de mis brazos, a pesar de que me sentía perseguida no tenía miedo, una parte de mi sentía que lo conocía de algún lado, pero no sabía de dónde. Por la tarde fui a casa de Nina, debíamos estudiar para un examen para mañana y no teníamos ni una piza de ganas de reprobar esa materia otra vez, ya pasadas las ocho me fui a casa caminando, después de todo vivíamos  a tan sólo unas cuadras de distancia.
Me puse mis audífonos y comencé a caminar, sin embargo algo dentro de mí me estaba diciendo que me seguían, por miedo no quise mirar hacia atrás, quería con todas mis fuerzas que fuera sólo porque la calle estaba solitaria, pero mi curiosidad fue más grande, volteé temerosa, y en ese momento alguien tocó mi hombro.
—Señorita…

La leyenda de SolariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora