Cap. 13: Una lección de historia.

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Una vez más, desperté con dolor en una habitación desconocida, la recorrí con mi mirada mientras me incorporaba y pude apreciar un estilo bastante diferente de lo usual: Paredes de piedra con escenas de una batalla entre humanos y elfos se encontraban talladas a lo ancho y largo, la puerta era corredera, de estilo oriental y un armario de madera oscurecida era el único mueble aparte del futón donde descansaba.

—Al fin despertaste.

De lo alto del armario cayó gracilmente una elfa de piel oscura y pelo púrpura con una armadura de cuero del mismo tono que el armario.

En su mano izquierda una daga aguardaba, llevaba la empuñadura al revés, con el filo tocando su antebrazo.

—¿Dónde están mis compañeras? —Respondí con sequedad. No me daba ninguna buena espina.

—Tranquilo, si quisiera matarte ahora no estaríamos hablando. Están descansando, tal y como hacías tú.

—¿Entonces por qué tienes un cuchillo preparado?

—Seguridad. Te doy el beneficio de la duda por lo variopinto de tu grupo, pero no me gustan los humanos. Tienden a ser mezquinos y a prejuzgar todo lo que no es como ellos piensan.

Me incorporé lentamente gruñendo de dolor y ella no hizo más gesto que seguirme con la mirada, se encontraba a tres pasos de mí, entre la puerta y yo, había caído en esa posición a propósito.

—Y supongo que ahora me harás un interrogatorio —Dejé caer mientras observaba la escena tallada a mi lado: elfos y humanos luchaban bajo la atenta mirada de dos pares de ojos, uno a cada lado.

—¿Sabes qué es lo que estás observando, verdad? ¿La muerte que os sigue allá donde vayáis? —noté un leve deje de ira en su voz.

—No soy de estas tierras, así que no, no sé mucho... Creo que hay una especie de Dios que les dice a los humanos cómo actuar o algo así, ¿No?

Lo pregunté mientras miraba los ojos tallados en la piedra. «Aquí viene otro infodump».

—Esta era la tierra sagrada de los elfos níveos, la cordillera helada de Nanharthiel, donde nos encontramos. Aquí gobernaban en paz junto a otras razas hasta que el meteorito cayó. —Dijo señalando con la daga una escena al lado del mueble: En ella se veía cómo un meteorito amenazaba con golpear la tierra.

Comenzó a andar mientras paseaba su arma por las dos siguientes escenas, en una, la piedra estaba arañada con violencia, en la otra, varios humanos se arrodillaban ante un cráter del que salían rosales, se paró en la siguiente, donde los humanos adoraban arrodillados a un humano cuyo pecho tenía una rosa con espinas.

El símbolo de una rosa rodeada con espinas era muy similar al del escudo de los hombres que nos perseguían. Le dio dos toquecitos con la daga.

—Los hombres de la rosa son los que nos están siguiendo. —Le aclaré, con el pequeño paseo se había acercado bastante a mí.

—Lo sé, mira detrás de ti.

Me agarró del hombro y me volteó con firmeza, aparte de ser grácil, tenía fuerza.

Tras la escena de la batalla, lo siguiente era un éxodo de los elfos: en lo alto, los ojos del dios humano y entre medias de ellos el hombre con el pecho con la rosa. Los elfos huían hacia un y otro lado de la escena.

—Tras la caída del meteorito, los humanos os reunistéis bajo el amparo del dios de la rosa, forjastéis una ciudad y todos los elfos fueron expulsados de la región.

—Dudo que yo estuviera mínimamente involucrado.

«Este mundo fue forjado para mí por una Diosa, pero no es algo que sienta que deba compartir contigo»

—No, claro que no, esto sucedió hace miles de años y sería absurdo culparte por ello. Y aunque muchos lo harán, para mí tus culpas vienen de lo que hagas o quieras hacer.

—No siento ningún apego por ese Dios... o cualquier otro. ¿Cómo se llama?

—No se nos está permitido decir su nombre. ¿Ves a estos de aquí? —dijo señalando a los elfos de la izquierda —. Son los ancestros de los elfos níveos que huyeron hacia el oeste. Y estos de la derecha son los míos.

—No lo entiendo. —respondí con sinceridad.

—Mientras que los níveos se adentraron en tierras más frías buscando una conexión mayor con su elemento y su dios, los míos renegaron de todo eso, y por ello fuimos castigados doblemente. Perdimos la conexión con el agua y el hielo por parte del Dios del hielo y el Dios de la rosa nos marcó la piel y el cabello para ser reconocidos allá donde fuéramos.

—Pero ahora ambos estáis aquí de nuevo. ¿No? Y creo que los elfos níveos y los humanos ansían la paz.

—Pfff, chorradas. Los elfos níveos prosperaron en el oeste durante varios siglos, hasta que fueron esclavizados. Por allí habitan razas menos longevas que nosotros, y los elfos hicieron planes a largo plazo para asentarse cómodamente en esa región. En resumen, mientras los míos descubríamos cómo usar en el este lo que por aquí llaman la magia de Vita y Morte, en el oeste a nuestros primos se les despojó de sus posesiones otra vez y se les empezó a usar de mano de obra esclava. Su historia se repetía otra vez, en otras tierras distintas. Al final, tras la Guerra de la Liberación y como parte del tratado de paz, a los elfos níveos se les devolvió su tierra sagrada, Nanharthiel.

—Y eso inició otra guerra con los seguidores de la rosa, ¿No? —ella comenzó a caminar, rodeándome.

—Efectivamente. Al final, los humanos aquí asentados llevaban siglos viviendo sin saber nada de sus antiguos rivales. —hizo énfasis en la silueta de una ciudad que se encontraba encima del meteorito con rosas—. La lucha a día de hoy está más o menos asentada, hay rencillas y algún pueblo que otro cambia de bando de vez en cuando. El tratado de paz es una treta. Igual que las rosas pueden florecer en los peores pantanos, los humanos os reproducís y absorbéis todo lo que pasa por delante, es vuestro poder innato.

—¿A dónde quieres ir a parar?

—El tratado de paz que se propuso sirve para vincular la sangre humana a la élfica mediante un matrimonio arreglado entre los príncipes de ambos reinos, la verdad es que los humanos podéis mezclarlos con cualquier raza, y vuestros descendientes adquirirán parte de esos poderes.

—¿Ghaerthen es un medio elfo?

—Exactamente. Pasó de hijo bastardo a príncipe por derecho en cuanto se supo. Los humanos de la rosa quieren la paz, sí, pero diluyendo poco a poco a la familia real de Nanharthiel. Lo que hagan después sólo ellos lo saben, o tal vez ni ellos, ya que siguen ciegamente las órdenes de su Dios. La pregunta es, ¿en qué bando estás tú? ¿Por qué Shaena viaja contigo?

—Estoy con Shaena, vamos a hablar con los sabios eternos. Y si tengo que elegir un bando, diría que quiero eliminar al Dios de la rosa. No quiero que la gente siga a ciegas los designios de un ente absurdo.

—¿Quieres matar a un Dios? Buena suerte, muchacho, la necesitarás. Nadie sabe dónde se encuentra el meteorito de la rosa, así que tu tarea será complicada...

Empujó el armario hacia un lado y dejó entrever la última escena tallada: Un humano con una corona a cada lado de su cabeza se alzaba sobre unos ojos entrecerrados en dolor. Cada ojo era de un dios distinto y soltaban una lágrima. Debajo del humano había un elfo y un humano arrodillados a cada lado. Y debajo de ellos varias razas bailando. Ninguno portaba armas.

—Difícil, pero no imposible.

* * *

Lo que sucede cuando morimos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora