capítulo 10

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El maldito teléfono sonaba en algún lugar de la cama.
—Cállate —mascullé. Me cubrí las orejas con la almohada para hacer que el sonido cesara un poco. No funcionó. Con las manos, pero sin abrir los ojos, comencé a buscarlo. El maldito aparato estaba cerca de mi trasero, lo tomé y me lo llevé cerca del rostro para ver la hora, eran las siete y media de la mañana—. Cinco minutos más. —Apagué la alarma y rodé sobre la cama, volví a quedarme dormida al instante.
Abrí los ojos de golpe y me incorporé en la cama, desorientada; revisé de nuevo el teléfono: ocho y diez.
¡Mierda!
Corrí al baño para darme una ducha rápida. Una vez fuera, me coloqué el uniforme: pantalones de vestir negros y una camisa blanca. No me daba tiempo de maquillarme bien, así que solo me puse una capa de rímel sobre las pestañas y un poco de brillo sobre los labios. Una vez hecho esto, salí disparada hacia mi coche y me monté en él.
Estaba a mitad de camino, cuando mi estómago comenzó a protestar por alimento. Me maldije mentalmente por no tomar la barra de cereal que estaba en la encimera; se suponía que estaba ahí para estas emergencias. No sabía dónde demonios tenía la cabeza cuando olvidé tomarla. Un minuto más tarde dejé de lamentarme y me concentré en la carretera. Mientras avanzaba, mi estómago protestaba. Entonces, de la nada, el milagro ocurrió. A la distancia pude ver la cafetería de Rebecca; se suponía que todavía no estaba lista para su apertura, pero un letrero grande de color chillón anunciaba que estaban abiertos.
Conforme me acercaba, fui reduciendo la velocidad y busqué un lugar para aparcar el auto. Había un lugar disponible para mí; después de todo este día no era tan malo: aparcaría ahí, entraría como Flash, encargaría un café y un par de rosquillas, y saldría del mismo modo para no tardar demasiado y tener que reponer mucho tiempo a la hora de salida. Reduje aún más la velocidad, el auto plateado que iba delante de mí hizo lo mismo y tomó mi lugar para aparcar
—¿Qué demonios te pasa, idiota? —dije en voz alta mientras golpeaba el volante con frustración; estaba enfadada y hambrienta. Solté un resoplido de enfado y me dispuse a marcharme, cuando vi que a unos cincuenta metros un coche estaba saliendo. Aguardé un par de segundos hasta que el coche salió y pude tomar el lugar. Apagué el motor, tomé mi cartera, salí y comencé a caminar rápido a la puerta de la cafetería. Levanté la vista hacia el carro plateado que estaba cerca de la entrada del local, entonces la puerta de éste se abrió, dejándome ver ni más ni menos que a Edward Cullen.
¿Pero qué mierda? Esto debía ser un karma bastante poderoso. ¿Por qué tenía que encontrarme al tipo en todos lados? Incluso lo había encontrado en mi casa hacía unos días.
Reduje la velocidad de mi andar. Cullen se apoyó en el auto, mientras que en un movimiento rápido se quitó las gafas de sol. Yo hice lo mismo. Nos quedamos mirándonos por un par de segundos. Sí, esto parecía una mala película del viejo oeste.
Un chico de unos quince años de edad, cuyo nombre no recordé en ese momento, pasó a mi lado, mirándome, para luego mirar a Cullen.
Perfecto. Ahora teníamos audiencia.
Fijé la vista en el chico y lo fulminé con la mirada para que se largara, lo cual hizo inmediatamente. Regresé la mirada hacia Edward, éste levantó una comisura de su boca en una media sonrisa para luego decir:
—¿Estás siguiéndome, Swan?
Me crucé de brazos, enfadada.
—¿Estás siguiéndome Cullen? —le regresé su maldita pregunta—. Yo podría acusarte de lo mismo.
—¿Quieres apostar, nena? —dijo mientras sonreía burlonamente.
Lo miré enfadada.
—¡Bastardo! —mascullé con los dientes apretados, el idiota tenía razón—. Eres un idiota, Cullen —dije con rabia, giré sobre mis talones y me adentré a la cafetería sin mirar atrás. No necesitaba ver su maldito rostro para saber que el muy tarado estaba burlándose de mí.
Al entrar a la cafetería lo primero que vi fue la larga fila que había para llegar al mostrador.
Demonios. Tardaría horas para conseguir un maldito café y un par de rosquillas. Volví a maldecir y comencé a caminar al final de la fila.
—¡Tardaste mucho, querida! —dijo alguien en alguna parte. Dirigí la mirada hacia donde había provenido esa voz, y para mi sorpresa, me encontré con Esme Cullen. La madre de Edward salió un poco de la fila para dirigirse a donde estaba yo y tomarme del brazo para volver a su lugar. No sabía lo que la mujer estaba tratando de decirme, así que solo me limité a sonreír.
—Sí. Yo... um... —¿Qué debería decirle?
—No te preocupes —me dio un pequeño golpe en el brazo en gesto amistoso—, lo importante es que llegaste. ¿Qué es lo que vas a ordenar? —preguntó. Su sonrisa se hizo más amplia mientras con la mirada señalaba el menú que estaba encima de nuestras cabezas; y así fue que comprendí que la mujer me estaba ayudando a conseguir mi café y las rosquillas sin tener que hacer fila.
Hice mi elección y realicé el pedido, la mujer en el mostrador lo anotó y dijo el total; abrí mi cartera para pagar, pero Esme me detuvo.
—No te molestes, querida —dijo y le tendió a la mujer un par de billetes. Iba a protestar, pero ella volvió a darme una palmadita en el brazo, esta vez un poco más fuerte que las anteriores. Entonces, decidí no llevarle la contraria.
Mientras nos entregaban nuestro pedido, Esme me contó lo feliz que estaba con el noviazgo de Rosalie y Emmett. Me contó un poco de Jasper y por último estaba diciendo algo acerca de Edward, cuando la chica del mostrador la llamó para informarle que el café y las rosquillas estaban listos. Esme tomó la charolita con los vasos de café, mientras que yo tomé la bolsa de las rosquillas. Caminamos hacia la puerta y salimos de la cafetería. Edward, quien estaba recargado sobre el coche, en cuanto vio a Esme avanzó hacia ella para ayudarle.
—Gracias, cariño —le dijo Esme a su hijo, luego se giró hacia mí para entregarme mi café. Por mi parte le entregué su bolsa con muffins—. Gracias, querida.
Nuevamente sonreí; a este paso iba a acabar con las mejillas entumecidas por tantas sonrisas.
—Bueno... Ehmm. Gracias por el desayuno. —Levanté ambas cosas al aire—. Hasta luego.
—Fue bueno verte de nuevo, Bella.
Comencé a girar sobre mis talones para marcharme, cuando la voz de Edward dijo:
—Adiós, nena.
Giré un poco la cabeza para mirarlo, en cuanto nuestras miradas se cruzaron me guiñó un ojo. Tuve que contenerme de levantar un puño y estamparlo sobre su ojo. Maldición, él estaba burlándose de mí. ¿Quién se creía que era? ¿Su payaso?
Esme alternó su mirada de mí hacia su hijo, frunciendo el ceño.
No sabía cómo, pero estaba comenzando a avergonzarme. Me hice la loca y giré sobre mis talones, bajé los tres escalones y me dirigí al auto.
~RaN~
Bajé del auto y me apresuré a llegar a la tienda. Gracias a Esme no había demorado tanto en la cafetería. Cuando estuve más cerca pude ver a Jessica limpiar los cristales de la tienda. En cuanto ella me vio dejó de hacer su tarea.
—Llegas tarde, Bells —informó lo que de sobra ya sabía.
—Sí, lo sé —dije apresurada por llegar.
—Para tu maldita buena suerte, Amelia no va a llegar hasta dentro de un par de horas —me informó Jessica antes de que pudiera entrar a la tienda.
Me detuve en seco.
—¿En serio? —pregunté con sorpresa. Aquella mujer no faltaba aunque estuviera enferma.
—Difícil de creer, ¿no?
Asentí.
—¿Quieres saber por qué? —preguntó.
—¿Vale la pena? —No me importaba en absoluto la vida de Amelia Newton, pero si era un chisme de los buenos, quizás valía la pena escucharlo.
Jessica comenzó a caminar hasta donde yo estaba.
—See. Es uno jugoso.
Esperé un momento.
—Bien, dilo.
—¿Qué traes ahí? —Señaló la bolsa de las rosquillas. Sabía que estaba haciendo aquello para hacer las cosas un poco más interesantes. Rodé los ojos.
—Esto —levanté la pequeña bolsa—, es un premio por la información —dije, siguiéndole el juego.
Jess sonrió.
—Amelia está bastante enojada con Micky.
—¿Micky? —pregunté, elevando una ceja—. ¿Desde cuándo es Micky y no Michael?
—Desde anoche.
Fruncí el ceño por eso.
—¡No! —exclamé escandalizada—. Tú y... —Mierda. Ni siquiera podía acabar la frase.
—Síp —contestó con algo de... ¿orgullo? Sí, definitivamente estaba orgullosa de lo que había hecho.
—¡No te lo creo! Pero, pero... ¿cómo paso? ¡Mierda, Jess! ¿Qué has hecho?
—Lo sé. Micky no es guapo como Tyler o Rob, pero debo admitir que el chico tiene lo suyo —dijo, luego suspiró y sonrió.
—¿En serio? ¿Como qué? —cuestioné. Me costaba un poco creer lo que me estaba diciendo.
—El tipo la tiene grande, amiga. Te sorprendería si te digo que la tiene de...
—¡Basta! —la interrumpí, en realidad no me interesaba ni quería saber el tamaño de Mike—. No quiero saber.
—¿Por qué no?
—Bueno, porque... si llego a saber creo que voy a enamorarme de él. —Sí, aquella estupidez había salido de mi boca.
Las dos nos quedamos en silencio por una fracción de segundo antes de romper a reír por mi estupidez, luego meneé la cabeza de un lado a otro, negando.
—Eres una zorra —dije a modo de juego.
—Uh, uh. La puritana quiere hablar de los niveles de zorras.
Volvimos a reír por aquello.
—No quiero ser pesimista, pero... ¿sabes que tu Micky puede decirle a mami lo que pasó y que te echen de aquí?
Jessica rodó los ojos.
—No lo creo. Amelia llamó a Micky un montón de veces por la madrugada, pero logré convencerlo de que se quedara más tiempo; el chico es todo un tigre en la cama y a pesar de ser virgen, el tipo aprende rápido. —Levantó las cejas sugestivamente.
Está bien, está bien. Aquello ya estaba siendo mucha información y no quería perder el apetito.
—Esa ha sido mucha información para esta mañana. —Le tendí la bolsa de las rosquillas—. La mía es la de chocolate —le informé. Nos adentramos a la tienda y fuimos al mostrador más cercano para tomar el desayuno.
Una hora después Amelia apareció en el local con un humor de perros.
El día fue largo, pero soportable. Lo soportable fue gracias a Jessica, quien no dejó de sonreír durante todo el día; su sonrisa se hacía cada vez más grande cuando Amelia aparecía en nuestro campo de visión.
Unas horas más tarde salí del trabajo y fui a casa, en cuanto llegué me desparramé en el sofá e hice un poco de zapping en la televisión, me detuve cuando llegué a un canal de cocina. Estaba hambrienta y me torturaría un poco para así tener un motivo para levantarme e ir a prepararme algo de cenar.
Estaba a punto de levantarme cuando mi teléfono sonó. Revisé el identificador, era Angela.
—Hola, Ang —saludé.
—Hola, Bella. Te llamo para avisarte que mañana habrá reunión de chicas en Eclipse. Y Alice me ha dicho que pasará por ti a eso de las siete.
—¿Reunión de chicas? —pregunté.
—Oh, sí. Kate ha regresado al pueblo.
—¿Y por qué recién me entero? —cuestioné.
—Estarías al día si revisaras los mensajes de WhatsApp. Esta mañana nos han agregado a un grupo.
Me despegué el teléfono de la oreja y fui a revisar los WhatsApp. Y en efecto, había trescientos mensajes de una conversación; con Amelia con aquel humor no había podido revisar el teléfono. Me llevé el aparato de nuevo a la oreja.
—Acabo de ver los mensajes.
—Hoy estás muy lenta, Bells —rio un poco—. En fin. Ponte al día con los mensajes y prepárate para mañana, que Alice pasará por ti. —Dicho esto colgó.
Me levanté del sofá para ir a la cocina y prepararme algo ligero para la cena, mientras lo hacía leí los mensajes del grupo.
Los mensajes comenzaban con Alice diciendo que teníamos que reunirnos para ponernos al día. Las demás chicas habían estado de acuerdo con la reunión. Después de varios textos de "ese día no puedo" y "que sea lo más pronto posible", se acordó que al día siguiente por la noche estaría perfecto para todas. Por último habían preguntado por mi falta de respuesta, pero Alice dijo que ella pasaría a recogerme, y Angela se ofreció a llamarme para avisarme de los mensajes y acerca de lo de Alice. Con eso terminé de leer los mensajes.
Caminé de nuevo al sofá y comí mi cena, en cuanto terminé me puse a ver una película romántica. En algún momento debí quedarme dormida, puesto que las escenas anteriores estaban reproduciéndose nuevamente, esta vez conmigo y con Edward.

Si llegaron hasta aquí mil gracias por leer. Jaja. Me gustaría que me dijeran qué les ha parecido este capítulo. Bueno, sin más que decir, nos vemos en el siguiente. ;)

Robándose al novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora