Capítulo beteado por Yanina barbosa, neta de Élite fan fiction
Bella
Lo primero que encontré al abrir los ojos, fue mi teléfono sobre la mesita de noche, éste estaba en modo vibrador y se sacudía violentamente, haciendo un ruido molesto. Lo tomé y lo revisé, era una llamada de Emmett.
Diablos. ¿Era necesario que llamara a esta hora de la mañana? Emmett sabía perfectamente que en mis días libres no me levantaba antes de las diez. Deslicé el círculo rojo para rechazar la llamada, guardé el teléfono bajo la almohada y me acurruqué en la cama.
Un minuto después el teléfono volvió a vibrar, esta vez era un mensaje.
Oh, maldición. Esto no iba a parar hasta que de alguna forma u otra él tuviera una maldita respuesta de mi parte. Saqué el teléfono y lo desbloqueé.
Emmett: Buenos días, bella durmiente: D Papá quiere saber si vendrás a su casa por la tarde.
Otro mensaje.
Emmett: Por fin va a contarnos de su novia secreta, que ya no es tan secreta porque ya sabemos que es Sue.
Emmett: Vendrás, ¿cierto?
Cerré los ojos con fuerza, me llevé una mano a la cara para frotarla y quitar los rastros de sueño. Luego de eso tecleé una respuesta rápida.
Yo: Estaré ahí.
Esa respuesta sería suficiente para que dejara de molestar, volví a guardar el teléfono debajo de la almohada. De repente, la cama de agitó.
—Mierda, mierda —escuché a Alice musitar, me giré para ver qué carajos le estaba pasando.
—¿Qué sucede, Al? —pregunté. Ella dio un pequeño grito, saltó hacia atrás, casi cayó de la cama, por suerte recuperó el equilibrio rápidamente. Miró a su alrededor, inspeccionando el lugar donde se encontraba, y se relajó un poco, pero no fue hasta que me observó bien que se relajó por completo—. ¿Qué demonios sucede? —pregunté de nuevo, esta vez con un poco de enfado, Alice se llevó una mano al pecho.
—¡Gracias al cielo eres tú! —exclamó aliviada—. Por un momento llegué a pensar que había pasado la noche con alguien más.
Me llevé una mano a los ojos para tallarlos un poco, mientras lo hacía me reí por lo que Alice acababa de decir.
—¿Alguien cómo Thom Hyde? —pregunté alzando las cejas sugestivamente—. Ayer parecía que te gustaba estar con él, incluso te dio un beso.
—¿Qué?! —exclamó asustada, llevándose una mano a los labios; su cara de horror no tenía precio—. ¿Lo besé? —Asentí—. ¡Oh, Dios mío! —Buscó su teléfono.
—¿Qué haces? —demandé. Alice ni siquiera se detuvo en su búsqueda.
—Llamaré a mi abogado. Tengo que hacer mi testamento.
Rodé los ojos, ella estaba siendo exagerada respecto a esto.
—¿No crees que estás siendo un poco dramática? —pregunté.
Ella detuvo lo que estaba haciendo y me miró con incredulidad.
—No. Como un demonio que no. Sabes que aborrezco a ese imbécil. Y sabes perfectamente que él puede contagiarte con solo respirar el mismo aire que tú.
Sí, ella estaba siendo dramática respecto al mujeriego de Thom; y cabía admitir que en algún tiempo Alice estuvo loquita por él. O quizá era que le tenía resentimiento porque lo de ellos no había salido como Alice quería.
Negué con la cabeza y me burlé un poco de ella.
—No te burles, Isabella Swan —dijo con enfado.
Volví a reírme.
—Bien. Para tu maldita buena suerte llegué a tiempo —le dije.
—¿Es en serio? —Parecía un poco aliviada.
—Sí. Thom no puso su lengua en el fondo de tu garganta —dije en tono de burla.
—No te burles de mí, Swan —repitió. Tomó una almohada y me la arrojó a la cara, por suerte logré atraparla antes de que ésta se estrellara contra mi cara, ella rio y yo también.
—¡Oye! —exclamé. Tomé la almohada y se la lancé de regreso. Alice la atrapó al mismo tiempo que formulaba una pregunta.
—¿Cullen sigue aquí? —preguntó.
Me tensé.
—No lo sé. Pero espero que se haya despertado temprano y se haya largado de aquí. De lo contrario tú lo despertarás y le dirás que se largue.
—¿Y yo por qué? —cuestionó.
—Fácil. Porque fue tu maldita idea traerlo aquí.
Ella se cruzó de brazos.
—Ya veremos —respondió, se levantó de la cama, recogió su ropa que estaba doblada en una silla al lado de la puerta, y fue a cambiarse al cuarto de baño. Una vez que salió, fue mi turno para ingresar en él. Por mi parte solo iba a lavarme los dientes y cepillarme el cabello; permanecí con el pijama: unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes; solo me aseguré de colocarme el sostén. Una vez lista salí; Alice estaba sentada en el borde de la cama viendo su teléfono, en cuanto me escuchó alzó la mirada.
—¿Estás lista? —preguntó, observando detenidamente mi atuendo.
—Lo estoy —dije. Alice fijó su vista en mis pantuflas de unicornio; no eran grandes ni tan llamativas como otras que tenían el famoso cuerno de unicornio y un montón de algodón de distintos colores para el cabello. No. Las mías solo tenían un pequeño cuerno y grandes ojos que las hacían verse algo tiernas; Alice pensó la Navidad pasada que era un regalo gracioso. Pero lo que no tuvo en cuenta es que las malditas pantuflas eran cómodas y que me encantaban por eso; y había descubierto esa comodidad hacía dos semanas atrás.
Llevé mi peso a mis talones y golpeé las puntas de mis pies. Alice me miró con una ceja levantada.
—¿Segura que...?
—Son cómodas, y las conservaré.
Estaba en mi maldita casa y podía vestir como se me diera la gana.
—Andando. —Se levantó de la cama y comenzamos a caminar hacia las escaleras.
Íbamos a mitad de las escaleras cuando Alice tomó una posición cautelosa, comenzó a bajar el resto de estas a paso realmente lento, tratando de no hacer demasiado ruido. Me quedé a mitad de camino, esperando el próximo movimiento de Alice. Cuando llegó al final, comenzó a caminar en puntas hasta donde estaba Edward, pero antes de que llegara a donde estaba, los ronquidos de Cullen se hicieron escuchar por la casa avisándonos que él todavía seguía aquí.
«Demonios», pensé. Miré a Alice, ella volvió a subir las escaleras y se detuvo a unas cuantas por debajo de mí.
—¿Tienes café, Bells? —preguntó en un susurro. Asentí con la cabeza para confirmar—. ¿Y pan para hacer tostadas? —Volví a asentir. ¿Qué demonios iba a hacer? A menos que...—. Oh, bien —asintió, luego abandonó la posición de cautela, de nuevo bajó las escaleras, pero esta vez haciendo ruido, olvidándose que hacía solo unos segundos trataba de no hacerlo.
—Oye, Al. ¿Qué haces? —pregunté-susurré.
—Voy a preparar el desayuno. Tengo una resaca horrible, y no hay nada mejor que un buen café cuando tienes resaca —dijo.
Bajé deprisa las escaleras y la seguí hasta la cocina.
—No. No habrá café ni pan para ti hasta que despiertes a Cullen y le digas que se largue —susurré con fastidio.
Alice se apoyó en la encimera y dijo:
—Lo despertaré. Pero será después de que algo de cafeína circule por mi sistema nervioso.
Me crucé de brazos molesta, Alice dio media vuelta y puso la cafetera en acción, fue a la alacena para tomar el pan y colocó un par rebanadas en el tostador. Por mi parte me senté en un taburete y la observé preparar el desayuno, estaba enfadada. A los pocos minutos me puse algo impaciente. ¿Qué sucedería cuando Cullen despertara? ¿Debía ir a despertarlo yo y exigirle que saliera de mi casa?
Traté de no pensar más en aquello, pero me fue imposible. Me levanté del lugar, fui al refrigerador, tomé el jugo que estaba ahí, me serví en un vaso y di un trago antes de irme de nuevo a mi antiguo lugar, pero antes de colocar mi trasero en el taburete, me detuve. Me incorporé y comencé a caminar hacia donde Cullen se encontraba.
—¿Dónde vas? —preguntó Alice. Sin detenerme respondí.
—Voy a hacer tu trabajo —dije en tono cortante y seguí con mi camino, avancé a paso lento hasta llegar a la sala de estar, me detuve junto al sillón y entonces lo vi. Cullen estaba profundamente dormido. Mis ojos se deslizaron un poco hacia abajo. Entonces, pude darme cuenta de dos cosas. La primera, que él solo traía puesto un bóxer color negro. Y la segunda, pero no menos importante, o quizá más importante, Cullen tenía una erección.
Sí, señoras y señores. Edward-Jodido-Cullen tenía una maldita erección mañanera. Y en mi casa.
Como una idiota, me quedé observando a su amigo por un tiempo.
«Oh, demonios, Bella, deja de mirar su entrepierna», me reprendí mentalmente. Pero es que era imposible apartar la mirada de aquella zona. ¿Acaso era normal que la tuviera de ese tamaño? No. No lo creía. Seguramente usaba calcetín. Sí, eso debía ser.
No era ninguna santa, tampoco era una zorra. Había tenido unos cuantos encuentros sexuales con algunos cuantos chicos, pero ninguno de ellos era tan grande como Cullen parecía serlo; o quizá no había tenido buena suerte al encontrar uno así de grande. Detuve mis pensamientos.
Oh, mierda. ¿Pero qué demonios estaba pensando?
Cullen comenzó a removerse en el sillón, entonces supe que era tiempo de largarme de ahí antes de que despertara y me atrapara mirándolo. Retrocedí un paso, dos, pero irme rápido era inevitable, pues Cullen abrió los ojos de golpe encontrándose con los míos.
¡Doble mierda!
Cullen parpadeó un par de veces hasta que su mirada se enfocó en la mía. Luego, se levantó como un rayo del sillón.
—Mierda —masculló. Llevó una de sus manos a su cabeza para sostenerla; y podía apostar media semana de mi sueldo que la resaca lo estaba matando—. ¿Qué... qué demonios estoy haciendo aquí? —cuestionó con voz rasposa.
No contesté su pregunta, sin embargo, lo miré por un par de segundos más hasta que una de mis ya acostumbradas ideas: estúpidas y sin sentido cuando Edward Cullen estaba presente, brilló como un foco neón en mi cerebro. Oh, sí, él sacaba lo peor de mí. Me crucé de brazos y lo miré alzando una ceja. Pero antes de que pudiera decir algo, Cullen siguió mi mirada y notó donde mis ojos se detuvieron. Alzó la mirada y me miró por una milésima de segundo antes de que una sonrisa arrogante se formara en su maldita boca.
Oh, mierda. Había descubierto una parte de mi plan. Abrí la boca para hablar primero, pero por supuesto, él fue más rápido.
—Veo que mi amigo te ha llamado la atención, nena —dijo, colocando sus manos en su cintura y balanceándose un poco hacia adelante.
Solté una risita burlona, que más bien había salido como una risa nerviosa.
—Lo dudo —dije lo más cortante que pude. Me alisté para dar media vuelta y marcharme, de lo contrario comenzaría a hiperventilar.
—Puedes tocarlo, nena. No muerde —dijo, la maldita sonrisa en su rostro se hizo más grande.
Apreté las manos en puños sobre mis costados y lo miré de arriba abajo, quedando mi mirada en la Cullen-conda por unos segundos más antes de regresar la mirada a su rostro.
«¿En serio, Bella, Cullen-conda? Eres despreciable», me dije mentalmente.
—Eso... —Hice un gesto con la cabeza, señalando a su entrepierna, luego me reí—. No podrías ni hacerme cosquillas —me burlé de él.
La maldita sonrisa no se borró de su rostro. Me miró de arriba abajo y en sus ojos pude ver lujuria.
Oh, mierda. Eso me hizo a querer apretar las piernas.
«Debes tranquilizarte, Bella», me repetí al menos tres veces, y me obligué a mantenerme tranquila.
—¿Quieres probarlo? —dijo de manera sexy—. Porque por la manera en que me estás mirado apuesto a que quieres comprobarlo.
«¡Bastardo! ¡Maldito bastardo arrogante!», pensé; muy en el fondo de mí el estúpido tenía razón. «Diablos, Bella, deja de pensar estupideces». Me moví un poco para pensar con claridad. Levanté la mirada hacia su rostro para defenderme, pero me detuve en seco. No iba a darle lo que él quería. No me iba a dejar intimidar por él, o por su cosa parada.
Solté una risita y negué con la cabeza.
—Olvídalo, Cullen. Ni en tus mejores sueños —dije, fulminándolo con la mirada.
—¿Ya se desper...? — escuché a Alice—. ¡Guau! —Se detuvo y miró a Edward detenidamente, este soltó una maldición mientras se lanzaba por un cojín que se encontraba en el sillón para cubrir a su amigo.
Alice rio.
—Guau —repitió—, eso sí que no me lo esperaba —rio de nuevo. Nos miró a ambos, esperando que lo tomáramos con gracia. Sin embargo eso no sucedió—. Bien, creo que mejor me iré —dijo esto último y desapareció de la sala, dejándome de nuevo a solas con Edward.
Miré a Cullen, y este comenzó a colocarse los pantalones. Por mi parte no dije nada y fui con Alice; esperaba que él se largara lo más pronto posible.
Alice estaba sentada en el taburete, tenía una tostada en la mano y en la otra una taza de café. En cuanto me vio bajó su taza.
—¿Quieres un poco de café? —preguntó.
—Sí, por favor. —Ella asintió, se levantó y me sirvió una taza de café, agarré la taza y antes de tomar un sorbo lo olí. Oh, Dios, olía delicioso. Me llevé la taza a los labios, y justo cuando iba a dar mi primer sorbo, Edward apareció.
—¿Sabes dónde he dejado mi polera? —preguntó.
Me giré para verlo, entonces, recordé que la había puesto a lavar anoche, cuando él vació su estómago en el piso de la sala. Di un gruñido antes de levantarme de mi lugar e ir por su polera al cuarto de lavado.
Al regresar él estaba en el mismo lugar donde lo había dejado hacía un segundo.
—Toma. —Le tendí la polera, él la tomó y comenzó a ponérsela mientras giraba y salía.
Esa vez iba a hacer las cosas bien, así que lo seguí para asegurarme que se largara de una maldita vez. Cullen no dijo nada más, abrió la puerta y salió.
En cuanto la puerta se cerró, suspiré con alivio y después volví con Alice.
—¿Trabajarás hoy? —le pregunté en cuanto volví a tomar asiento frente a ella.
—No —respondió.
Media hora después, Alice y yo habíamos preparado palomitas para ver una película romántica. Tan romántica que estuvo a punto de darme un coma diabético. Al final de esta, Alice se quejó de la mala actuación de los protagonistas y de la historia.
—Tú elegiste verla —le recordé.
—Sí, pero... Diablos. No vuelvo a hacer caso a esa maldita cuanta de Instagram.
Rodé los ojos.
—Te dije que era mejor ver una de acción.
—La próxima veremos una donde aparezca Bruce Willis y salve al mundo, como lo hizo en el Quinto Elemento. O como en Armageddon —dijo. Tomó un puñado de palomitas y se las llevó a la boca. Después, buscó su teléfono en el sillón para ver la hora—. Oh, Dios, es tardísimo. Mis padres van a matarme. —Se levantó de su lugar y yo hice lo mismo con el bol de palomitas en la mano. Alice buscó sus pertenencias que había traído ayer—. Tengo que irme, Bells.
—Bien —dije.
La acompañé a la puerta, la abrió y se marchó, yo la cerré detrás de ella y me giré para ir a limpiar un poco. No tardé ni diez minutos para limpiar el poco desastre que habíamos hecho, cuando terminé, me dispuse a ir a mi habitación por la laptop y navegar. Entonces, la puerta sonó, e imaginé que sería Alice, seguro que había olvidado algo. Sin mirar por la mirilla abrí la puerta.
—¿Ali...? —No acabé de decir lo que tenía planeado, frente a mí no estaba mi mejor amiga, sino Edward-jodido-Cullen—. ¡Tú! —solté con enfado.
—Oye, nena —dijo con una sonrisa burlona
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Robándose al novio
RandomSecuestrar al novio de una boda no parecía tarea difícil. Hasta que se dieron cuenta que era el novio equivocado.