—Pero... ¿Qué demonios, Kate? —dijo Alice casi enfadada.
—Lo siento, chicas; han robado el hombre equivocado. Bella tenía razón, ese plan nunca se debió llevar acabo. La boda de Peter se canceló hace dos días. Peter se fugó con Victoria.—¿Entonces, quién es él? —pregunté señalándolo.
—Su nombre es Edward Cullen, llegó hace una semana para casarse con Charlotte.
—¿La tenebrosa Charlotte? —pregunté perpleja. Aquel apodo era pura cortesía mía para la que había sido mi archienemiga.
—Sí. La boda de él iba a celebrarse en la iglesia del norte, pero hace dos días se cambió a la del sur porque la boda de Peter se había cancelado, y...
—Estamos jodidas —dije interrumpiéndola.
Mi padre iba a matarme.
—¿Tenemos tiempo para devolverlo? —preguntó Alice mirando su reloj—. Bella, despiértalo.
—¿Que yo qué?
—Despiértalo, amiga —volvió a repetir.
—No, no. Yo no puedo. Hazlo tú, Alice.
—No, definitivamente no.
—Vamos, Bella; hazlo tú —me animó Kate.
¿Por qué yo tenía que hacerlo? Yo había estado en desacuerdo desde el principio.
—No —me alejé de ellas. Kate me tomó del bazo y me jaló.
—Lo harás —dijo y me empujó hacia donde estaba el cobrizo. Iba a mantener mi respuesta e iba a alejarme. Pero mi curiosidad fue más grande y caminé hasta quedar frente al chico. Me incliné lo suficiente y mi
rostro quedó frente al de él.—Ehm... ¿Edward? —Me giré y miré a Kate—. Así se llama, ¿cierto? —Kate asintió con la cabeza. Nuevamente me giré al cobrizo y golpeé su mejilla un par de veces. No respondió—. ¡Hey! Edward... Ehm... es hora de despertar, amigo, te llevaremos a tu boda,
estamos a tiempo. —Golpeé nuevamente su mejilla, fue inútil, el cobrizo estaba muy sedado. Me incorporé y miré a las chicas.
—Quizá debemos darle tiempo. Además creo que la
boda ya fue cancelada.
—¿Ahora qué haremos? —dijo Angela.
—No lo sé, dejemos que primeo despierte, ya
pensaremos en algo —dijo Tanya.
Todas asintieron y fuimos a sentarnos a un sofá viejo
que se encontraba cerca, nos mirábamos unas a otras
sin decir ninguna palabra.
—¿Cómo supiste lo de Peter? —preguntó Alice,
rompiendo con el silencio.
—Su tía me lo dijo en la mañana. Fue a mi casa para
preguntarme si se encontraba ahí. Le dije que no y ella
supuso que se fugó con dijo que la boda se canceló
hace dos días, pero que no me había dicho nada porque
supuso que ya lo sabía. Así que cuando me enteré fui a
la iglesia donde se casaría y me encontré con el
desastre. Todo era un caos, Charlotte lloraba como
niña pequeña y Carlisle estaba que echaba humo.
—¿Por qué no dijiste que sabías dónde encontrarlo? —
preguntó esta vez Tanya.
—No lo sé. Me asusté y vine lo más rápido que pude.
—Ahora sí nos cargó el payaso —dijo Alice.
No dije nada, solo me limité a escuchar y a mirar al
cobrizo que estaba atado.
—¿Creen que deberíamos soltarlo? —pregunté.
—No creo que sea buena idea, en la iglesia me amenazó con ponerse violento si no le decíamos qué
fue lo que le inyectamos.
—Bueno, entonces así lo dejaremos.
—¡Mira!, tiene cortes en la frente —exclamó Angela —.
Deberíamos limpiarlas.
—Voy por el botiquín —se ofreció Alice.
Todas volvimos a quedarnos en silencio.
Cinco minutos después, Alice apareció con un botiquín
de primeros auxilios y una bolsa grande de frituras de
queso.
—¿Quién limpiará sus heridas? —preguntó Alice alzando
el botiquín en el aire.
Nadie dijo nada.
—Hazlo tú, Bella.
—¿Por qué yo? —protesté.
—Sencillo, porque tú lo golpeaste —dijo Alice.
Rodé los ojos y le arrebaté el botiquín de las manos.
Ella tomó asiento en el sofá abriendo la bolsa y
compartiendo las frituras con las demás.
Saqué lo necesario para limpiar las heridas, mojé una
gasa en alcohol y limpié cuidadosamente las heridas.
Tomé su mentón con una mano y alcé su rostro. El
hombre sí que era bastante guapo, no había podido
verlo muy bien en la iglesia (ya que estaba muy
nerviosa en esos momentos). Pero viéndolo, bien y de
cerca, el hombre tenía el rostro cincelado por los
mismísimos ángeles. No podía ver toda su hermosura
ya que la posición en la que se encontraba no le era
muy favorable. Tuve la tentación de abrir sus párpados
para descifrar el color que había en ellos. Pero no me
atreví a hacerlo, ya que sería algo vergonzoso si ellas
me vieran. Así que dejé todo por la paz; y por último
coloqué pequeños parchecitos en las heridas. Al
término de esto, fui a tomar asiento con las chicas.
Alice me ofreció de las frituras, tomé unas cuantas y
las llevé a mi boca. Y así esperamos hasta que el
cobrizo comenzara a dar señales de vida
.
.
.
Dos horas más tarde el cobrizo comenzó a gemir. Las
chicas y yo nos levantamos de nuestro lugar y lo
rodeamos. Alice me dio un leve empujón para que me
acercara. Me coloqué frente a él.
—¿Edward? —dije casi en un susurro. Él levantó la
mirada y se encontró con la mía. Sus ojos eran de un
bonito verde jade, que junto con las cejas cobrizas
resaltaban más en aquel hermoso rostro. Los ojos de
Edward parpadearon un par de veces sin dejar de
mirarme. Una vez que su mirada se enfocó
completamente en mí, sus ojos pasaron de la confusión
a la ira. Trató de hablar, pero la cinta adhesiva le
impedía decir algo.
—Oh, lo siento. Ehm... te dolerá —dije. Coloqué las
manos en la cinta y halé con fuerza.
—¡Mierda! —soltó él con voz grave. Me miró con rabia
—. ¡Desátame! —ordenó.
—Ehm... Me temo que no, mi amigo.
—No soy tu puto amigo. Desátame. —Me miró furioso.
—Ok, no, amigo. Lo haré si te controlas.
—¿Qué es lo que quieren? ¿Quién les pidió que me
secuestraran?
—Nadie —dijo Alice—. Nos hemos equivocado. Todo
tiene una explicación.
El cobrizo se removió en la silla.
—Exijo que me liberen.
—Cálmate ¿sí? te soltaremos si te tranquilizas.
—No voy a calmarme hasta que me suelten. Juro que
esto no se va a quedar así. Las demandaré por
secuestrarme y se hundirán en la puta cárcel.
No había modo de hablar civilizadamente con él así que
me vi en la necesidad de llamar a Emmett.
Saqué mi teléfono y marqué su número. Mi hermano
me contestó al segundo timbre.
—¿Bella?
—Si... Ehm... Emmett, necesito de tu ayuda. ¿Estás en
casa?
—Sí.
—¿Puedes venir a casa de los padres de Alice?
Estamos en el garaje.
—Llego en cinco —dijo y colgó.
.
.
.
Diez minutos después la puerta sonó y Alice abrió. En
cuanto Emmett vio al cobrizo y se echó a reír.
—Lo que sea que estén haciendo, no quiero participar.
Por Dios. Isabella, eres mi hermana —dijo
dramáticamente—. ¡Eso sería incesto!
¡Ja! Emmett pensaba que haríamos una orgía.
—No es lo que crees, tonto —dije con una sonrisita en
los labios. Maldito Emmett, él y sus cosas pervertidas.
—¿Qué se traen en manos con este pobre individuo?
—Lo secuestramos de su propia boda —dijo Alice.
—Wow... sí que están en un lío gordo, hermanita. Pero
de una vez les digo que no quiero asesinarlo.
Miré al cobrizo y este abrió los ojos
desmesuradamente.
Reí un poco con las bromas que Emmett estaba
haciendo.
—No, tonto. Sólo queremos que lo detengas si es que
quiere ponerse violento.
—Ah... sí, claro, yo lo detengo.
—Ok.
Me giré y miré a Edward que lucía exasperado.
—Te voy a desatar. ¿Sí?
Me fulminó con la mirada. Me coloqué detrás de él y
desaté el nudo de la soga. Cuando estuvo suelto se
levantó de la silla y flexionó un poco las muñecas, para
que la sangre circulara por sus venas.
—¿Por qué demonios hicieron eso? ¿Quién les dijo que
me secuestraran? ¿Fue mi madre? —preguntó
nuevamente.
—No. No quisimos secuestrarte a ti, sino que a...
—Nos equivocamos de novio, tú no eras a quien
debíamos secuestrar —dije interrumpiendo a Alice.
El cobrizo no prestó atención a lo último que dije.
Porque estaba mirando su reloj.
—¡Mierda! Es tardísimo.
—La boda se ha cancelado —habló Angela.
—¡No! —exclamó el cobrizo y se puso en marcha hacia
la puerta.
—Espera —lo interrumpió Alice—. Podemos ayudarte a
reparar esto, iremos contigo y le daremos una
explicación a tu prometida.
—¿Quién es él? —preguntó Emmett sorprendido. Su
pregunta no venía al caso, pero el cobrizo contestó.
—Soy Edward Cullen.
—¿Edward Cullen? —preguntó mi hermano, el cobrizo
asintió.
—Ahora sí que la cagaste, Bella —dijo soltando una
fuerte carcajada y agarrándose el estómago—. Papá te
arrestará. Joder... Lo estoy imaginando —dijo sin
dejarse de reír.
—Como te dije: podemos hablar con tu novia y decirle
lo ocurrido —repitió Alice.
Edward se lo pensó por un segundo y luego asintió.
—No creo que sean de mucha ayuda, pero vamos —dijo
el cobrizo caminando hacia la salida. Todos a excepto
Emmett y yo caminamos hacia la puerta. Ya eran
suficientes personas para explicar lo que había pasado,
así que pensé que sólo estorbaría. Pero Alice al ver que
no iba en el grupo de personas, se giró y me dedicó
una mirada reprobatoria.
—Tú también debes ir, Bella, estuviste implicada en
esto.
Miré a Emmett para que me dijera que estaba bien que
no fuera, pero el muy tarado asintió con la cabeza.
—Tienes que ir, Bella.
Puto Emmett. Estúpida yo por aceptar esto. Resignada,
caminé hasta llegar con el grupo.
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Robándose al novio
RandomSecuestrar al novio de una boda no parecía tarea difícil. Hasta que se dieron cuenta que era el novio equivocado.